El regreso de la Champions al estadio Calderón tras un paréntesis de 11 años tuvo un arranque preocupante, como vaticinaba dos horas antes uno de los agentes desplegados para controlar a los 1.200 hinchas del Olympique. Dicho y hecho. A falta de media hora para el pitido inicial, decenas de asientos de plástico y otros objetos contundentes empezaron a volar desde el vértice del segundo anfiteatro del Fondo Norte sobre los aficionados del Atlético que entraban por la puerta 5. Los que estaban sentados en la grada justo debajo de los radicales franceses tuvieron que refugiarse en los vomitorios y bajo el voladizo a la espera de que escampase la lluvia de botellas y demás armas arrojadizas.
"Lo que nos faltaba. El domingo nos llevamos el susto con un grupo del Sevilla y ahora estos locos, que, encima, piensan lo contrario que los del Frente Atlético", contaban las fuerzas de seguridad, que todavía recordaban el cargamento de bates de béisbol que incautaron a 18 ultras del conjunto andaluz.
Mientras tanto, dos docenas de antidisturbios comenzaban a subir, en fila de a uno, los seis tramos de escaleras que les separaban de los violentos. Los South Winners del Marsella, al igual que las Brigadas Autónomas del Livorno o los Biris del Sevilla, se definen como grupos de extrema izquierda y no les esperaban de brazos cruzados. Ya se habían calentado cruzándose golpes con los Stewart, un grupo de seguridad. En cuanto vieron aparecer los primeros cascos arrancaron los asientos y los lanzaron con frenesí.
Los agentes se retiraron a la espera de refuerzos después de diez minutos de cargas. Los violentos, con sus líderes a la cabeza -se les distinguía por sus camisetas naranja-, lo celebraron como una victoria. Otros, más arriba, mostraban banderas griegas por su coincidencia con los colores de la escuadra del belga Eric Gerets. Eso sí, en cuanto la policía les rodeó por ambos lados, obligándoles a separarse de la barandilla que daba a la calle, se apaciguaron. El gol de Niang, que corrió a saludarles al córner, les devolvió la euforia por unos minutos, pero el acierto de Raúl García les hizo sentarse de nuevo en sus localidades o sobre el hormigón desnudo. Al final, eso sí, lanzaron una bengala.
Mientras tanto, dos docenas de antidisturbios comenzaban a subir, en fila de a uno, los seis tramos de escaleras que les separaban de los violentos. Los South Winners del Marsella, al igual que las Brigadas Autónomas del Livorno o los Biris del Sevilla, se definen como grupos de extrema izquierda y no les esperaban de brazos cruzados. Ya se habían calentado cruzándose golpes con los Stewart, un grupo de seguridad. En cuanto vieron aparecer los primeros cascos arrancaron los asientos y los lanzaron con frenesí.
Los agentes se retiraron a la espera de refuerzos después de diez minutos de cargas. Los violentos, con sus líderes a la cabeza -se les distinguía por sus camisetas naranja-, lo celebraron como una victoria. Otros, más arriba, mostraban banderas griegas por su coincidencia con los colores de la escuadra del belga Eric Gerets. Eso sí, en cuanto la policía les rodeó por ambos lados, obligándoles a separarse de la barandilla que daba a la calle, se apaciguaron. El gol de Niang, que corrió a saludarles al córner, les devolvió la euforia por unos minutos, pero el acierto de Raúl García les hizo sentarse de nuevo en sus localidades o sobre el hormigón desnudo. Al final, eso sí, lanzaron una bengala.
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