Riazor renovó su repertorio de cánticos gracias a las gestiones frustradas del presidente blanco, Ramón Calderón. A las consignas de ánimo habituales de la afición blanquiazul se unieron varias con retranca dedicadas a los frustrados fichajes merengues o al ilustre ausente brasileño. «Que salga Robinho», «que salga [Cristiano] Ronaldo», «que salga Cazorla» o «¿dónde está Villa?» fueron los lemas más coreados.
Hace años que la visita del Real Madrid a Riazor se ha convertido en fiesta grande. Los resultados acompañan a un Deportivo que en 1992 tomó la medida a su rival. Son noventa minutos durante los que los blanquiazules juegan entre palmas y olés, como en ningún otro encuentro de la temporada. Bien visto, al partido de anoche le faltaron los gaiteiros, la banda música y las rosquillas para equipararse a la romería de Santa Margarita (con la que coincidió en fecha), pero la alegría que envuelve el estadio y sus aledaños antes del partido nada tiene que envidiar al llenazo que ayer disfrutó el monte desde el que se otea buena parte de la ciudad.
El ambiente del coliseo coruñés podría equipararse al de cualquier derbi. A falta de un Dépor-Celta que echarse a la boca en las últimas temporadas, la afición guarda sus mejores galas para este Real Madrid, bicampeón de Liga, pero que campaña tras campañas cae derrotado en A Coruña, donde se trata de ese rival capaz de levantar las más encendidas pasiones blanquiazules. No hace falta polémica. La mecha la pone el propio fútbol: cualquier ataque deportivista se jalea como si fuera el último, mientras la posesión del rival se transforma en un infierno de silbidos.
Una ballena en Maratón
Aunque el calendario de Liga adelantó el encuentro al 31 de agosto, nada defraudó al ambiente de las últimas ediciones. Si alguien faltó a la cita, Riazor apenas dejó claros en sus gradas. Las peñas también prepararon a conciencia la cita. Mosaico en el fondo de Maratón (el dibujo de una ballena blanca a punto de ser cazada en los mares de la bahía coruñesa y la leyenda: «A derrota so se vende con sangue»), la habitual bronca general a Guti, y ni un minuto de descanso para la garganta de los aficionados desde el primer minuto. Solo una pancarta en el fondo de Pabellón aludía a alguno de los futbolistas visitantes. El mensaje era claro y contundente: «Raúl, sal de Riazor». Se retiró antes del inicio del choque.
Con esta premisa, pocos madridistas se aventuraron a acercarse al estadio vistiendo la camiseta de su equipo. Antes del partido, los niños de la mano de sus padres la portaban en los aledaños del estadio. Uno se atusaba el diez de Robinho. Sin duda, un mal augurio para el madridismo, que podría despedirse de su estrella brasileña en las próximas horas. El otro, Van Nistelrooy, el talismán goleador.
Aunque los jugadores saltaron al césped con una pancarta en pro de la lectura, el encuentro no invitó a dejar de mirar en ningún minuto. Velocidad deportivista, juego al trote blanco y expectación en las gradas por el gol coruñés que mantuviera la tradición de los derbis entre el Deportivo y el Real Madrid. La de que el triunfo se festeja siempre en casa.
Hace años que la visita del Real Madrid a Riazor se ha convertido en fiesta grande. Los resultados acompañan a un Deportivo que en 1992 tomó la medida a su rival. Son noventa minutos durante los que los blanquiazules juegan entre palmas y olés, como en ningún otro encuentro de la temporada. Bien visto, al partido de anoche le faltaron los gaiteiros, la banda música y las rosquillas para equipararse a la romería de Santa Margarita (con la que coincidió en fecha), pero la alegría que envuelve el estadio y sus aledaños antes del partido nada tiene que envidiar al llenazo que ayer disfrutó el monte desde el que se otea buena parte de la ciudad.
El ambiente del coliseo coruñés podría equipararse al de cualquier derbi. A falta de un Dépor-Celta que echarse a la boca en las últimas temporadas, la afición guarda sus mejores galas para este Real Madrid, bicampeón de Liga, pero que campaña tras campañas cae derrotado en A Coruña, donde se trata de ese rival capaz de levantar las más encendidas pasiones blanquiazules. No hace falta polémica. La mecha la pone el propio fútbol: cualquier ataque deportivista se jalea como si fuera el último, mientras la posesión del rival se transforma en un infierno de silbidos.
Una ballena en Maratón
Aunque el calendario de Liga adelantó el encuentro al 31 de agosto, nada defraudó al ambiente de las últimas ediciones. Si alguien faltó a la cita, Riazor apenas dejó claros en sus gradas. Las peñas también prepararon a conciencia la cita. Mosaico en el fondo de Maratón (el dibujo de una ballena blanca a punto de ser cazada en los mares de la bahía coruñesa y la leyenda: «A derrota so se vende con sangue»), la habitual bronca general a Guti, y ni un minuto de descanso para la garganta de los aficionados desde el primer minuto. Solo una pancarta en el fondo de Pabellón aludía a alguno de los futbolistas visitantes. El mensaje era claro y contundente: «Raúl, sal de Riazor». Se retiró antes del inicio del choque.
Con esta premisa, pocos madridistas se aventuraron a acercarse al estadio vistiendo la camiseta de su equipo. Antes del partido, los niños de la mano de sus padres la portaban en los aledaños del estadio. Uno se atusaba el diez de Robinho. Sin duda, un mal augurio para el madridismo, que podría despedirse de su estrella brasileña en las próximas horas. El otro, Van Nistelrooy, el talismán goleador.
Aunque los jugadores saltaron al césped con una pancarta en pro de la lectura, el encuentro no invitó a dejar de mirar en ningún minuto. Velocidad deportivista, juego al trote blanco y expectación en las gradas por el gol coruñés que mantuviera la tradición de los derbis entre el Deportivo y el Real Madrid. La de que el triunfo se festeja siempre en casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario