martes, 2 de diciembre de 2014

Silencio y muerte en Riazor Blues

A la 1.30 de la madrugada los Riazor Blues se repartieron en dos autobuses según su jerarquía. En el primero iban los cabecillas y la llamada vieja guardia, hombres veteranos y de respeto dentro del grupo. En el segundo se subieron los más jóvenes, chavales algunos que llevan poco tiempo en el mundo ultra, casi todos veinteañeros. Hicieron dos paradas, una en Guitiriz alrededor de las 2.30 y otra llegando a Madrid alrededor de las 7.30. Desde allí salió un coche delante del autocar. Según varias fuentes, para hacer de lanzadera y avisar de controles policiales. Según el chófer del autobús, para guiarle a él hasta el punto en que tenía que aparcar. El hombre habló el lunes con 'Cope Coruña' y dijo que los ultras del Deportivo siempre son muy educados y que no había visto barras de hierro ni palos: «No abrimos ni los maleteros». El autobús atravesó Madrid hasta llegar a su aparcamiento, en Madrid Río, sobre las 8.30.
El día anterior uno de los líderes del Frente Atlético, un grupo de ideología neonazi, envió un mensaje de texto al grupo: «Hola a todos. Mañana jugamos el penúltimo partido de Liga de este año en el Calderón contra el Dépor. Hemos quedado a las 7.00 en el lugar habitual. Sed puntuales! Prietas las filas... Atleti o Muerte!». El partido era a las 12 del mediodía. Los ultras del Deportivo bajaron del autobús a las 8.30. La mayoría de ellos se empezaron a abrigar. La mañana de Madrid era fría, nublada y cerca del río la temperatura roza los cero grados. Habían conseguido llegar a la capital sin ser detectados por la Policía y se ahorraron el pastoreo de los autobuses por parte de los agentes, que los embocan directamente al campo. Eso en el mundo ultra es un triunfo porque, en caso contrario, la afición visitante ha de soportar las burlas y el descrédito de la local, que la acusa de cobarde y de protegerse con la policía para evitar enfrentamientos. Todos los grupos coinciden en la exhibición de unas siglas: ACAB (All Cops Are Bastards), y en un odio: el dirigido a las fuerzas de seguridad. Como dice uno de ellos, la UIP es el mayor grupo ultra de España, «y el que nos pone de acuerdo a todos».
¿Qué iban a hacer los coruñeses de tapadillo por Madrid a esas horas? «Lo de siempre, rondar por ahí y tratar de llegar al bar de ellos», dice uno de los miembros de la expedición. «Nosotros», cuenta, «no quedamos, pero no hace falta, normalmente salimos a buscarnos y eso también es parte del juego». El objetivo siempre es el mismo: coger de improviso a los ultras locales y asaltar su bar. «Animamos, nos gusta beber y pasarlo bien con nuestro equipo. Y si hay que darse unas hostias, se dan, pero nada más», dice el blues. «Tú no sabes la explosión de adrenalina que es entrar en una pelea multitudinaria», cuenta un ultra retirado. Ambos coinciden en que hay unas reglas. No se llevan armas, no se pega en el suelo y si uno está rodeado y abatido se le deja en paz. Desde A Coruña se recuerdan las imágenes de una monumental paliza entre Biris y Frente Atlético en la que uno del FA está en el suelo y los sevillanos, entre gritos de «parad ya» y «que se vaya», le dejan escapar.
Para llegar al bar de los rivales se usan todo tipo de tretas. Hace unos años en Madrid varios bukaneros (ultras del Rayo Vallecano de extrema izquierda) se apostaron cerca de la tienda oficial del Real, en Padre Damián. Se corrió la voz hasta el Drakkar, el antiguo bar de los ultras en Marceliano Santa María, y de allí partió un grupo para ir a por ellos. Al dejar desprotegido el Drakkar, una mutitud de bukaneros salió de otro lugar y arrasó con todo, provocando la estampida de Ultrasur. Fue en 2011. Las consecuencias de estas batallas se prolongan en foros y redes sociales, y algunas permanecen en el tiempo. En el caso de los ultras rayistas, el asalto al centro de reunión de US tiene incluso una canción: «Fulero alé, fulero alé / te veo en el Drakkar / echas el cierre / luego a correr».
