lunes, 7 de abril de 2008

Una tregua en la lucha por el poder

Los encargados de la seguridad tomaron recaudos, los violentos ofrecieron una tregua. La conjunción permitió que en el estadio de Lanús los hinchas de River disfrutaran en plenitud del éxito sin la necesidad de observar con preocupación un posible desborde o enfrentamiento entre los miembros de la Banda de Gonzalo y la Banda del Oeste, las dos facciones que se disputan el poder de la barra brava. No hubo banderas alusivas de quienes el domingo último, en Liniers, sembraron el pánico con cuchillos, facas, cinturones... S
í, muchos estandartes que suelen acompañar al equipo en el Monumental, y también cuando se presenta afuera de Núñez. Banderas con inscripciones Villa de Mayo, Villa Dominico, San Telmo, El Palomar, Pilar, Caraza, Samoré Zona Norte... lucieron colgadas del alambrado. Fueron retiradas apenas el árbitro Sergio Pezzotta determinó el final del partido sin la necesidad de la intervención de la policía. El codo donde se ubicaron los simpatizantes visitantes tampoco estuvo colmado, algo poco frecuente, ya que los millonarios, si ganaban, recuperaban el liderazgo. Puede afirmarse que la batalla protagonizada en Liniers, cuando River se midió con Arsenal, atemorizó a muchos hinchas. Hace ocho días, en la tribuna popular, padres con sus hijos corrieron despavoridos. Ayer, el miedo los atrapó. Y si existía alguna remota posibilidad de presenciar el encuentro fue descartada. Muchos jóvenes, pocos menores. El Comité Provincial de Seguridad Deportiva (Coprosede) dispuso un operativo de seguridad con 700 efectivos.
También se aplicó el derecho de admisión para unos 80 integrantes de la barra de River. El control de alcoholemia y el morpho touch -averigua en forma inmediata si la persona que apoya su dedo pulgar derecho en el aparato tiene antecedentes penales- fue utilizado de manera selectiva en los accesos al estadio. Los hinchas que llegaron a Lanús procedentes de la Capital, transitando por el puente Pueyrredón, se encontraron con un grupo de efectivos que en motos y patrulleros vigilaban que no se produjeran desbordes. Ya en Lanús, el ingreso de los simpatizantes de River fue lento. El jefe del operativo, el capitán Héctor Bermúdez, de la comisaría 2» de Lanús, informó que los cacheos fueron estrictos. Los cinturones con grandes hebillas fueron quitados; las personas eran palpadas con rigurosidad. Algunos debieron quitarse el calzado para ser examinados.
Otra vez la tranquilidad y el sosiego regresó a la tribuna de River. Los violentos se replegaron, el organismo de seguridad actuó sin fisuras. Pero la pequeña batalla no debe conformar a quienes deben velar por la seguridad de los espectadores. Quienes infunden el miedo en las canchas y pugnan por un generoso botín volverán a la carga. La salvaje lucha interna en la barra brava de River se desató hace poco más de un año, y aunque los antiguos jefes ya no dominan el escenario, aparecen nuevos cabecillas.

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