jueves, 6 de junio de 2013

San Mamés, la catedral de los tabúes

San Mamés será demolido el próximo verano. Para los periodistas deportivos que viven de espaldas a cualquier cosa ajena a lo estrictamente futbolístico, San Mamés siempre ha sido “la catedral del fútbol español”, calificativo quizá cierto allá por los años 40 o 50. Para los que, modestamente, miramos un poco más allá e intentamos ver todo lo que rodea al fútbol, es simplemente un lugar muy antipático. Sobre todo, es uno de los símbolos de la fallida democracia española. Si hemos de considerar un templo a San Mamés, se trata principalmente de un templo de tabúes: durante las larguísimas décadas de azote terrorista, sólo una vez se amagó  con guardar un minuto de silencio por una víctima. Fue en el 2008, tras el asesinato de Isaías Carrasco, peligroso fascista padre de tres hijos, que oprimía a todos los vascos libres desde su puesto de concejal del PSE de Mondragón. El “minuto” duró exactamente 23 segundos, no de silencio, sino de estruendosos pitidos de los simpatizantes de los asesinos, que aún hoy se aposentan en uno de los fondos de la “catedral”. Curioso que aquello se viera como algo “inevitable”, hoy que somos tan correctos que nos escandalizamos porque se tira un plátano a un terreno de juego. ¿Sanciones? Ja.
Pero no es que San Mamés rechace los minutos de silencio en general: observen el brutal contraste con el que sí guadó hace justo un año, después de que el aficionado Iñigo Cabacas muriera de manera accidental durante unos disturbios en los que intervino la Ertzaintza: ¡¡no se oía ni una mosca!! Evidentemente, la vida de Cabacas valía mucho más que la del desgraciado de Carrasco. Ayer mismo hubo una manifestación en recuerdo del infortunado muchacho, ya convertido en mártir de extrañas causas. Del concejal asesinado (y de tantos otros) se acordará su familia y gracias.
Más tabúes de “la catedral”: La selección española no juega en San Mamés desde 1967, pese a haber visitado durante ese tiempo campos tan exóticos como Cartagonova, Los Cármenes, Reino de León, Nueva Condomina, Martínez Valero o  Nuevo Vivero. Pero en “la catedral del fútbol español” no se juega, no vayan a molestarse los mismos que silbaban a los muertos. Claro está, la bandera española es otro símbolo vetado allí. Intenten asistir a un partido con ella, si es que tienen poco aprecio por su integridad física. Curioso que los mismos periodistas que entran poco menos que en trance orgásmico cada vez que juega “La Roja” vuelvan una y otra vez a los mismos tópicos cada vez que se juega un partido importante en San Mamés (“clásico del fútbol español”, por ejemplo), cuando su querida selección tiene las puertas de ese estadio cerradas a cal y canto. Lo que sí se juega casi cada año sin falta es el akelarre indepentista de la selección vasca, promovido por Esait, esa asociación preocupada exclusivamente por temas deportivos. El único que ha puesto algo de todo esto negro sobre blanco ha sido Julián Ruiz, y casi se le obligó a rectificar en el Punto Pelota del día despés.
Por supuesto, el gran tabú de San Mamés y del Athletic es la segregación regional, esa anacrónica pureza de raza que exige que sólo jugadores de la tierra vistan su camiseta. No de la cantera, ojo: basta con que sean vascos, o navarros, o al menos “hijos de”. Tan caprichoso es el criterio que se llegó al absurdo de que Lizarazu, un francés que no hablaba media palabra de español (no digamos de euskera), se consideraba apto para el equipo, mientras que por ejemplo uno de Santander no. Muy poco le costaría al Athletic abrir la mano en este aspecto y permitir un pequeño cupo de “foráneos” en sus plantillas (¿tres? ¿cinco?). La Real Sociedad lo hizo hace mucho y aún no ha muerto nadie del disgusto, ni parece que se cuestione su condición de equipo vasco. Pero huelga decir que ni los silbadores ni los distintos presidentes del Athletic, casi siempre militantes del PNV (casualidades), han estado por la labor de este acercamiento al resto de España.
Perdón por toda esta parrfada, pero me parecía un tema importante e interesante, ahora que el estadio se acerca al fin de su historia.
¿Cuál sería la mejor forma de despedirse de la “catedral”? Para mí, meterles seis o siete chicharros, desde luego. ¿Y la mejor forma de inaugurar la nueva? Quizá con un partido de la selección española. Pero no lo veremos, porque a pesar de que “ETA se ha disuelto”, como dicen algunos por ahí, nada ha cambiado: en realidad los pistoleros están en barbecho con sus arsenales intactos, hasta ver cómo les va a sus filiales políticas. Pero los memos de siempre, los de las orejeras, seguirán llamando al nuevo estadio “catedral”, cuando lo único que tendrá de eso es que se habrá construido con muchísimos fondos públicos (concretamente 110 millones de euros, más otros 11 en impuestos perdonados). Aunque los que se lleven la fama de “equipo del gobierno” y de “pegar pelotazos” serán siempre otros, claro.

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