Nada más bajar de sus autobuses, y cuando iban al encuentro de bukaneros amigos, el centenar de Riazor Blues contempló una estampa pavorosa. Al otro lado del río, observándolos, había no menos de 200 ultras del Frente Atlético. «Estábamos flipando. Eran muchísimos y empezaron a correr hacia nosotros». Según los blues, eran tantos que cuando los de las primeras líneas ya se estaban peleando aún seguían cruzando el puente los últimos de FA. Este testigo dice que recuerda ver el destello de navajas, cuenta que empezaron a armarse con lo que les tiraban y lo que encontraban, y que empezaron a recular. Entre los más rezagados estaba Francisco Javier Romero Taboada, Jimmy, de 43 años, al que atraparon entre varios y sometieron a una paliza (la autopsia dice que le reventaron el bazo de un golpe con una barra de hierro) antes de tirarlo al río.
El testigo de los blues insiste en que ellos no estaban armados («sólo llevábamos bengalas y voladores») y que no había ninguna quedada. El presidente de la Federación de Peñas del Depor, Emilio Abelleira, dijo el lunes en Radio Galega que llevaban varios días planeando la pelea. También un amigo del fallecido, en Radio Voz, dijo que Jimmy le había contado una semana antes que habían quedado por whatsapp. A la Policía no le consta documentalmente que haya habido convocatoria. En A Coruña muchos vecinos se preguntan por la importancia de que hayan quedado de antemano cuando la intención era pelearse de todas formas. «Este debate estúpido», dice un comerciante de la calle de la Franja, el lugar en el que vivía Jimmy, «nos distrae de dos noticias: por qué no están detenidos los asesinos y por qué la policía tardó tanto en aparecer». Y otra cosa, añade: «Por qué ponéis -los medios- el foco en la banda de la víctima y no en la del culpable».
En la Franja, una calle peatonal repleta de taperías y marisquerías, recuerdan a Jimmy jugando con su hijo en la Plaza del Humor junto a su pareja, una mujer muy delgada que el domingo voló a Madrid a recoger el cadáver del padre de su hijo. Del mismo modo que los ultras deportivistas se asombraron de la cantidad de vieja guardia que el domingo había entre los FA, también en ambientes de Riazor sorprendió la presencia de Jimmy en semejantes circunstancias cuando lo creían más «asentado». El estadio coruñés, plagado de pintadas en el fondo de los Blues sobre antifascismo, independentismo y ACAB, tiene en el lustroso lateral que da a la Avenida de La Habana, una calle sembrada de chalés y casas de torreón desde los que se ve la playa de Riazor, las imágenes de sus años de gloria entre 1995 y 2002. Allí está Alfredo rematando de cabeza el balón que le daría la Copa del Rey, el once inicial del Centenariazo saludando al Madrid en el Bernabéu o Mauro Silva arrebatando un balón en Champions a Van Nistelrooy con el Manchester United. A cien metros, subiendo Ronda y llegando a la Avenida do Peruleiro, está el Bar O Norte, punto de reunión de los Riazor Blues. Varios jóvenes del grupo, acompañados de un pitbull, hablan continuamente por teléfono y beben cerveza.
Los Riazor Blues esperan la llegada de heridos y detenidos. En este momento son muchos, espantados, los que se replantean su papel en el grupo. Un viejo ultra dice que suele pasar: «Entran pensando que es un juego, que va de patadas y puñetazos, y de camaradería, pero en cuanto aparece un cadáver o un minusválido, o un tuerto, dan un paso atrás. Es un juego, pero el de los más locos y el de los más fuertes, por eso ahora ves los fondos de los estadios y están todos como armarios». Hace años cogió el mando una hornada de jóvenes ante el debilitamiento de la grada. Volvieron con fuerza tras el homicidio de Manuel Ríos en Compostela, hincha deportivista que recibió una patada de un blues que le reventó el hígado cuando trataba de proteger a un aficionado (su agresor fue absuelto). Más ordenados, más solidarios (realizaron varias recolectas sociales) y más violentos, los Riazor Blues volvieron con fuerza a la escena ultra. Hasta el silencio actual, de cementerio, como en 2003.
A pocos metros de donde se reúnen los ultras coruñeses en el Peruleiro hay una frase de Cortázar: «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos».

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