martes, 2 de diciembre de 2014

Retrato de la dejadez que convierte en utopía la expulsión de la violencia del fútbol

La sociedad española busca respuestas a la tradicional relajación de los clubes con sus ultras.
Estupefacto. Con un horizonte oscuro que perdía su mirada. Consumido por la impotencia y descorazonado ante la enésima constatación de la poderosa influencia de la violencia que, esta vez, enfangaba su responsabilidad recién adquirida como primer ministro del gobierno de la república italiana. Dirigía la mirada Mateo Renzi hacia su familia -dispuesta, por protocolo, en una zona alejada del estrato vip del Olímpico de Roma-, sentado, mientras fingía atender la charla que entrelazaban, de pié, Aurelio De Laurentiis, presidente del Nápoles, Andrea Della Valle, homónimo de la Fiore, los contendientes en aquella marciana final de Copa del 3 de mayo pasado. Sobre el césped, la custodia de la policía permitió que Marek Hamsik -capitán del club partenopeo- tendiera un anzuelo al capo de la facción ultra napolitana Mastiffs para que extinguiera el desenfreno de sus compañeros de enajenación. El despotismo de los radicales había tomado cuerpo en una tormenta de bengalas y petardos, con dirección a la hierba, que obligó a retrasar el inicio de la final 45 minutos con los profesionales -y niños de atrezzo en la presentación del evento- formando fila para la prensa gráfica. En aquella charla, cara a cara, en el fondo norte del coliseo romano, el futbolista convenció al insensato de que ningún aficionado del Nápoles había resultado asesinado en la escaramuza registrada horas antes en el barrio Tor de Quinto, de camino al campo.
La sinrazón que legitima a un legendario ultra -cuya camiseta exigía libertad para Antonino Speziale, el hooligan que mató a un policía en la refriega durante un enfrentamiento entre radicales de Palermo y Catania, en el derbi siciliano de 2007-, de nombre Gennaro De Tommaso, aliñado bajo el sobrenombre de Genny a Carogna (Carroña) y con lazo de sangre paterno sumergido en la Camorra, para negociar el inicio de un partido sugirió a las autoridades de la alcaldía de Roma y de la policía estatal responsable del control de un evento de tal magnitud, la necesidad de no suspender el partido dado el “elevado nivel de exaltación de la hinchada”. Por preponderancia en el conflicto de la seguridad ciudadana.
El 25 de junio, casi dos meses más tarde del desarrollo de aquel terrible escenario, fallecía en el Hospital Gemelli Ciro Esposito, de 32 años, herido de muerte al sufrir un disparo en el pecho de un célebre ultra romanista, Daniele de Santis, en la tarde del 3 de mayo. El informe posterior señaló que este sujeto -responsable de la suspensión, por vía similar de bombardeo del normal discurrir de un partido de fútbol, del derbi de la capital italiana en marzo de 2004, cuando se difundió en contemporaneidad con la disputa de aquel Lazio-Roma el falso rumor del fallecimiento de un niño por el atropello de un furgón de la policía- encontró a la salida de su trabajo a aficionados del Nápoles que caminaban hacia el estadio. Decidió entonces “provocarles” lanzando petardos que cortaran su paso. En la refriega posterior cayó al suelo en plena huída y desenfundó la pistola que portaba para descerrajar cuatro proyectiles. Renzi, recobrado el aliento, comentó tras la final que “esta es una oportunidad de producir un cambio. No queremos dejar el fútbol en manos de estas personas, queremos devolverlo a las familias”.
Valga este suceso como horizonte paradigmático para analizar y trabajar sobre lo acontecido a las 9 de la mañana del pasado domingo y las reacciones y decisiones posteriores que se extendieron a lo largo de toda la jornada dominical. Porque, si bien, el caso español solo cuenta con la primera parte de la calamidad transalpina descrita -de momento los ultras no cuentan con el mando necesario para introducir aparataje pirotécnico y decidir sobre el funcionamiento usual del ritual que conlleva la celebración de un partido de fútbol- la situación del balompié nacional no dista tanto -compartimos terrorífica experiencia de radicales allanando el césped de entrenamiento de Atlético de Madrid y Roma para ejercer coerción inmune ante la condescendencia de los clubes- y, por desgracia, los primeros planteamientos ofrecidos por los profesionales de este deporte tras la batalla del domingo y la confirmación del deceso reflejan unas convenciones con respecto a la violencia futbolística semejante al caso italiano. 
Subrayar que sobre Atlético de Madrid y Deportivo de la Coruña recae la responsabilidad directa del agujero a la cordialidad de los valores deportivos, pertrechado en Madrid Río, comparte gravedad en el resbalón analítico con el diagnóstico que sentencia a todos los aficionados que acuden al fondo sur del Vicente Calderón cada fin de semana y conforman la agrupación conocida como Frente Atlético -asimilable percepción a la formación Riazor Blues-como hooligans. La generalización representa una de las posiciones más dignas de esquivo. Pero, la maniobra deslizada con mayor o menor explicitud en el relato de los acontecimientos que pretende acotar la jurisdicción extramuros de algunas instituciones del fútbol -excepción pertinente hecha a la LFP- en este fango a la mínima expresión no consigue sino respaldar y alimentar una suerte de responsabilidad indirecta por relajación en el control y en los usos y costumbres del ecosistema propio de los estadios y las interacciones socio-económicas anexas a los clubes que digiere la cohabitación con el elemento iracundo, siempre que éste limite dicha característica al estatus de latente y se condense su trágica aparición física a chispazos -tan aislados como sintomáticos- como el de la Ribera del Manzanares. Con el pacto de tenue armisticio –que eleva a la categoría de legitimado negociador al ultra- que arrincona las banderas de simbología anti-contitucional y nazi y las expresiones racistas. 
El fútbol patrio ha favorecido con su tradicional relativización del problema la creación, alimentación e implantación sistemática de espacios de violencia que, efectivamente, no resultan propiedad material del club de turno, pero si lindan con su frontera espiritual. La palpable relajación dialéctica y en interlocución con los hooligans que albergan en sus coliseos ha evitado y complica, también en la actualidad, el camino hacia ese “devolver el fútbol a las familias” de Renzi. Una expresión que en Italia se ha convertido en moneda común por la reiteración enfermiza de actos de ultraje a la razón deportiva que sufre el Calcio y que, en la élite del balompié en España, solo han tomado al pié de la letra Fútbol Club Barcelona y Real Madrid. Mención especial por paradigmática del primer caso: Joan Laporta cerró el acceso a los Boixos Nois tras ganar la elecciones en julio de 2003, cercenando en el medio plazo los espacios de legitimidad y cohabitación que engendra los terribles navajazos a la razón intercambiados entre inadaptados, de cualquier edad -el domingo figuró en la deleznable nómina de guerreros un señor de casi 60 años-, hecho que obliga a repensar el perfil juvenil del ultra español, bajo la bandera de cualquier grupúsculo. Eso sí, en el valiente proceso, Joan Laporta sufrió un amago de atentado cuando trató de ingresar al Palau Blaugrana para acudir a un partido de balonmano (2004), se vio obligado a cambiar de domicilio y a deglutir las ásperas cucharadas de violencia cotidiana a través de amenazas. La formación radical representa ya sólo un fantasma oscuro alejado de la realidad presente.
Parece superada la asilvestrada época en la que los dirigentes y futbolistas más respetados se fotografiaban con cabecillas de dudoso honor, se aceptaba desde los clubes sin sonrojo que los grupos de desmandada animosidad contaran con cobertura para manejarse por los intestinos de los estadios para guardar y configurar los tifos a desplegar a la hora de partido, y no se contemplaba como una opción a considerar cerrar las barreras en el entretiempo para que no intercambiaran puestos en el fondo -en pleno nivel de ascensión alcohólica- ni la fiscalización del uso de las entradas cedidas, del número de personas que poblaban las secciones ni del material de los cuartos dispuestos por los clubes. La reventa de tickets en los bares ornamentados con merchandising nazi o de ultraizquierda y la libre y fecunda organización de viajes a los partidos a domicilio, fuentes de financiación conocidas en la superficie de las principales investigaciones publicadas, parece superada. Pero sólo parece. Hoy, los dirigentes niegan, con vehemente autoafirmación, cualquier tipo de cobertura y desacreditan la voz de algún que otro aficionado que confiesa haber accedido a entradas de la “peña” radical por un precio menor al de taquilla.
Declaraciones que gritan la excepcionalidad ideológica y organizativa -dos grupos radicales que se citan por WhatsApp para sacudirse días antes- de la reyerta que causó la muerte de José Romero, “Jimmy”, susurran el regate que el fútbol ha querido trazar a su competencia en el contexto tangible e intangible. Decía Enrique Cerezo, más explícito, en la particular rueda de prensa con su colega gallego, Tino Fernández, convocada en el post-partido Atlético de Madrid - Deportivo que “los hechos se han producido a 500 metros o un kilómetro, no tiene nada que ver el fútbol. Son grupos radicales que producen las consecuencias que han sucedido, no tenemos nada que ver”. El consejero delegado del club capitalino señaló, tras negar que su institución facilitara entradas o dinero al Frente Atlético, que “yo no soy quién para disolver a una peña y no les facilitamos nada, pero siempre hay un hijo de puta entre esos 4.000 (en referencia al grupo)”. Pero la maniobra de exculpación descrita y reforzada por la hipótesis que apunta a la situación acontecida como un “problema social de España” (Simeone dixit) obvia el sensible rol que juega el fútbol en el tejido social nacional y la capacidad de expansión de la mecha -ajena a la infame pugna física de ideologías- que atestigua la agresión que seis encapuchados trataron de llevar a cabo en Coruña sobre dos personas que caminaban ataviadas con ropajes del Atlético de Madrid –domingo por la tarde- y el ultraje que ha recibido este lunes un bar conocido en Sevilla por gozar de una clientela simpatizante del club colchonero. Esta suerte de venganzas no merece la interpretación maniquea de mera mala interpretación de la rivalidad. 
