martes, 16 de diciembre de 2014

El Atlético de Madrid borra del fondo sur cualquier vestigio del grupo ultra

El Atlético-Villarreal de la jornada 15 no pasará a la historia por su excelso fútbol. Ni siquiera por el triunfo del submarino amarillo, que ponía fin a la racha de 27 partidos sin perder como local del cuadro colchonero. Los pupilos de Marcelino lograron la victoria en medio del triste caos que rodeó a un Vicente Calderón, más pendiente del devenir de la grada que del propio terreno de juego. La presencia de la lluvia a mediados de la segunda parte, recordaba a los allí presentes el baño de lagrimas en que se había convertido el hasta la fecha estadio más caliente del fútbol español. Los retazos de la trágica reyerta que acabó con la vida de Francisco Javier Romero Taboada, alias «Jimmy», quedaron patentes en el seno de una afición totalmente rota desde hace dos semanas. Como la vida misma, el reproche dio paso al desaliento y por el camino volaron mucho más que tres puntos.
Las medidas anunciadas por el Atlético de Madrid para acabar con el Frente Atlético, tras 34 años de historia, fueron más que evidentes. Después de que la Comisión Antiviolencia calificara el encuentro de alto riesgo, cerca de 750 efectivos de la Policía Nacional se encargaron de blindar el recinto rojiblanco desde primera hora de la tarde. Por su parte, el club, que días antes había instado mediante SMS a todos los miembros de la Grada Joven a acudir con más antelación de lo habitual, colgó en todas las entradas varios carteles en los que se podía leer las nuevas normas de buen comportamiento. A medida que empezaba a anochecer, la tensión podía palparse en el contexto de un partido de fútbol, donde el fútbol, precisamente, era lo de menos.
En la propia estación de Pirámides, parada de metro más próxima al coliseo, se notaba la presencia policial. «Un despliegue así no lo recuerdo ni en los derbis», comentaba un aficionado camino del Paseo de los Meláncolicos. Ya en los aledaños, el escaso ambiente contrastaba con las numerosas luces azules de las lecheras del grupo Antidisturbios y la masiva presencia de los medios de comunicación, principalmente concentrada en el entorno de las puertas 44 y 46, lugar de acceso del Frente Atlético y el resto de seguidores más animosos. Allí, la vigilancia era total. Varias filas de vallas trazaba el improvisado camino por donde los abonados debían andar para alcanzar los tornos, previo paso de una primera criba en la que todo aquel que no llevara un carnet de abonado a su nombre y el DNI que lo refrendara, no pasaba.
El segundo control llegaba en los mencionados tornos, donde lo insólito no eran los registros, sino la extrema intensificación de los mismos. Otra vez con abono y DNI en la mano, un operario volvía a comprobar de manera exhaustiva el nombre y la foto del portador, para a continuación, someterse al cacheo de los vigilantes de seguridad. «Muéstrame la bufanda y ábrete el abrigo», repetían con insistencia, impidiendo la introducción de cualquier prenda representativa del grupo ultra. Banderas, bufandas, camisetas y sudaderas eran examinadas hasta la extenuación, lo que generó alguna discusión ante la incredulidad de los afectados. Mientras tanto, una pila de fotógrafos apostada fuera de las vallas recibía algunos insultos y recriminaciones, tales como «iros a grabar a Cristiano Ronaldo, hijos de p...» o «esta situación la habéis generado vosotros».
Tras acceder al interior del estadio, varias cosas llamaban la atención: la extrema presencia de la Policía Nacional en casi cualquier rincón; el blanco impoluto de las paredes, en las cuáles hasta el partido anterior estaban llenas de graffitis y consignas en favor del Frente Atlético y el propio Atlético, y el cerrojazo a cal y canto del cuarto que los radicales poseían para guardar todo el material de animación. Las pegatinas de los baños y las vallas de los vomitorios también habían sido arrancadas, despojando al fondo sur de la identidad adquirida a lo largo de más tres décadas. Solo algún cántico aislado recordaba que el objetivo de quien cruza ese pasillo no es otro que el de alentar al equipo. Pero nada más lejos de la realidad. Al entrar a la grada, pronto reparabas en que el cableado y la megafonía instalada para guiar los cánticos había sido retirada. Ni rastro de la pancarta oficial que rezaba en cada contienda, «FRENTE ATLÉTICO ULTRAS 1982», o de cualquier otro cartel, rótulo o bandera.
Guerra abierta
Ante tal situación, no era de extrañar lo que sucedió durante el encuentro. Con el fondo sur medio vacío, los tímidos conatos de animar eran reprendidos por el resto de la afición con pitos intermitentes. Una parte de los hinchas atléticos intentaba hacerse notar y demostrar que son capaces de transmitir el aliento sin la necesidad de que intervenga el Frente. «¡Atleti somos nosotros!», un himno de vez en cuando y algunas canciones aisladas trataban de poner algo de ambiente. Sin embargo, la frialdad fue la tónica reinante. El único grito que salió desde la Grada Joven en la primera parte dejaba clara la fractura abierta: «¡Si no me quieres, no cantes mis canciones!».
En el descanso, la barra donde los ultras vendían su «merchandising» estaba tomada literalmente por cuatro agentes de la Policía Nacional. Desde ahí hasta el gol del Villarreal lo único reseñable fue la aparición de la lluvia, que añadía si cabe una estampa más desoladora al duelo. Tras el tanto de Vietto llegaba el último ataque de la noche, cuando los aficionados del fondo sur recriminaron a los demás seguidores el porqué no animaban ahora, para después entonar ellos mismos el ya escuchado «¡Atleti somos nosotros!». El estadio respondió esta vez con una sonora pitada, mostrando ambas posturas, que a día de hoy, están muy lejos de reconciliarse.

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