"¡Sabemos donde vives. Quemaremos tu casa. Cuidado con tu mujer y tu hijo!". Un grupo de furiosos aficionados rodeó el coche de Fabien Barthez, portero del Nantes, después de la derrota hace nueve días de su equipo contra el Rennes (0-2). El último conjunto que ganó la Liga francesa antes de la hegemonía del Lyon está a punto de descender tras 44 años seguidos en Primera. Y la hinchada lo pagó con Barthez. Golpearon y zarandearon su Porsche para impedirle salir del estadio Beajouire. Un seguidor incluso forzó su puerta para agredir al meta. Barthez salió del vehículo y se encaró con el joven. La policía les separó. "¡No vuelvo a jugar con el Nantes! No me siento seguro. Es mejor que me vaya. Acepto que me silben, pero esto va más allá del deporte. No puedo vivir así", afirmó.
Barthez salió del estadio, fue a su casa a por su mujer y su hijo, de cuatro años, y dejó Nantes para siempre. Se marchó con su madre, enferma de cáncer. Los tiempos de Fabulous Fab se habían acabado. La última aventura de Barthez, de 35 años, también. Y toda la interminable lista de privilegios que el guardameta disfrutaba en Nantes. Su presidente y amigo, Rudi Roussillon, le rescató en enero pasado de la retirada. Había colgado los guantes en el verano de 2006 después de una gris etapa en el Marsella, supuesto fin a una carrera llena de triunfos: campeón de Europa con el Marsella (1993), campeón del mundo (1998) y europeo (2000) con Francia, 87 veces internacional, 324 partidos en la Liga francesa, 92 con el Manchester United en la inglesa... Pero Roussillon le levantó del sofá con una gran oferta: dos millones de euros por seis meses de trabajo más otro medio millón si el Nantes conseguía salvarse. Era, claro, el mejor pagado de la plantilla. Todo "para ser el líder que le faltaba al equipo", según el directivo.
Más que un líder, Barthez fue rechazado en el vestuario, que nunca le aceptó. Ni a él ni a sus caprichos. Una cláusula en su contrato le permitía no ir a los entrenamientos el día siguiente a los partidos. Ni concentrarse un día antes con la plantilla. También podía fumar en la caseta echando el humo a sus compañeros sin que nadie le dijera ni mu. El cigarrillo le acompañaba hasta en la ducha. Y había enganchado al vicio a su amigo el presidente.
Los privilegios no se acababan ahí. El club le pagaba los 10.000 euros mensuales que costaba el alquiler de su casa, un palacete con seguridad privada a cinco kilómetros de Nantes. Pero había más. Obsesionado con la alimentación, Barthez llamó durante una concentración a su dietista personal para que diera una charla a los jugadores y los técnicos sobre cómo debe alimentarse un profesional. "¿De qué sirve si luego se va a la playa a fumar?", se quejó un compañero. El gesto de soberbia acabó con la paciencia de la plantilla. Sobre todo porque, como demostró en su carrera, Barthez no está entre los mejores porteros del mundo, aunque sí entre los más exitosos.
Sus nuevos compañeros decidieron darle una lección el primer día de entrenamiento. Se conjuraron para machacarle a tiros fortísimos desde ocho metros, a bocajarro. Furioso por la falta de respeto, Barthez dejó la práctica y se fue a casa quejándose de un hombro. Hace mes y medio repitió la escena en un partido oficial contra el Sedan (0-1). El meta se tragó un centro que acabó en gol y se fue del campo alegando que le dolía una pierna, pero sin pasar por el médico. Un nuevo capricho. En abril había realizado una entrada brutal a su compañero Pavet y dijo que se había "divertido". "Ése nunca ha conocido a Keane, Desailly y Vieira. Les habría denunciado a la policía", se defendió Barthez.
Sus compañeros se hartaron de él. Y la grada, también. Nadie quiso nunca a Barthez en Nantes. La tribuna de Loire le insultó en la derrota contra el Rennes y aporreó luego su coche. "Empezaron a darme patadas. Me protegí y luego reaccioné", recordó Barthez en L'Equipe. El club le ofreció un guardaespaldas, pero el portero cerró la puerta del club después de sufrir 23 goles en 14 partidos, con sólo tres victorias. El Nantes empató anteayer ante Le Mans (1-1) y está al borde del descenso. "Barthez está traumatizado, muy afectado", cuenta Roussillon. Pero no tanto como para retirarse y renunciar a sus privilegios de estrella. Hasta ha denunciado a sus agresores. "Es imposible que me retire. Estoy como un jovencito, en plena forma. Puedo aguantar todavía dos años. Si hay algo interesante, lo haré", asegura Barthez Pero nadie parece dispuesto a aceptar otra vez sus caprichos.
Más que un líder, Barthez fue rechazado en el vestuario, que nunca le aceptó. Ni a él ni a sus caprichos. Una cláusula en su contrato le permitía no ir a los entrenamientos el día siguiente a los partidos. Ni concentrarse un día antes con la plantilla. También podía fumar en la caseta echando el humo a sus compañeros sin que nadie le dijera ni mu. El cigarrillo le acompañaba hasta en la ducha. Y había enganchado al vicio a su amigo el presidente.
Los privilegios no se acababan ahí. El club le pagaba los 10.000 euros mensuales que costaba el alquiler de su casa, un palacete con seguridad privada a cinco kilómetros de Nantes. Pero había más. Obsesionado con la alimentación, Barthez llamó durante una concentración a su dietista personal para que diera una charla a los jugadores y los técnicos sobre cómo debe alimentarse un profesional. "¿De qué sirve si luego se va a la playa a fumar?", se quejó un compañero. El gesto de soberbia acabó con la paciencia de la plantilla. Sobre todo porque, como demostró en su carrera, Barthez no está entre los mejores porteros del mundo, aunque sí entre los más exitosos.
Sus nuevos compañeros decidieron darle una lección el primer día de entrenamiento. Se conjuraron para machacarle a tiros fortísimos desde ocho metros, a bocajarro. Furioso por la falta de respeto, Barthez dejó la práctica y se fue a casa quejándose de un hombro. Hace mes y medio repitió la escena en un partido oficial contra el Sedan (0-1). El meta se tragó un centro que acabó en gol y se fue del campo alegando que le dolía una pierna, pero sin pasar por el médico. Un nuevo capricho. En abril había realizado una entrada brutal a su compañero Pavet y dijo que se había "divertido". "Ése nunca ha conocido a Keane, Desailly y Vieira. Les habría denunciado a la policía", se defendió Barthez.
Sus compañeros se hartaron de él. Y la grada, también. Nadie quiso nunca a Barthez en Nantes. La tribuna de Loire le insultó en la derrota contra el Rennes y aporreó luego su coche. "Empezaron a darme patadas. Me protegí y luego reaccioné", recordó Barthez en L'Equipe. El club le ofreció un guardaespaldas, pero el portero cerró la puerta del club después de sufrir 23 goles en 14 partidos, con sólo tres victorias. El Nantes empató anteayer ante Le Mans (1-1) y está al borde del descenso. "Barthez está traumatizado, muy afectado", cuenta Roussillon. Pero no tanto como para retirarse y renunciar a sus privilegios de estrella. Hasta ha denunciado a sus agresores. "Es imposible que me retire. Estoy como un jovencito, en plena forma. Puedo aguantar todavía dos años. Si hay algo interesante, lo haré", asegura Barthez Pero nadie parece dispuesto a aceptar otra vez sus caprichos.
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