Completan el paisaje que ha desnudado la despreocupación sobre este apartado social y futbolístico el silencio de la Real Federación Española de Fútbol -que decidió agachar la cabeza de manera sorprendente cuando se le cuestionaba sobre la suspensión del partido, en una artimaña propia de esa idiosincrásica manera de actuar, “la de toda la vida”, que concuerda con el modus operandi de su presidente y de aquellos sobre los que el “Pequeño Nicolás” ha balaceado su trayectoria en el último año y medio- y el hecho de que no se declare de alto riesgo un partido en el que pueden coincidir -Cristina Cifuentes afirmó que desde el club gallego no se informó a la Policía Nacional de la llegada a la capital de los ultras de su ciudad, quizá por la relajación en el control de las instituciones futbolísticas (entre Atlético y Depor llegaron 215 entradas a manos de los ultras gallegos)- los tristes protagonistas -enfrentados en su radicalidad ideológica- de las últimas acciones que supusieron muertes relacionadas directamente por la violencia de camiseta en nuestro país (Aitor Zabaleta murió en 1998 a manos de miembros de la facción Bastión del Frente Atlético, con un encarcelado, y Manuel Ríos, asesinado por miembros de Riazor Blues en un partido ante el Compostela en 2003, sin culpable identificado) y que, en el caso gallego, está documentada su tendencia a concertar citas para dar uso al puño americano y la bengala en los últimos tiempos. 
Sin embargo, se alzan voces que señalan el itinerario para restringir la sacudida de responsabilidades del pasado domingo: José Ignacio Wert, Ministro de Deporte, entre otras carteras, declaró que “siendo francos, no hemos sido lo suficientemente contundentes y, no quiero señalar a nadie, pero digo que vamos a ser muy exigentes con los clubes para garantizar y hacer todo lo necesario para alejar a esta pesadilla, los grupos de seguidores ultras y en definitiva violentos, del fútbol”; Cristina Cifuentes, por su parte, enfatizó la necesidad de que los clubes ejerzan un control más exhaustivo de los aficionados radicales que alberga –“los clubes de fútbol no deben mirar hacia otro lado”- y explicó que “los clubes deben trabajar de forma conjunta con las instituciones para erradicar estas prácticas”; y Javier Tebas, que, en Cope, definió que “hay clubes más permisivos que otros, pero queremos que los violentos se vayan del fútbol y hay que modificar el reglamento para que haya una sanción dura a los clubes que financien a los radicales”.
Este lunes, ni Enrique Cerezo ni José María Villar asistieron, en el intervalo de mayor dolor espiritual que sufre el balompié nacional en este último lustro, a la reunión de urgencia con la Comisión Antiviolencia. Una escena que no aporta sosiego en este largo proceso de despojo de la violencia del fútbol español como tampoco suma energías ni intencionalidades refrescar la opinión del presidente colchonero sobre el “Frente bueno que anima mucho, nos apoya y hace una labor importante”, que pertenece a 2008, una época anterior, que no lejana, a la actual en la concepción y connivencia de los clubes para con sus grupos ultras que sí sirve de retrato esclarecedor de la lentitud con la que se acumula la valentía necesaria para acometer esta reforma capital en la actividad deportiva que mejor actúa como elemento identitario y de cohesión social en la sociedad continental. Ya se verbalizan propuestas que aluden al censo de los radicales para una fiscalización específica por parte de los clubes en colaboración con las fuerzas de seguridad estatal -una suerte de tessera del tifosso implementada en Italia que ha conllevado la prohibición parcial del desplazamiento de aficiones visitantes- y la expulsión generalizada de los grupos ultras y sus miembros, ingrediente este ultimo de la (también identitaria) legislación en caliente. Aseguró Miguel Ángel Gil que “es injusto generalizar porque tengo amigos con hijos en el fondo sur y son gente súper sana” y rebatía Tebas recalcando que “si el Frente Atlético no se considera violento, tendrá que expulsar a los violento y, si no lo hacen, que desaparezcan”. 
El presidente de la LFP sugirió, también y de manera involuntaria, una discusión metafísica envuelta en la simplicidad de su decisión: “Desde la Liga se cree que por ese hecho no se debe guardar minuto de silencio. Si hubiese sido un aficionado normal que viene a ver a su equipo, hubiéramos suspendido la jornada. No es un aficionado normal, es un aficionado que ha venido a encontrarse en una pelea. He rezado por él pero no podemos comparar este minuto de silencio con el de la policía fallecida”. Las lágrimas de Víctor Fernández -entrenador del Deportivo- antes de abandonar la sala de prensa después de que su equipo cayera 2-0 ante el Atlético, reflejan el dolor y la incomprensión de la sensibilidad afinada y genuina de los valores deportivos que alejan al fútbol de estas acepciones por la relajación de algunos de sus dirigentes. Se cierra la escena con dos pinceladas de la complejidad que esta interacción encierra: el sábado anterior, en el arranque del Atlético - Málaga, se exhibió en el marcador del Calderón -rocambolesco guiño tétrico del destino- la imagen de un “camarada” ideológico (condición que atestiguaba una pancarta expuesta en el fondo sur y que reforzó el silencio del grupo de animación en los primeros cinco minutos de encuentro) del núcleo nazi del Frente Atlético, fallecido, posando con Diego Pablo Simeone, en, presumiblemente, el ejemplo gráfico de las fisuras en la inspección de lo específico y lo general en la relación del club con su grupo ultra. El segundo punto que merece atención llega del escorzo intelectual y de voluntad que reflejó el mensaje que la cuenta de twitter oficial del Deportivo de la Coruña publicó tras conocerse el deceso de Jimmy: “Nuestras más sinceras condolencias y apoyo a los familiares y amigos de “Jimmy”. D.E.P. #FútbolsinViolencia”. Son los primeros estertores de un debate que la experiencia en España ha mostrado tan necesario como fugaz.

