domingo, 24 de agosto de 2008

Un paseo por Croacia: Split y el inabarcable Hadjuk

No es difícil darse cuenta de que Split es un hervidero de pasión futbolística. Los escudos del Hadjuk se ven por todas partes. Ni siquiera Diocleciano, ese emperador romano que decidió elaborar un majestuoso palacio para su retiro en la principal ciudad de Dalmacia, podría imaginar que con el correr de los siglos un equipo de fútbol acapararía incluso más poder que él mismo en la que fue siempre su ciudad.
Split es un bello paraje rodeado de montañas, con una arquitectura que refleja su riqueza histórica y un mar Adriático que le regala bellas calas a lo largo de sus costas. Por encima de todos esos atractivos reclamos está el Hadjuk, más que un símbolo para sus habitantes. Es difícil encontrar una población que se identifique tanto con un club de fútbol. Sus ultras, los llamados Torcida Split, posiblemente el grupo más violento de Croacia y según dicen ellos mismos el grupo radical más antiguo de Europa (data de 1950), han adornado de toda clase de motivos referentes al Hadjuk cada rincón de la ciudad. En el puerto, en el palacio, en las principales avenidas de la zona moderna, los emblemas del Hadjuk son omnipresentes en este maravilloso enclave…

Ser de Split y no ser hincha del Hadjuk es prácticamente imposible. En consecuencia, la mayoría de sus habitantes repudian todo lo que proceda de Zagreb. El Dinamo es el principal enemigo y se antoja una palabra tabú. Dinamo y Hadjuk son los dos grandes equipos de Croacia y protagonizan un derbi relativamente similar al del Madrid-Barça en España. Sin embargo, en el caso croata hay una rivalidad infinitamente mayor que siempre desemboca en actos de desmesurada violencia. El odio, sobre todo desde Split a la capital, es colosal, difícil de comprender en nuestro país.
El extranjero que desconozca la clásica rivalidad que engendra el ‘derbi eterno’ debe tener cuidado a la hora de ensalzar nombres de determinados futbolistas de la tierra, porque, en caso de que tengan pasado en el Dinamo, pueden buscarse un desagradable problema. Boban y, sobre todo, Davor Suker son posiblemente los únicos futbolistas procedentes de Zagreb que no despiertan recelos. Lo que ambos hicieron por el fútbol nacional no se olvida ni siquiera aquí. Son futbolistas venerados, aunque siempre por debajo de Slaven Bilić.
Bilić, gran defensa oriundo de Split, ganó varios títulos con el Hadjuk a comienzos de los 90 y luego jugó en la Bundesliga y la Premier. Fue un hombre fundamental en el Mundial de Francia 98 y amplió su leyenda cuando cerró su carrera con liga incluida en el Hadjuk. Al pronunciar su nombre arrancaremos la sonrisa de cualquier viandante; Bilić es el gran ídolo que, a diferencia de otros históricos como Alen Boksic, no salió disparado del país cuando estalló la guerra. Su impronta no ha pasado inadvertida y todavía hoy su nombre sigue siendo el más coreado por las gradas del Estadio Poljud, una maravilla arquitectónica que se diseñó en 1979 para albergar los Juegos Mediterráneos; sin duda el estadio más bonito de Croacia.
Más allá de todo esto, en Split se percibe a cada esquina el principal problema que sacude al fútbol croata. Los ultras copan ya demasiado espacio en el balompié de este país, hasta el punto de que el gobierno se ha propuesto realizar una severa ley para acabar con esta amenaza. En las zonas de ambiente nocturno es relativamente fácil cruzarse con fanáticos que te hacen interrogatorios en busca de carnaza. Hay que evitar referirse al Dinamo o a equipos serbios… Si pasas el corte, los radicales te invaden con sus cánticos, que en la mayoría de los casos denotan odio radical hacia el Dinamo de Zagreb y proclamas ultra nacionalistas, que son adoptadas con facilidad por la mayoría de los ciudadanos de Split, dado el carácter extremadamente chauvinista del pueblo croata. Llevar una camiseta del Dinamo se interpreta como una inaceptable provocación; la intolerancia en este sentido es total… Es el único pero que se le puede poner a una ciudad que respira fútbol por los cuatro costados, entregada eternamente a unos colores que veneran.

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