El temperamental Roy Keane, el motor del Manchester United durante la segunda etapa dorada del club, hoy al frente del banquillo en el modesto Sunderland, confesó hace unos días que en más de una ocasión sintió el deseo de emular a su antiguo colega Eric Cantona, aquel genio francés con aspecto de sicario que, sin embargo, trataba a la pelota con la delicadeza de un experimentado pianista. Pero fue en una noche en Selhurst Park, en casa del decaído Crystal Palace, sin un balón de por medio, cuando Cantona se convirtió en la envidia de todo el gremio futbolista.
El jugador suspendido en el aire, pierna derecha estirada, los tacos de su bota clavados en las costillas de Matthew Simmons, un espectador deslenguado que, sorprendido, no esperaba pagar sus excesos verbales y una grada paralizada, boquiabierta, incapaz de creer lo que veían sus ojos. La agresión se saldó con una inhabilitación de ocho meses para el fichaje más rentable en la historia del United y una conclusión: los deportistas de primer nivel no son sordos.
Nueve meses sin jugar fue el castigo impuesto a Cantona, pero a ningún hincha rival situado en la zona baja de la tribuna se atrevió de nuevo a repetir en su presencia las palabras de Simmons: "Que te jodan, vuelve a tu país, francés hijo de puta", según la versión más reconocida por los testigos.
Roy Keane, tan fiero, dicen, que incluso Alex Ferguson le temía, supo controlar su impulso, pero se quedó con las ganas de patear algún trasero. Sol Campbell, el veterano central del Portsmouth, no dudaría en hacer lo mismo si una escena similar se produjera fuera de los límites del terreno de juego. "Cuando alguien insulta de esa forma en la calle, lo arrestan", denunció el defensa internacional tras recibir los 'piropos' de los seguidores más exaltados del Tottenham, aquellos que a pesar del paso del tiempo aún no le han perdonado su fichaje por el Arsenal en 2001. "Nos pueden abuchear, pero los insultos que nos dedican... me parece que es llegar demasiado lejos. La FA [Federación Inglesa de Fútbol] y la Asociación de Jugadores Profesionales deberían tomar cartas en el asunto", añadió Campbell en la BBC.
El fútbol británico, abanderado del 'fair play', ha logrado desterrar la violencia física al menos dentro de los estadios, ha reducido de forma considerable las manifestaciones racistas de sus gradas -al menos ya no lanzan plátanos a los jugadores negros- y ahora se propone eliminar uno de los elementos inherentes al espíritu del hincha, el insulto desmedido. De sobra conocida es la teoría que asocia al aficionado de fútbol más con el desahogo personal que con su pasión por el deporte. Al estadio se va a decir todo lo que no se atreve uno a decirle a su jefe, o lo que es peor, a su pareja. Johann Cruyff aceptaba con naturalidad esta premisa, por eso siempre sacaba al Barça a calentar con más antelación de la habitual. Así, pensaba, la gente se hartaría antes de gritar e insultar.
Arsene Wenger, buen diplomático, en lugar de la vía represiva propone avergonzar a los maleducados. "Campbell lleva razón. ¿Por qué no tienen la obligación de respetarnos?, ¿sólo porque estamos en un campo de fútbol?, se pregunta el técnico del Arsenal. "Casi nunca sucede nada porque se refugian en el anonimato de la masa. Quizá lo mejor sea grabarlos en DVD y enviárselo a sus familias. "Me pueden decir que soy un inútil, lo acepto, pero no me pueden llamar 'puto bastardo'. Tengo bastante experiencia en esto".
Harry Redknapp, el entrenador de Campbell en el Portsmouth, ofrece otra clave de la impunidad con que se agrede verbalmente en el fútbol: "La mayoría cree que el precio de la entrada les da derecho a insultar. Me parece inaceptable. Esto no pasaba mucho cuando iba al campo con mi padre, pero está creciendo cada día más. Y lo peor de todo es que la mayoría de estas palabras se dice con muchos niños delante.
El jugador suspendido en el aire, pierna derecha estirada, los tacos de su bota clavados en las costillas de Matthew Simmons, un espectador deslenguado que, sorprendido, no esperaba pagar sus excesos verbales y una grada paralizada, boquiabierta, incapaz de creer lo que veían sus ojos. La agresión se saldó con una inhabilitación de ocho meses para el fichaje más rentable en la historia del United y una conclusión: los deportistas de primer nivel no son sordos.
Nueve meses sin jugar fue el castigo impuesto a Cantona, pero a ningún hincha rival situado en la zona baja de la tribuna se atrevió de nuevo a repetir en su presencia las palabras de Simmons: "Que te jodan, vuelve a tu país, francés hijo de puta", según la versión más reconocida por los testigos.
Roy Keane, tan fiero, dicen, que incluso Alex Ferguson le temía, supo controlar su impulso, pero se quedó con las ganas de patear algún trasero. Sol Campbell, el veterano central del Portsmouth, no dudaría en hacer lo mismo si una escena similar se produjera fuera de los límites del terreno de juego. "Cuando alguien insulta de esa forma en la calle, lo arrestan", denunció el defensa internacional tras recibir los 'piropos' de los seguidores más exaltados del Tottenham, aquellos que a pesar del paso del tiempo aún no le han perdonado su fichaje por el Arsenal en 2001. "Nos pueden abuchear, pero los insultos que nos dedican... me parece que es llegar demasiado lejos. La FA [Federación Inglesa de Fútbol] y la Asociación de Jugadores Profesionales deberían tomar cartas en el asunto", añadió Campbell en la BBC.
El fútbol británico, abanderado del 'fair play', ha logrado desterrar la violencia física al menos dentro de los estadios, ha reducido de forma considerable las manifestaciones racistas de sus gradas -al menos ya no lanzan plátanos a los jugadores negros- y ahora se propone eliminar uno de los elementos inherentes al espíritu del hincha, el insulto desmedido. De sobra conocida es la teoría que asocia al aficionado de fútbol más con el desahogo personal que con su pasión por el deporte. Al estadio se va a decir todo lo que no se atreve uno a decirle a su jefe, o lo que es peor, a su pareja. Johann Cruyff aceptaba con naturalidad esta premisa, por eso siempre sacaba al Barça a calentar con más antelación de la habitual. Así, pensaba, la gente se hartaría antes de gritar e insultar.
Arsene Wenger, buen diplomático, en lugar de la vía represiva propone avergonzar a los maleducados. "Campbell lleva razón. ¿Por qué no tienen la obligación de respetarnos?, ¿sólo porque estamos en un campo de fútbol?, se pregunta el técnico del Arsenal. "Casi nunca sucede nada porque se refugian en el anonimato de la masa. Quizá lo mejor sea grabarlos en DVD y enviárselo a sus familias. "Me pueden decir que soy un inútil, lo acepto, pero no me pueden llamar 'puto bastardo'. Tengo bastante experiencia en esto".
Harry Redknapp, el entrenador de Campbell en el Portsmouth, ofrece otra clave de la impunidad con que se agrede verbalmente en el fútbol: "La mayoría cree que el precio de la entrada les da derecho a insultar. Me parece inaceptable. Esto no pasaba mucho cuando iba al campo con mi padre, pero está creciendo cada día más. Y lo peor de todo es que la mayoría de estas palabras se dice con muchos niños delante.
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