San Mamés impartió anoche su bendición a la reaparecida selección vasca, que inició una nueva era con una incontestable victoria ante Venezuela después de dos años sin el tradicional partido navideño debido a la controversia por la homologación internacional que mantienen los futbolistas y la Federación. 'La Catedral' fue el escenario perfecto para visualizar la comunión con la tricolor de los aficionados, que transformaron las gradas en una olla a presión en la que se mezclaron los ingredientes festivos con los reivindicativos. El estadio se convirtió en un clamor permanente en favor de la oficialidad de Euskal selekzioa, la denominación pactada entre los jugadores y los dirigentes federativos en el acuerdo de mínimos que ha permitido rescatar el encuentro 'in extremis' con la agobiante presión social como telón de fondo.
Los minutos previos al inicio del choque tuvieron un marcado tinte político. Hubo gritos de «independentzia» y lanzamientos constantes de bengalas desde los fondos -en los que proliferaban los carteles para exigir el acercamiento de los presos- hasta que los titulares de ambos equipos saltaron al campo detrás de la ikurriña y la bandera venezolana. Como se consensuó en las intensas negociaciones con los responsables del fútbol vasco, los jugadores de la tricolor salieron con una pancarta en la que se reclamaba la oficialidad de la selección mientras en las tribunas y en las preferencias los entregados seguidores fabricaban un gigantesco mosaico verde, rojo y blanco. Una enorme ikurriña en el fondo norte saludó al himno de Euskadi -antes, de forma incomprensible, sonó el del Athletic durante medio minuto- mientras en distintos sectores del estadio se desplegaban pancartas con proclamas y mensajes de carácter ideológico y en contra de la Federación vasca.
Visto el ambientazo de San Mamés, consumado con constantes gritos de ánimo y olas en las gradas, las dos partes en conflicto tendrán que encarar sus futuras conversaciones con espíritu posibilista y no anclarse en posturas inflexibles. Otro eventual desierto en la cita de diciembre supondría un mazazo de consecuencias imprevisibles para un partido que la afición recibe como un regalo navideño para disfrutar de la fiesta y pulsar el potencial de la tricolor. El ejemplo que han dado los seguidores, inmunes al desaliento a pesar del tiempo perdido, obliga a futbolistas y federativos a suscribir un pacto blindado que, por encima de la política y los intereses privados, garantice siempre la celebración del encuentro. Sólo así la esponsorización no correrá peligro y se podrá contratar a rivales con pedigrí en el panorama internacional.
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