Ocho de diciembre de 1998. La Real Sociedad visita el Vicente Calderón. Se disputa la vuelta de los octavos de final de la UEFA. Cientos de hinchas realistas se desplazan a la capital madrileña para presenciar el partido. En Anoeta, los blanquiazules se impusieron por dos tantos a uno, por lo que se esperaba un apasionante encuentro de vuelta. Desgraciadamente, el interés por el choque se perdería un tiempo antes del pitido inicial.
En los prolegómenos del partido, uno de los numerosos autobuses repleto de aficionados donostiarras llega al estadio. Los integrantes del autocar, en su mayoría mujeres y niños llegan con tiempo para comprar las entradas que les faltan. Tras conseguir las entradas preguntan por un lugar tranquilo para tomar algo a un policía municipal. Este ignoraba que les indicaría el punto de reunión habitual de un grupo ultra atlético.
Una vez allí, los ultras de ideología nazi no tardan en llegar. Tras insultos y amenazas por parte de los radicales, comienza el acoso a cualquiera que portara algún distintivo txuri urdin. Los aficionados realistas temerosos echan a correr en busca de un refugio. Rodean todo el estadio colchonero en busca de algún acceso abierto. Llegan hasta el otro extremo del estadio donde ven la primera puerta abierta. Pero no todos consiguen entrar a tiempo.
Aitor Zabaleta, que iba rezagado, se detiene a defender a un niño de los ataques. Acto seguido, a la altura de la puerta seis, volvería a ver detenida su carrera. Esta vez tras ser rodeado por un grupo de cabezas rapadas. Uno de ellos –Ricardo Guerra- le asesta una puñalada en el corazón. Aitor se encuentra con su novia y empieza a palidecer. Minutos después es ingresado en una clínica madrileña con parada respiratoria. Fallece de madrugada.
Durante el partido, el desconcierto por lo sucedido en el interior del Manzanares es palpable. “Han matado a un vasco” es el rumor que se extiende entre la hinchada local. El fútbol español se sumerge en un profundo luto. Un fiel aficionado que pretendía ver al equipo de sus amores era vilmente asesinado. El rechazo al crimen fue unánime en toda la geografía española. Los ultras no tenían cabida en este espectáculo.
Los homenajes a Aitor Zabaleta se sucedieron inmediatamente en la liga española. En todos los campos de primera se guardó un minuto de silencio en recuerdo al aficionado txuri urdin. El más emotivo fue el que se produjo en el Santiago Bernabéu. El conjunto realista volvía a Madrid días después de lo sucedido y los jugadores vascos portaron en la parte trasera de sus camisetas el nombre de Aitor Zabaleta.
En San Sebastián, la figura de Aitor sigue muy presente entre los aficionados de la Real. En el exterior de Anoeta se encuentra levantado un monolito en honor suyo, y además en cada partido disputado en territorio donostiarra es frecuente escuchar el nombre de Aitor Zabaleta por los seguidores. Todo para que no caiga en el olvido, el nombre de una víctima que solo pretendía animar a su equipo.
En los prolegómenos del partido, uno de los numerosos autobuses repleto de aficionados donostiarras llega al estadio. Los integrantes del autocar, en su mayoría mujeres y niños llegan con tiempo para comprar las entradas que les faltan. Tras conseguir las entradas preguntan por un lugar tranquilo para tomar algo a un policía municipal. Este ignoraba que les indicaría el punto de reunión habitual de un grupo ultra atlético.
Una vez allí, los ultras de ideología nazi no tardan en llegar. Tras insultos y amenazas por parte de los radicales, comienza el acoso a cualquiera que portara algún distintivo txuri urdin. Los aficionados realistas temerosos echan a correr en busca de un refugio. Rodean todo el estadio colchonero en busca de algún acceso abierto. Llegan hasta el otro extremo del estadio donde ven la primera puerta abierta. Pero no todos consiguen entrar a tiempo.
Aitor Zabaleta, que iba rezagado, se detiene a defender a un niño de los ataques. Acto seguido, a la altura de la puerta seis, volvería a ver detenida su carrera. Esta vez tras ser rodeado por un grupo de cabezas rapadas. Uno de ellos –Ricardo Guerra- le asesta una puñalada en el corazón. Aitor se encuentra con su novia y empieza a palidecer. Minutos después es ingresado en una clínica madrileña con parada respiratoria. Fallece de madrugada.
Durante el partido, el desconcierto por lo sucedido en el interior del Manzanares es palpable. “Han matado a un vasco” es el rumor que se extiende entre la hinchada local. El fútbol español se sumerge en un profundo luto. Un fiel aficionado que pretendía ver al equipo de sus amores era vilmente asesinado. El rechazo al crimen fue unánime en toda la geografía española. Los ultras no tenían cabida en este espectáculo.
Los homenajes a Aitor Zabaleta se sucedieron inmediatamente en la liga española. En todos los campos de primera se guardó un minuto de silencio en recuerdo al aficionado txuri urdin. El más emotivo fue el que se produjo en el Santiago Bernabéu. El conjunto realista volvía a Madrid días después de lo sucedido y los jugadores vascos portaron en la parte trasera de sus camisetas el nombre de Aitor Zabaleta.
En San Sebastián, la figura de Aitor sigue muy presente entre los aficionados de la Real. En el exterior de Anoeta se encuentra levantado un monolito en honor suyo, y además en cada partido disputado en territorio donostiarra es frecuente escuchar el nombre de Aitor Zabaleta por los seguidores. Todo para que no caiga en el olvido, el nombre de una víctima que solo pretendía animar a su equipo.
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