lunes, 6 de agosto de 2007

LA VIOLENCIA NO ES DEL FÚTBOL, EL FÚTBOL ESTÁ AFECTADO POR ELLA"

Entrevista a Esteban Ibarra en el AS
Qué hace, a su juicio, que al fútbol se le conozca como el deporte rey?Una de las razones fundamentales es que se invierte mucho dinero y eso está directamente relacionado con las dimensiones que ha alcanzado. Hay deportes, como el baloncesto, que en otros países tienen la misma presencia que el fútbol en España. En Estados Unidos el baloncesto mueve también masas y pasiones, sin embargo nunca se llega a situaciones como las que vivimos aquí. Creo que debe preocuparnos cómo la pasión del llamado deporte rey en nuestro país deriva en actos violentos y en hechos que generan muchísimo peligro.Hay muchas cosas que pasan por el fútbol pero que no tienen nada que ver con élAsí es, pero no debiera ser así, porque el aficionado va disfrutar del fútbol, al futbolista le gusta jugar, es su profesión y el entrenador lo vive también con una intensidad especial no obstante hay determinados grupos que se dedican a calentar los partidos y a favorecer altercados dentro del estadio o en sus inmediaciones. Además, de unos años a esta parte se han detectado estrategias claras que están orientadas a utilizar el fútbol con fines ideológicos y políticos. Es algo que se viene denunciando desde hace tiempo en toda Europa y nosotros lo hemos hecho también en España.¿Desde Heysel hasta hoy cómo ha evolucionado el problema de la violencia en el fútbol?Lo que ocurrió en Heysel tenía una relación directa con la seguridad en los estadios, con las estructuras y la construcción de los recintos deportivos y con las avalanchas que se producen en la grada. Hasta los noventa el problema estaba ligado a estos elementos. A partir de ahí esa realidad cambia. La violencia se produce dentro del estadio pero, en muchas ocasiones, se proyecta fuera de él y se dirige a otras aficiones, contra las fuerzas de seguridad, jugadores o personas que, simplemente, tienen otro color de piel. Esto último ya ha aparecido en España de forma clara y muy preocupante. Hay que distinguir, por lo tanto, entre esas dos realidades, son dos etapas distintas. Lo de Heysel tuvo un origen y lo que ocurre ahora es diferente. Lo actual nos debe llevar a una reflexión muy seria y a tomar medidas concretas que impidan la generalización del problema.¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?Hay muchos factores que influyen en algo así. Recuerdo un debate de televisión en el que participé con Jesús Gil, donde reconoció que la mayor parte de los directivos de clubes de fútbol habían apoyado, sostenido y financiado a los grupos ultras. Todos creían que los podían controlar pero se daban cuenta de que, en un momento determinado, ese grupo ya tenía vida propia y se les iba de las manos. Gil, que en su última época tuvo un gran enfrentamiento con los ultras del Atlético de Madrid, explicó lo duro de ese choque y las consecuencias que estaba teniendo en forma de tensiones de todo tipo con los integrantes de estos grupos. Esta es una realidad que debe ser combatida desde todos los frentes para evitar situaciones cada vez más graves. No podemos negar una realidad que viene de lejos. Hace unos cinco años, tras un triunfo del Real Madrid hubo más de 250 detenidos en Cibeles y hasta disparos. Hace muy poco, esta vez en Italia, murió un policía y cada vez que hay unos festejos porque se gana un título aparecen estos grupos desvirtuando la celebración. Las instituciones han pedido tolerancia cero, pero son pocos los clubes que ha hecho algo para atender la petición de las autoridades.