No es solo cosa de Europa o Sudamérica, en Asia también hay ultras. En Indonesia los ultras del Persija Yakarta, el club más importante del país, siembran el caos en cada partido.
A principios de este mes, 16 autobuses llenos de integrantes de la Jakmania -tal y como se conoce al grupo ultra- se desplazaron para enfrentarse al Persib Bandung. El partido se disputó a 500 kilómetros de Yakarta y sin la presencia de los Vikings -los ultras del Persib Bundang- porque el estadio del Persija se clausuró por incidentes violentos en el anterior partido que disputaron como locales.
La marea naranja agredió a cuatro policías en aquel partido, entre ellos uno que estuvo en coma durante varios días.
La situación entre la Jakmania y los Vikings estaba particularmente tensa porque un mes antes varios miembros de la Jakmania habían atacado a algunos aficionados rivales en las afueras de Yakarta. De hecho, un aficionado de 17 años del Persib Bundang, Muhammad Rovi Arrahman, fue asesinado.
Aunque los Vikings no podían asistir al partido, estuvieron presentes en los aledaños. La policía escoltó los autobuses de la Jakmania cuando volvían a casa a sabiendas que los Vikings buscaban vendetta. En efecto, los autobuses fueron apedreados por los Vikings en el peaje de una autopista. Cientos de ultras de la Jakmania salieron disparados y corrieron hacia sus atacantes. Batalla campal a un lado de la autopista.
Esta rivalidad es solo un ejemplo de la violencia que reina en el fútbol indonesio. La organización Save Our Soccer (SOS) fue uno de los primeros grupos en destacar la alarmante violencia de sus estadios. Según SOS, desde 1994 al menos han muerto 54 indonesios a causa de sucesos relacionados con el fútbol.
Dejando a un lado la herencia de la cultura europea del fútbol y sus hooligans, las raíces violentas del fútbol en Yakarta también tienen su origen en condiciones sociales locales. Para ser más exactos, el distrito de Manggarai, al este de Jakarta, es uno de los lugares clave.
Es la sede de la Jakmania, y hay graffitis del Persija por todas partes. De hecho, entre la Jakmania llaman al distrito "Barrabravas", conocedores de las bullas que montan en los estadios y el nombre de los ultras en América Latina.
A Manggarai se le considera el guetto de Yakarta. Es una de las zonas más pobladas de la ciudad y la que tiene la mayor tasa de paro. Los motines y los enfrentamientos en pequeña escala -conocidos como "tawuran"- son habituales. Hace dos años la policía implantó una valla de hierro en una parte de Manggarai, para evitar que los jóvenes de diferentes áreas se pelearan.
Los chavales se comenzaron a tirar piedras de un lado a otro en lugar de detener su conducta. Una actitud que trasladan a los estadios de fútbol.
De los miles de aficionados que forman la Jakmania, solo una fracción está registrada como miembros oficiales. Los fans no oficiales son conocidos como "Rojali" porque no tienen dinero para comprar entradas. Una boleto para ver al Persija cuesta unas 50.000 rupias, algo inalcanzable para muchos indonesios que viven bajo el umbral de la pobreza en un país donde una ración de comida en cualuier puesto ambulante cuesta 15.000 rupias.
Pobres o no, lo que comparten todos los miembros de la Jakmania es su odio hacia la policía. El ACAB -All Cops Are Bastards- está presente entre los jóvenes ultras y suelen llevar camisetas, tatuajes y bufandas con las siglas.
Este enfrentamiento con las autoridades se consolidó el pasado mes de mayo, cuando uno de sus aficionados sin entrada muriera en un partido. Se llamaba Muhammad Fahreza y tenía 16 años. Se quedó atrapado fuera del estadio, entre las masas que no tienen boletos e intentan entrar. En Indonesia, a partir del descanso, se produce el "jeloban", donde abren las puertas de los estadios y los aficionados sin entrada acceden a las gradas.
Fahreza murió a golpes en la puerta. Su hermano le vio dentro de la ambulancia que lo llevaba al hospital lleno de moratones por la avalancha y con un golpe bestial en la cabeza. Antes de morir le dijo a su hermano que fue un policía el que le dio el golpazo.
Su muerte cabreó a la Jakmania. El siguiente partido en casa contra el Sriwijaya FC tuvo que ser suspendido. Las bengalas y los petardos encendidos en la grada se tiraron al césped. Centenares de ultras invadieron el campo y la policía detuvo el partido lanzando gases lacrimógenos.
Algunos aficionados pillaron por banda a un agente policial y lo apalizaron tirándole encima vallas arrancadas. Tras varios días en coma perdió su ojo izquierdo.
La violencia de la Jakmania tiñe la liga indonesia, que trasciende fronteras más por estos tristes incidentes que por el nivel de su fútbol.
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