No hay comentarios:

Madrid, Madrid, Spain
Apartado de correos 36.154. Madrid 28080 redaccion@revistasuperhincha.zzn.com

Sign Up with revistasuperhincha Mail
Place your promotional Text Here
First Name: Last Name:
Login to revistasuperhincha mail
User Name: Password:
Technical Support Help Password Reminder
DISTRIBUIDORAS TELÉFONOS DIST. GORBEA, S.A. 945256455 ALDIPREN S.A. 967245872 S.G.E.L. - ALICANTE 965107370 S.G.E.L. - ALMERÍA 950226239 PRENSA DIST. ABULENSE S.L. 920226379 DIST. EXTREMEÑA DE PUBLICACIONES, S.L. 924272411 DIST. IBICENCA DE EDICIONES S.L. 971314961 S.G.E.L. - MALLORCA 971434887 S.G.E.L. - MENORCA 971360743 S.G.E.L. - BARCELONA 932616981 S.G.E.L. - BURGOS 947485413 S.G.E.L. - CÁDIZ 954513889 S.G.E.L. - ALGECIRAS 956626968 S.G.E.L. - CASTELLÓN 961221942 LOGÍSTICA DE CIUDAD REAL, S.L. 926213541 DIST. CORDOBESA DE MEDIOS EDITORIALES 957429051 S.G.E.L. - LA CORUÑA 981795405 DISTRICUEN, S.L. 969235424 S.G.E.L. - GERONA 972400327 DIST. RICARDO RODRÍGUEZ 958401980 S.G.E.L.- GUADALAJARA 915127400 BADIOLAN DIFUSIÓN S.L. 943667057 S.G.E.L. - HUELVA 954513889 S.G.E.L. - JAÉN 953281460 DISTRIBUCIONES GRAÑA 2007 987455455 S.G.E.L. - LLEIDA 973204700 S.G.E.L. - LUGO 981783403 S.G.E.L. - MADRID 916576900 S.G.E.L. - MÁLAGA 952241800 S.G.E.L. - MURCIA 968239142 S.G.E.L. - PAMPLONA 948189184 DISTRIBUCIONES GRAÑA 2007 987455455 DIST. ARBESU, S.L. 985263552 S.G.E.L. - ASTURIAS 985732109 MERINO ABIA, S.L. 979713846 S.G.E.L. - LAS PALMAS 928574439 DIST. NOROESTE, S.L. 986252900 DIST. RIVAS, S.A. 923241804 GARCÍA Y CORREA, S.L. 922229840 DIST. JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ, S.A. 942369267 DIST. SEGOVIANA DE PUBLICACIONES 921436423 S.G.E.L. - SEVILLA 954513889 DISTRISORIA S.L. 975239101 DIST. RUEDA, S.A. 977127200 TRADISPCA S.A. 925240604 S.G.E.L. - VALENCIA 961221942 DIST. VALLISOLETANA PUBLICACIONES, S.A. 983239144 DISTRIBUIDORA SIMO PUBLICACIONES, S.L. 944598008 G.E.M.A., 2000,S.L. 980534431 VALDEBRO PUBLICACIONES, S.A. 976451266 DIST. QUATRE BARRES 376822613
free counters

.

.