Le quemaron la sangre y le quebraron la escasa paciencia que le quedaba. Y encima le cogieron justo cuando estaba más cargado de copas. Javier Flórez, lateral del Atlético Junior de Barranquilla, subcampeón de la Copa colombiana de Fútbol, mató a un hincha de dos tiros.
El futbolista iba al volante de su coche, un sencillo Chevrolet Aveo, nada de Bentleys a lo Ronaldo. Pasó varias veces por la terraza de un bar de su propio barrio, Los Robles de la Soledad, en la citada urbe costera, donde su futura víctima y otros amigos bebían cerveza, según el relato de los familiares del fallecido. Al ver al deportista, comenzaron a increparle por su mala actuación en la final del campeonato, donde partían como favoritos pero terminaron perdiendo.
Las bromas aumentan la tensión
Flórez aguantó el primer chaparrón, pero debía estar buscando bronca porque en lugar de alejarse, volvió a dar varias vueltas a la manzana para llegar al mismo punto. Cada vez que lo veían, volvían a criticarle y reírse de él. En un momento dado, el futbolista les advirtió de que iba a aparcar su coche pero que regresaría. Nadie le hizo caso.
Al rato, apareció armado con un revólver. Israel Cantillo Escamilla, un electricista de 24 años, no tuvo tiempo de reaccionar. Flórez le disparó una vez y le dio en el muslo. Intentó escapar pero el lateral apretó de nuevo el gatillo y salió huyendo hacia un descampado.
Los vecinos no lograron darle caza y entonces la emprendieron contra el coche, hasta destrozarlo. Al herido lo trasladaron muy grave a un hospital cercano al que ingresó moribundo.
Crónica de violencia anunciada
Los familiares del futbolista contaron una historia distinta que nadie creyó. Dijeron que Flórez intentó evitar un atraco y por eso salió de su automóvil y se vio obligado a disparar.
Los testimonios en su contra son apabullantes. Varios vecinos de su casa protestaron porque antes de coger el coche para ir a la calle, estuvo un buen rato con la música a todo volumen y no les dejaba dormir. Otro señaló que, a eso de las tres de la madrugada, recibió una paliza porque se le ocurrió gritarle a Flórez que "sudara más la camiseta del Junior".
Parece que la rabia la venía rumiando una semana. El pasado domingo, 28 de junio, en el encuentro entre el Junior y el Once Caldas en el estadio local de Barranquilla, el mencionado lateral tuvo una pésima actuación. Le sustituyeron en la segunda parte y cuando fue a recoger la medalla de subcampeón, junto a sus compañeros, recibió una sonora pitada.
De ahí en adelante la gente se ensañó con él y con otros que no estuvieron a la altura de lo esperado, ya que el llamado 'equipo Tiburón' barranquillero, era el claro favorito.
Del campo de fútbol, a la cárcel
Flórez, de 27 años y natural de Barranquilla, llevaba ya siete temporadas en el Junior, al que ingresó en las categorías inferiores. En 2001 le expulsaron de la selección sub-20 por indisciplinado y tres años después logró el campeonato con su equipo. Hoy tendrá que acudir a los juzgados de donde previsiblemente saldrá para la cárcel.
La muerte en el universo futbolístico colombiano no es un mal aislado. La semana pasada, precisamente, conmemoraron el 15º aniversario del asesinato de Andrés Escobar a manos de un bestia que reprochó al defensa, todo un caballero en el campo, el autogol en el Mundial de EEUU.
En marzo unos sicarios asesinaron en Cartagena a Sandro Mazo, un modesto jugador que pertenecía a la selección de su región. Y los enfrentamientos entre los ultras de distintos equipos, aquí llamadas 'barras bravas', dejan varios heridos y muertos todas las temporadas a pesar de los intentos de las autoridades por frenar la violencia fuera y dentro de los estadios.
El futbolista iba al volante de su coche, un sencillo Chevrolet Aveo, nada de Bentleys a lo Ronaldo. Pasó varias veces por la terraza de un bar de su propio barrio, Los Robles de la Soledad, en la citada urbe costera, donde su futura víctima y otros amigos bebían cerveza, según el relato de los familiares del fallecido. Al ver al deportista, comenzaron a increparle por su mala actuación en la final del campeonato, donde partían como favoritos pero terminaron perdiendo.
Las bromas aumentan la tensión
Flórez aguantó el primer chaparrón, pero debía estar buscando bronca porque en lugar de alejarse, volvió a dar varias vueltas a la manzana para llegar al mismo punto. Cada vez que lo veían, volvían a criticarle y reírse de él. En un momento dado, el futbolista les advirtió de que iba a aparcar su coche pero que regresaría. Nadie le hizo caso.
Al rato, apareció armado con un revólver. Israel Cantillo Escamilla, un electricista de 24 años, no tuvo tiempo de reaccionar. Flórez le disparó una vez y le dio en el muslo. Intentó escapar pero el lateral apretó de nuevo el gatillo y salió huyendo hacia un descampado.
Los vecinos no lograron darle caza y entonces la emprendieron contra el coche, hasta destrozarlo. Al herido lo trasladaron muy grave a un hospital cercano al que ingresó moribundo.
Crónica de violencia anunciada
Los familiares del futbolista contaron una historia distinta que nadie creyó. Dijeron que Flórez intentó evitar un atraco y por eso salió de su automóvil y se vio obligado a disparar.
Los testimonios en su contra son apabullantes. Varios vecinos de su casa protestaron porque antes de coger el coche para ir a la calle, estuvo un buen rato con la música a todo volumen y no les dejaba dormir. Otro señaló que, a eso de las tres de la madrugada, recibió una paliza porque se le ocurrió gritarle a Flórez que "sudara más la camiseta del Junior".
Parece que la rabia la venía rumiando una semana. El pasado domingo, 28 de junio, en el encuentro entre el Junior y el Once Caldas en el estadio local de Barranquilla, el mencionado lateral tuvo una pésima actuación. Le sustituyeron en la segunda parte y cuando fue a recoger la medalla de subcampeón, junto a sus compañeros, recibió una sonora pitada.
De ahí en adelante la gente se ensañó con él y con otros que no estuvieron a la altura de lo esperado, ya que el llamado 'equipo Tiburón' barranquillero, era el claro favorito.
Del campo de fútbol, a la cárcel
Flórez, de 27 años y natural de Barranquilla, llevaba ya siete temporadas en el Junior, al que ingresó en las categorías inferiores. En 2001 le expulsaron de la selección sub-20 por indisciplinado y tres años después logró el campeonato con su equipo. Hoy tendrá que acudir a los juzgados de donde previsiblemente saldrá para la cárcel.
La muerte en el universo futbolístico colombiano no es un mal aislado. La semana pasada, precisamente, conmemoraron el 15º aniversario del asesinato de Andrés Escobar a manos de un bestia que reprochó al defensa, todo un caballero en el campo, el autogol en el Mundial de EEUU.
En marzo unos sicarios asesinaron en Cartagena a Sandro Mazo, un modesto jugador que pertenecía a la selección de su región. Y los enfrentamientos entre los ultras de distintos equipos, aquí llamadas 'barras bravas', dejan varios heridos y muertos todas las temporadas a pesar de los intentos de las autoridades por frenar la violencia fuera y dentro de los estadios.
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