Incontrolable, esa es la realidad de la violencia en el fútbol argentino, incontrolable y caótica.
A través de imágenes televisivas emitidas el domingo 20 de marzo, se pudo apreciar como los violentos hoy por hoy siguen siendo los dueños del destino futbolero de un país que a pesar de todo es uno de los que más futbolistas exporta.
Son los apodados ´barras bravas´, que viven encubiertos por un deporte que les da el empuje necesario para ser alguien en ese oscuro estilo de vida, los que forman parte de un grupo que habita la marginalidad de la sociedad y también de un club, los que operan en la única vía que conocen para su subsistencia y a la vez para destacar frente a propios y extraños enfrentando códigos sociales que desconocen e ignoran.
Esos volvieron a dominar una nueva fecha del torneo argentino en otra película de terror que arrancó previo al partido entre San Lorenzo y Vélez Sarsfield en el estadio José Amalfitani, aquel ilustre emprendedor italiano que fundó junto a otros ese modelo de institución social y depórtiva que fue y es Vélez.
De acuerdo a los informes de agencias, ´el hincha de San Lorenzo Ramón Aramayo de 36 años, murió tras un choque entre aficionados y agentes de la policía federal´. Si bien datos médicos posteriores indicaron que la causa de la muerte se debió a problemas de descompensación, hay indicios que el enfrentamiento con agentes policiales existió .
Lo cierto es que alguien avisó a los barras de la muerte del hincha desde fuera del estadio con un teléfono celular y los ultras reaccionaron con gritos, insultos, destrozos y claras muestras de querer saltar al campo de juego.
Visto el caos el árbitro Sergio Pezzotta, tras siete minutos de juego, suspendió el encuentro que en definitiva es lo que querían los ´barras´.
Así, otra jornada de fútbol terminó en terror, pánico, incoherencia y la lamentable conclusión de que los malos de la película siguen ganando sin que se vislumbre en el futuro un cambio sano y positivo .
El fallecimiento del hincha de San Lorenzo le agregó a las estadísticas la triste cifra de 183 muertos que acumula la violencia en el balompie argentino desde la década de 1930.
Por supuesto para que estos episodios sucedan y los violentos perduren cada vez con más presencia, hay un manto de permisividad por parte de dirigentes, políticos y autoridades en general, algunos de los cuales sacan sus beneficios que se los trata de mantener bien ocultos para no ´despertar el avispero´.
Mientras tanto el fútbol argentino sigue sufriendo y por ahora está herido de muerte, una muerte lenta y deplorable, porque lo que debe ser una fiesta deportiva se va transformando en una apocalíptica realidad que implica, para una buena franja de la sociedad, la premisa de tener que aceptar vivir dentro de un marco de intolerancia e incomprensión en la cual los violentos imponen sus códigos y sus propias leyes.
Pero mientras el drama persiste y la luz en el túnel no aparece el balón continúa rodando y con él las trágicas historias y la frialdad de la cifras seguirán sumándose hasta convertirse tal vez, en una penosa y sangrienta costumbre.
A través de imágenes televisivas emitidas el domingo 20 de marzo, se pudo apreciar como los violentos hoy por hoy siguen siendo los dueños del destino futbolero de un país que a pesar de todo es uno de los que más futbolistas exporta.
Son los apodados ´barras bravas´, que viven encubiertos por un deporte que les da el empuje necesario para ser alguien en ese oscuro estilo de vida, los que forman parte de un grupo que habita la marginalidad de la sociedad y también de un club, los que operan en la única vía que conocen para su subsistencia y a la vez para destacar frente a propios y extraños enfrentando códigos sociales que desconocen e ignoran.
Esos volvieron a dominar una nueva fecha del torneo argentino en otra película de terror que arrancó previo al partido entre San Lorenzo y Vélez Sarsfield en el estadio José Amalfitani, aquel ilustre emprendedor italiano que fundó junto a otros ese modelo de institución social y depórtiva que fue y es Vélez.
De acuerdo a los informes de agencias, ´el hincha de San Lorenzo Ramón Aramayo de 36 años, murió tras un choque entre aficionados y agentes de la policía federal´. Si bien datos médicos posteriores indicaron que la causa de la muerte se debió a problemas de descompensación, hay indicios que el enfrentamiento con agentes policiales existió .
Lo cierto es que alguien avisó a los barras de la muerte del hincha desde fuera del estadio con un teléfono celular y los ultras reaccionaron con gritos, insultos, destrozos y claras muestras de querer saltar al campo de juego.
Visto el caos el árbitro Sergio Pezzotta, tras siete minutos de juego, suspendió el encuentro que en definitiva es lo que querían los ´barras´.
Así, otra jornada de fútbol terminó en terror, pánico, incoherencia y la lamentable conclusión de que los malos de la película siguen ganando sin que se vislumbre en el futuro un cambio sano y positivo .
El fallecimiento del hincha de San Lorenzo le agregó a las estadísticas la triste cifra de 183 muertos que acumula la violencia en el balompie argentino desde la década de 1930.
Por supuesto para que estos episodios sucedan y los violentos perduren cada vez con más presencia, hay un manto de permisividad por parte de dirigentes, políticos y autoridades en general, algunos de los cuales sacan sus beneficios que se los trata de mantener bien ocultos para no ´despertar el avispero´.
Mientras tanto el fútbol argentino sigue sufriendo y por ahora está herido de muerte, una muerte lenta y deplorable, porque lo que debe ser una fiesta deportiva se va transformando en una apocalíptica realidad que implica, para una buena franja de la sociedad, la premisa de tener que aceptar vivir dentro de un marco de intolerancia e incomprensión en la cual los violentos imponen sus códigos y sus propias leyes.
Pero mientras el drama persiste y la luz en el túnel no aparece el balón continúa rodando y con él las trágicas historias y la frialdad de la cifras seguirán sumándose hasta convertirse tal vez, en una penosa y sangrienta costumbre.
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