Bochornoso y lamentable. Esos son dos de los calificativos más suaves que se podrían emplear para ilustrar el infierno en el que se convirtió el Carlos Tartiere al final del partido. Los aficionados del Pontevedra, que estuvieron recluidos durante dos largas horas en la grada, recibieron una lluvia de objetos desde el césped y los aledaños del estadio por parte de más de tres centenares de hinchas del Oviedo, que pudieron causar más de una desgracia.
Los antidisturbios se vieron impotentes para frenar el aluvión de lanzamientos de piedras, que acabaron causando brechas a dos aficionados del Pontevedra, porque la grada estaba abierta por la parte de atrás y los cascotes, enviados desde una carretera elevada y paralela, se colaban como misiles. La fortuna quiso que las dianas se produjeran con piedras de pequeñas dimensiones. De lo contrario, estaríamos hablando de consecuencias más graves.
Con las manos en la cabeza
El gentío que conformaba la marea granate se vio obligado a agacharse y a cubrirse la cabeza con los brazos para evitar daños de consideración. Aún así al menos dos personas sufrieron brechas en la testa y tuvieron que ser atendidas. Niños llorando y madres desesperadas y desbordadas por la situación fueron algunas de las imágenes más tristes de un espectáculo futbolístico que no había defraudado a nadie.
Pasadas las diez de la noche las fuerzas del orden ordenaron desalojar la grada al creer que el peligro había pasado.
Los aficionados, muchos de ellos aterrorizados, bajaron las escaleras con temor y salieron a la calle para acceder a los autobuses que aún no habían sido inutilizados. Cuatro de ellos estaban dañados y un quinto tuvo que quedarse en Oviedo porque una piedra había atravesado por completo la luna delantera y se había depositado en el suelo próximo a los asientos traseros.
Por suerte, ese ataque se produjo en el campus universitario, en el que estaban custodiados por las fuerzas de seguridad, y no había aficionados cerca.
Nuevo ataque ovetense
Una vez en el exterior del estadio se reprodujeron los lanzamientos de cascotes, en este caso de grandes dimensiones, de cristales y otros objetos contundentes, y los aficionados fueron conducidos de nuevo al interior del Carlos Tartiere. Por suerte, en esta nueva ofensiva violenta no hubo que lamentar heridos.
La marea granate tuvo que estar recluida durante otra hora a oscuras hasta que los vándalos fueron desalojados por completo. Para ello, los antidisturbios tuvieron que emplearse a fondo con continuos lanzamientos de bombas de humo y pelotas de goma.
En ese instante, pudieron salir de la cueva los atemorizados seguidores del Pontevedra, que consiguieron subir por fin a los autocares.
Una granate en el hospital
No obstante, los incidentes no tocaron a su fin porque un pequeño grupo de hinchas carbayones regresaron al campo de batalla a última hora. Fue la traca final. Varios testigos presenciales aseguran que algunos integrantes de Furya Granate se enfrentaron con ellos y la policía cargó contra los pontevedreses.
El resultado de la embestida fue una chica herida, que tuvo que ser atendida en el hospital ovetense con un corte en una mano. Recibió las correspondientes curas y fue dada de alta a la una de la madrugada.
Seis denunciados por la policía
Hay que destacar que la policía identificó a seis aficionados locales y formuló la correspondiente denuncia contra ellos. En Pontevedra habían sido nueve.
Los antidisturbios se vieron impotentes para frenar el aluvión de lanzamientos de piedras, que acabaron causando brechas a dos aficionados del Pontevedra, porque la grada estaba abierta por la parte de atrás y los cascotes, enviados desde una carretera elevada y paralela, se colaban como misiles. La fortuna quiso que las dianas se produjeran con piedras de pequeñas dimensiones. De lo contrario, estaríamos hablando de consecuencias más graves.
Con las manos en la cabeza
El gentío que conformaba la marea granate se vio obligado a agacharse y a cubrirse la cabeza con los brazos para evitar daños de consideración. Aún así al menos dos personas sufrieron brechas en la testa y tuvieron que ser atendidas. Niños llorando y madres desesperadas y desbordadas por la situación fueron algunas de las imágenes más tristes de un espectáculo futbolístico que no había defraudado a nadie.
Pasadas las diez de la noche las fuerzas del orden ordenaron desalojar la grada al creer que el peligro había pasado.
Los aficionados, muchos de ellos aterrorizados, bajaron las escaleras con temor y salieron a la calle para acceder a los autobuses que aún no habían sido inutilizados. Cuatro de ellos estaban dañados y un quinto tuvo que quedarse en Oviedo porque una piedra había atravesado por completo la luna delantera y se había depositado en el suelo próximo a los asientos traseros.
Por suerte, ese ataque se produjo en el campus universitario, en el que estaban custodiados por las fuerzas de seguridad, y no había aficionados cerca.
Nuevo ataque ovetense
Una vez en el exterior del estadio se reprodujeron los lanzamientos de cascotes, en este caso de grandes dimensiones, de cristales y otros objetos contundentes, y los aficionados fueron conducidos de nuevo al interior del Carlos Tartiere. Por suerte, en esta nueva ofensiva violenta no hubo que lamentar heridos.
La marea granate tuvo que estar recluida durante otra hora a oscuras hasta que los vándalos fueron desalojados por completo. Para ello, los antidisturbios tuvieron que emplearse a fondo con continuos lanzamientos de bombas de humo y pelotas de goma.
En ese instante, pudieron salir de la cueva los atemorizados seguidores del Pontevedra, que consiguieron subir por fin a los autocares.
Una granate en el hospital
No obstante, los incidentes no tocaron a su fin porque un pequeño grupo de hinchas carbayones regresaron al campo de batalla a última hora. Fue la traca final. Varios testigos presenciales aseguran que algunos integrantes de Furya Granate se enfrentaron con ellos y la policía cargó contra los pontevedreses.
El resultado de la embestida fue una chica herida, que tuvo que ser atendida en el hospital ovetense con un corte en una mano. Recibió las correspondientes curas y fue dada de alta a la una de la madrugada.
Seis denunciados por la policía
Hay que destacar que la policía identificó a seis aficionados locales y formuló la correspondiente denuncia contra ellos. En Pontevedra habían sido nueve.
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