El deportivismo ha aprendido a mantener la cautela ante las grandes citas. Hasta los prolegómenos, el tráfico se adueñó de la ciudad, como en las grandes noches. Tampoco faltó el chaparrón previo y los preparativos en los bares. En uno de ellos lo compartían todo los hinchas más acérrimos del Brann y los del Dépor. Los septentrionales tienen otra manera de apreciar el fútbol. Para ellos es la mejor manera de enfiestarse y hacer turismo.
La cosa comenzó caliente en la grada de general, que decidió llevar el peso del partido. No siempre era secundada con la misma intensidad. Quizá porque la entrada fue demasiado pobre para lo que había en juego. El sancionado Lotina se sentó unos momentos en el palco vacío para reflexionar a balón parado. Después, los imperativos sancionadores uefos lo llevaron a una cabina de prensa.
Una pancarta, «Cremos en vós», alentó desde dos minutos antes hasta diez después. Antes de retirarla, dos amagos de gol que lo fueron de infarto. En cinco minutos Omar Bravo se tropezó en el área grande y Lafita paseó la pelota por la pequeña. Razones suficientes para sufrir daños colaterales. Como la avería de los marcadores electrónicos durante unos minutos. Un posible penalti al aragonés sirivó de empujón hasta el gol de Colotto, al más puro estilo Coloccini, entrando a cabecear un córner. El colmo fue que, para celebrar ese tanto, Solli segó los tobillos de Valerón. Desde entonces, el público mantuvo la fe y la intensidad sonora.
El árbitro Kralovec se llevó la bronca de la noche a la media hora por expulsar a Riki con dos amarillas: una por protestar y otra por intentar rematar a gol con la mano. Y lo remató. El descanso llegó a pura bronca contra el trencilla. Riazor conservó esa presión hasta el final, reclamando varios penaltis.
Los picos de intensidad se establecían por los balones que tocaban Kenneth y Aranzubia. El Dépor continuó torturando al Brann con el fondo musical y, de vez en cuando, los noruegos pulsaban la pausa a golpe de contragolpe. Su esquina de hinchas lo presenciaba como manteniéndose al margen.
Entró Guardado y hubo ovación para Valerón, con media hora por delante. Los ánimos se fueron crispando en el césped y el público se contagió. Lopo se encendió contra el árbitro, Colotto empató la eliminatoria y desbordó la fe general. El partido recomenzó a falta de diez minutos. El deportivismo vivió ese tiempo con las manos en la cabeza. Hubo también algún susto en propia meta. La prórroga prolongó la agonía expectante de Riazor. Los penaltis fueron un suplicio. Pero con final feliz.
La cosa comenzó caliente en la grada de general, que decidió llevar el peso del partido. No siempre era secundada con la misma intensidad. Quizá porque la entrada fue demasiado pobre para lo que había en juego. El sancionado Lotina se sentó unos momentos en el palco vacío para reflexionar a balón parado. Después, los imperativos sancionadores uefos lo llevaron a una cabina de prensa.
Una pancarta, «Cremos en vós», alentó desde dos minutos antes hasta diez después. Antes de retirarla, dos amagos de gol que lo fueron de infarto. En cinco minutos Omar Bravo se tropezó en el área grande y Lafita paseó la pelota por la pequeña. Razones suficientes para sufrir daños colaterales. Como la avería de los marcadores electrónicos durante unos minutos. Un posible penalti al aragonés sirivó de empujón hasta el gol de Colotto, al más puro estilo Coloccini, entrando a cabecear un córner. El colmo fue que, para celebrar ese tanto, Solli segó los tobillos de Valerón. Desde entonces, el público mantuvo la fe y la intensidad sonora.
El árbitro Kralovec se llevó la bronca de la noche a la media hora por expulsar a Riki con dos amarillas: una por protestar y otra por intentar rematar a gol con la mano. Y lo remató. El descanso llegó a pura bronca contra el trencilla. Riazor conservó esa presión hasta el final, reclamando varios penaltis.
Los picos de intensidad se establecían por los balones que tocaban Kenneth y Aranzubia. El Dépor continuó torturando al Brann con el fondo musical y, de vez en cuando, los noruegos pulsaban la pausa a golpe de contragolpe. Su esquina de hinchas lo presenciaba como manteniéndose al margen.
Entró Guardado y hubo ovación para Valerón, con media hora por delante. Los ánimos se fueron crispando en el césped y el público se contagió. Lopo se encendió contra el árbitro, Colotto empató la eliminatoria y desbordó la fe general. El partido recomenzó a falta de diez minutos. El deportivismo vivió ese tiempo con las manos en la cabeza. Hubo también algún susto en propia meta. La prórroga prolongó la agonía expectante de Riazor. Los penaltis fueron un suplicio. Pero con final feliz.
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