El 29 de enero de 1995 muchos aficionados al fútbol estábamos delante de la tele para ver el encuentro que Canal + emitía de la liga italiana. El Génova recibía en su estadio al Milan, que llegaba de ser campeón las últimas tres temporadas. Por televisión, nos anunciaron lo que había sucedido en los alrededores del estadio Luigi Ferraris en la previa del encuentro, motivo por el que los ultras del Génova querían, a toda costa, que se suspendiera el encuentro. Cerca del recinto deportivo habían apuñalado a Vincenzo Spagnolo, un conocido aficionado del cuadro local. No fue un encontronazo entre radicales, a Vicenzo lo asesinaron en una acción programada en una pizzería de Milán días antes.
El 19 de octubre de 1975 se colgó, por primera vez, la pancarta de las Brigate Rossonere milanistas. Uno de sus fundadores, Antonio Negri, fue, y es, un destacado miembro de la izquierda italiana, fundador del movimiento obrero Potere Operaio a finales de los años 60. En aquellos Años de Plomo italianos, Negri fue acusado de pertenecer a las Brigadas Rojas y los grupos ultra con connotaciones de izquierda eran mayoría en las gradas del país. Curiosamente, de manera incongruente, su símbolo fue la calavera de las SS nazi, algo que permanecería inalterable hasta la desaparición del grupo.
Lo cierto es que en esos meses de 1995 las Brigatte, algo habitual en muchos grupos ultra a lo largo de su historia, vivían tensiones internas. El Gruppo Barbour, formado por jóvenes con ideas violentas, decide, en esa pizzería milanesa, acudir sin escolta y sin ningún tipo de distintivo milanista a Génova para ‘dar una lección’ a los hinchas locales, los mismos hinchas que años antes habían estado hermanados con ellos, pero un descenso a segunda de los milanista, en un partido en el que los genoveses estaban implicados, rompió ese buen trato existente. Habían pasado a ser enemigos.
Sin escolta policial, el grupo de radicales llega a los alrededores de Marasi, donde Vincenzo Spagnolo, antifascista de 25 años y muy conocido en la ciudad, espera a su novia con la que quiere ver el fútbol. Tras varias provocaciones e insultos, Simone Barbaglia saca un cuchillo, que clava en el estómago de Spagnolo, que continúa caminando, buscando auxilio hasta que se desploma. Sus asesinos entrarán al estadio. Del encuentro se juega la primera parte hasta que la noticia corre de boca en boca entre los aficionados locales. Estos comienzan a tirar objetos al campo, impidiendo a Sebastiano Rossi situarse bajo los palos en la segunda mitad. Los capitanes hablan, el capitán del Génova, Vincenzo Torrente, se dirige al fondo de sus ultras: no se va a jugar más. Mientras el colegiado suspende el encuentro, las fuerzas de seguridad se afanan en que los hinchas del Milán puedan abandonar el estadio, pero solo lo logran ya por la noche, con la necesidad de hacer circular tanquetas por el centro de la ciudad para tratar de despejar las calles. Antes de que dejen Génova, la policía lleva a cabo una rueda de reconocimiento de todos los seguidores del Milan, que son situados frente a los amigos de Vincenzo, además, se fotografía a cada aficionado milanista para encontrar al asesino. El balance final es de un fallecido y 18 heridos, muchos de ellos son policías.
La investigación concluye que Simone Barbaglia, Carlo Giacominelli, Massimo Elice y Luigi Dozio han participado en el asesinato. Giacominelli es un viejo conocido de Milán. Apodado ‘El Cirujano’ por su habilidad a la hora de usar armas blancas, es un histórico militante fascista. Barbaglia, jardinero de profesión, declaró en el juicio que se encontró asustado y no quería hacer daño a Vincenzo, pero, tras una polémica primera sentencia, fue posteriormente condenado a cadena perpetua. Los otros tres ultras recibieron distintas penas, al quedar demostrado que actuaron “como un comando militar”. Nadie creyó que curtidos ultras del Milán se acabaron metiendo en la boca del lobo en Génova y que el apuñalamiento se debió, prácticamente, a una acción de legítima defensa. Iban a buscar el enfrentamiento y a matar.
Por desgracia, con posterioridad, hubo otros asesinatos en las gradas del fútbol italiano, pero la muerta de Vicenzo Spagnolo supuso un antes y un después en algunos aspectos, como el acercamiento entre grupos para tratar, incluso, de pactar, algunas cuestiones que tenían que ver con la violencia, como la no utilización de armas.
Años más tarde, Luca Vicenti publicó el libro Diari de una domenicá ultrá, en el que narraba todo lo sucedido. La memoria de Spagnolo sigue viva, pues la hinchada genovesa, tradicionalmente de izquierdas, lleva a cabo numerosas iniciativas con fines sociales siempre con el recuerdo de su compañero asesinado. Por su parte, Simone Barbaglia salió de la cárcel en 2006. Para el recuerdo siempre quedó un lema que, en pancartas, lucieron durante varias jornadas seguidas los ultras de todos los equipos de Italia: basta lame, basta infami (basta cuchillos, basta infames). Por desgracia, los cuchillos siguen sin desaparecer de las gradas italianas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario