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Ante esta situación, entendida como una ofensa por parte de los aficionados del Pontevedra, un seguidor granate salió del autobús y arrojó una bengala a la cara de un miembro del colectivo opuesto. La respuesta no se hizo esperar, y el propio seguidor del equipo local golpeó con virulencia a su agresor esgrimiendo un bate de béisbol. En su ataque incluso llegó a golpear a miembros granates que se resguardaban dentro del autocar sin intenciones violentas.
La situación se puso tan tensa que el conductor del autocar se vio obligado a cerrar las puertas del vehículo para evitar las acometidas violentas de la afición de Ponferrada. Cuando llegó la Policía Nacional disolvieron a los ultras locales y enviaron al autocar granate a las afueras de la localidad, castigando sólo al colectivo granate y permitiendo que los energúmenos del grupo Fondo Norte acudiesen a presenciar el encuentro.
Otra vez, pagan justos por pecadores, en una guerra injustificada, protagonizada por el escalón más ponzoñoso de la sociedad y que se saldó con cuatro heridos, uno de ellos hospitalizado y que recibiría siete puntos de sutura en la cabeza. La culpa de nuevo, de quién le permite entrar al terreno de juego a unos individuos que deberían estar atados con cadenas y bozales, tanto de una afición como de la otra. Lamentable.
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