La violencia en el fútbol no da tregua. Desde hace unos años, por no decir décadas, las muertes, batallas campales, destrozos causados por pseudoaficionados, han puesto en peligro la esencia del fútbol a lo largo y ancho del globo terráqueo. Sólo en los últimos meses se han registrado hechos lamentables pese a que, tanto la FIFA, como la UEFA, con la colaboración del grupo de expertos en fútbol de la Unión Europea dentro del Trabajo de Cooperación de la Policía de la UE, han incrementado las medidas de seguridad en los recintos deportivos.
Sólo en los últimos meses se han registrado innumerables casos de violencia en torno al fútbol, como los hechos que sucedieron el pasado 3 de marzo antes del partido que enfrentaron el Barcelona y el Celtic de Glasgow en el que un aficionado del conjunto escocés golpeó en la cabeza a un seguidor del Barça con una jarra de cerveza y recibió dos años de condena. O la batalla campal en el centro de Madrid que dejaron un herido grave, 25 personas ingresadas en hospitales y 120 detenidos durante la celebración del título europeo que consiguió la selección española en la pasada Eurocopa. O el arsenal que encontró la policía dentro de un autocar de los ‘ultras’ de Osasuna en el que predominaban los bates de béisbol, las bengalas, cadenas, tornillos y cuchillos antes de que se diese el encuentro entre navarros y vallisoletanos de la temporada pasada.
Pero si nos remontamos a la semana pasada, también encontramos casos directos e indirectos de violencia. El Ministro de Interior de Italia, Roberto Maroni, aseguró que de los 3.096 aficionados del Nápoles que viajaron a la capitál para ver el encuentro entre su equipo y el Roma, 800 de ellos tiene antecedentes penales y 27 están vinculados a la mafia local ‘la Camorra’, una de las organizaciones criminales más fuertes de ese país. En otro continente, en un estadio de la localidad de Butembo, en la República Democrática del Congo, murieron trece personas y otras 35 resultaron heridas después de que uno de los jugadores fue acusado de utilizar “magia negra” para ganar un partido. Y ya ni contar las 229 personas que han fallecido en Argentina producto de la violencia que se genera en torno al balompié.
La violencia en el fútbol no es una novedad, pero tampoco había sido tan sanguinaria y prepotente como lo está siendo en las últimas décadas. Quizás, la tragedia más lamentable y desafortunadamente también más recordada nos remite a los 39 espectadores que fallecieron y los 600 heridos en el estadio de Heysen en Bruselas durante las horas previas a la final de la Copa de Europa de 1985 entre Juventud y Liverpool producto de una avalancha de aficionados. En muchas ocasiones asistir a un estadio se ha convertido en una tragedia. Muchos de los fanáticos que pertenecen a las barras bravas o a los 'ultras' también están involucrados con otras organizaciones que distan de ser deportivas. Está claro que el fútbol mueve masas, que miles de millones de personas siguen las mejores ligas de fútbol, y por eso mismo, el fútbol tiene la responsabilidad de ser prioritariamente un espectáculo y una deporte que proyecte los sanos valores de la convivencia social.
El fútbol correrá peligro mientras no se tomen medidas extremas para frenar la ola de violencia generada por los 'ultras', los hinchas, las barras bravas, los ‘hoolingan’ o los dementes, irreflexivos y criminales, que para generalizar términos, son lo mismo, en muchos de los casos. Ya no es suficiente prohibir la venta de alcohol en los recintos deportivos, ni revisar la entrada de aficioandos violentos, ni fichar a los que han generado acontecimientos bélicos, porque se ha demostrado que siguen acudiendo a los estadios, ni poner arcos metálicos, ni endurecer las sanciones y las multas económicas. Es necesario reflexionar y profundizar en el tema para erradicar la situación que acosa al fútbol y restablecer el ambiente familiar y de convivencia que es capaz de general este deporte.
Sólo en los últimos meses se han registrado innumerables casos de violencia en torno al fútbol, como los hechos que sucedieron el pasado 3 de marzo antes del partido que enfrentaron el Barcelona y el Celtic de Glasgow en el que un aficionado del conjunto escocés golpeó en la cabeza a un seguidor del Barça con una jarra de cerveza y recibió dos años de condena. O la batalla campal en el centro de Madrid que dejaron un herido grave, 25 personas ingresadas en hospitales y 120 detenidos durante la celebración del título europeo que consiguió la selección española en la pasada Eurocopa. O el arsenal que encontró la policía dentro de un autocar de los ‘ultras’ de Osasuna en el que predominaban los bates de béisbol, las bengalas, cadenas, tornillos y cuchillos antes de que se diese el encuentro entre navarros y vallisoletanos de la temporada pasada.
Pero si nos remontamos a la semana pasada, también encontramos casos directos e indirectos de violencia. El Ministro de Interior de Italia, Roberto Maroni, aseguró que de los 3.096 aficionados del Nápoles que viajaron a la capitál para ver el encuentro entre su equipo y el Roma, 800 de ellos tiene antecedentes penales y 27 están vinculados a la mafia local ‘la Camorra’, una de las organizaciones criminales más fuertes de ese país. En otro continente, en un estadio de la localidad de Butembo, en la República Democrática del Congo, murieron trece personas y otras 35 resultaron heridas después de que uno de los jugadores fue acusado de utilizar “magia negra” para ganar un partido. Y ya ni contar las 229 personas que han fallecido en Argentina producto de la violencia que se genera en torno al balompié.
La violencia en el fútbol no es una novedad, pero tampoco había sido tan sanguinaria y prepotente como lo está siendo en las últimas décadas. Quizás, la tragedia más lamentable y desafortunadamente también más recordada nos remite a los 39 espectadores que fallecieron y los 600 heridos en el estadio de Heysen en Bruselas durante las horas previas a la final de la Copa de Europa de 1985 entre Juventud y Liverpool producto de una avalancha de aficionados. En muchas ocasiones asistir a un estadio se ha convertido en una tragedia. Muchos de los fanáticos que pertenecen a las barras bravas o a los 'ultras' también están involucrados con otras organizaciones que distan de ser deportivas. Está claro que el fútbol mueve masas, que miles de millones de personas siguen las mejores ligas de fútbol, y por eso mismo, el fútbol tiene la responsabilidad de ser prioritariamente un espectáculo y una deporte que proyecte los sanos valores de la convivencia social.
El fútbol correrá peligro mientras no se tomen medidas extremas para frenar la ola de violencia generada por los 'ultras', los hinchas, las barras bravas, los ‘hoolingan’ o los dementes, irreflexivos y criminales, que para generalizar términos, son lo mismo, en muchos de los casos. Ya no es suficiente prohibir la venta de alcohol en los recintos deportivos, ni revisar la entrada de aficioandos violentos, ni fichar a los que han generado acontecimientos bélicos, porque se ha demostrado que siguen acudiendo a los estadios, ni poner arcos metálicos, ni endurecer las sanciones y las multas económicas. Es necesario reflexionar y profundizar en el tema para erradicar la situación que acosa al fútbol y restablecer el ambiente familiar y de convivencia que es capaz de general este deporte.
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