¿Qué impide a los clubes romper con esos grupos violentos?La mayoría de los clubes, después de haber apoyado y financiado el nacimiento y el desarrollo de estos grupos, una vez que los ultras ya se han asentado y están perfectamente organizados, lo que no quieren son problemas. Prefieren pactar con ellos a tener que enfrentarse a una organización que dentro del campo puede provocar situaciones delicadas en forma de protestas contra el club o altercados que normalmente acarrean el cierre del estadio. Es muy difícil dar un paso atrás cuando se les han estado cediendo locales en los estadios, se les han regalado entradas que ellos luego revenden y se les han concedido privilegios que no se ofrecen al buen aficionado. Lo que se echa en falta es una presión institucional mucho mayor sobre los clubes para que no les quede más remedio que frenar y desalojar de los estadios a estos grupos que son el origen de la violencia.De la violencia y de los brotes xenófobosSí. Los principales protagonistas de insultos de tipo racista son los miembros de estos grupos que luego, esto es lo grave, tienen la capacidad de contaminar a todo un estadio. Afortunadamente la sociedad en general está más en guardia y es más sensible respecto a algo que puede extenderse y afectar gravemente a la convivencia. Ha habido en relación con este tema un momento en el que se ha focalizado el problema porque se desata un escándalo con la Selección Nacional como protagonista (la arenga de Luis Aragonés a Reyes llamando negro a su entonces compañero en el Arsenal, Henry). Esas desgraciadas palabras del seleccionador español desatan un conflicto de magnitud internacional, hasta el punto de que llega a intervenir el primer ministro británico, hay manifestaciones de políticos en España y se provoca un movimiento de alarma que es el origen de la Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte. Esta ley responde a otra etapa diferente a la de Heysel. Ahora se trata de prevenir las conductas, de fomentar la interculturalidad, pero también de mandar mensajes de sanciones a las entidades deportivas.Para muchas personas esta violencia es un problema social y no deportivo, ¿usted que opina?Es verdad que hay una situación capilar de la violencia en todos los sectores de la sociedad. Una relación osmótica: "Se es violento en la calle, cómo no se va a ser violento en el fútbol". El fútbol tiene, no obstante, una singularidad. Permite, por ejemplo, tener reunidos y perfectamente organizados a dos mil o tres mil individuos muy violentos que, además y por si fuera poco, se ven amparados por el anonimato de la masa. Se arropan y protegen en esa estructura que les facilita la ubicación que tienen en el estadio. Es una organización muy fuerte. He conocido, por padres que acuden a nosotros, numerosos casos de chavales que se sienten atraídos por esa fuerza y por el fervor que se vive en esos grupos. Las identidades se viven de una manera muy compulsiva: la identidad futbolística frente al otro como algo que hay que superar utilizando acciones tremendas, desmedidas. Esa es la singularidad que tiene la grada ultra. Siempre distingo entre eso y el fútbol como deporte, algo que me gusta y defiendo. La violencia no es del fútbol, el fútbol está afectado por la violencia.¿Qué mueve a los jóvenes a unirse a estos grupos?Los chavales encuentran en esos colectivos que ejercen la violencia un camino para incrementar su autoestima. Esa autoestima y su jerarquía dentro del grupo crecen en función de la dureza. Los más duros son los más respetados y los que gozan de mayor prestigio. Hay un proceso de socialización del adolescente en el que el grupo, los colegas, tienen más peso que los padres, la escuela o las reglas sociales. El modelo asociativo juvenil ha fracasado, ahí es donde tenemos el problema. Necesitamos una socialización positiva del adolescente que se puede lograr, por qué no, a través del deporte de base.¿Los jugadores, a su juicio, podrían hacer más para ayudar a combatir los comportamientos antideportivos?Hay gestos, campañas palabras al fin y al cabo. Es un poco penoso ver como los jugadores rinden reconocimiento a los ultras: van a su grada, celebran con ellos los goles, les regalan camisetas, entradas tienen con frecuencia actuaciones que no se deberían dar jamás. Miran hacia otro lado. Los jugadores tendrían que revisar sus pautas de comportamiento en este tema. No aparecer fotografiados con miembros de estos grupos ni con sus símbolos y potenciar más una imagen positiva vinculando el fútbol a los valores de convivencia. Eso sería lo deseable.

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