La Justicia resolvió detener a un importante número de barrabravas comprometidos con la muerte de Gonzalo Acro, joven integrante de "Los borrachos del tablón", el grupo más pesado de la hinchada riverplatense. Como se recordará, Acro fue ultimado en una calle de Buenos Aires el pasado mes de agosto, en una acción que hace pensar en un ajuste de cuentas mafioso.
La decisión del juez Luis Rodríguez tiene precedentes, pero lo novedoso es que entre los involucrados no sólo aparecen miembros de facciones de la barrabrava de River, sino jefes de las hinchadas de Independiente y Platense.
El dato corrobora la existencia de redes mafiosas constituidas con objetivos económicos delictivos. La supuesta pasión por el fútbol o por los colores del club son apenas pretextos, simulacros destinados a otorgarle una supuesta identidad simbólica a sus faenas.
A la firmeza del juez hay que sumarle las eficaces diligencias de la policía. En efecto, las detenciones se produjeron porque las pesquisas policiales fueron precisas y ejercidas en el marco de la ley. Al éxito del procedimiento contribuyó la labor de los principales medios de comunicación, quienes no vacilaron en calificar a los procesados como vulgares delincuentes.
Así fueron desterradas lecturas justificatorias tan en boga en otros tiempos. Sociólogos y expertos en seguridad que indagan la relación del fútbol con estas conductas ilícitas, concluyen que nada permite afirmar que estos espectáculos de masas alienten los comportamientos delictivos.
En algún momento se consideró que el fanatismo era el responsable de las conductas violentas en la cancha. Se suponía que pasiones primitivas, expresadas en un contexto de pobreza e ignorancia, podían alentar manifestaciones salvajes de rebeldía o resentimiento.
El fútbol, no como práctica deportiva sino como espectáculo de masas, podía transformarse en un pretexto para que la sociedad liberaba las pasiones reprimidas durante la semana. Por estas razones, los gobiernos y el sistema político -en el sentido más amplio de la palabra- estaban interesados en habilitar estos espacios adhiriendo al principio clásico de que el pan y el circo pueden llegar a ser factores de gobernabilidad; pero también, porque en los tiempos modernos las pulsiones belicistas relacionadas con el patriotismo y la identidad nacional se manifiestan a través de los certámenes deportivos populares.
Las barras bravas nacieron en este escenario de competencia deportiva, manipulación social y violencia popular. A las depredaciones y actos patoteriles, le fueron sumando extorsiones y acciones criminales de mayor rango. Lúmpenes de los bajos fondos, hampones decididos a usar la violencia y el crimen para lograr sus objetivos, se fueron organizando en torno del fútbol como pretexto.
La complicidad de directivos de clubes, burócratas sindicales y caudillos políticos contribuyeron a otorgarles impunidad. Hoy esta red está a la vista. Importa que la Justicia actúe con firmeza. Pero para que su tarea se consume, es indispensable que la mayoría entienda que en nombre de la seguridad social ha llegado la hora de poner punto final a los mafiosos disfrazados de hinchas de fútbol.
La decisión del juez Luis Rodríguez tiene precedentes, pero lo novedoso es que entre los involucrados no sólo aparecen miembros de facciones de la barrabrava de River, sino jefes de las hinchadas de Independiente y Platense.
El dato corrobora la existencia de redes mafiosas constituidas con objetivos económicos delictivos. La supuesta pasión por el fútbol o por los colores del club son apenas pretextos, simulacros destinados a otorgarle una supuesta identidad simbólica a sus faenas.
A la firmeza del juez hay que sumarle las eficaces diligencias de la policía. En efecto, las detenciones se produjeron porque las pesquisas policiales fueron precisas y ejercidas en el marco de la ley. Al éxito del procedimiento contribuyó la labor de los principales medios de comunicación, quienes no vacilaron en calificar a los procesados como vulgares delincuentes.
Así fueron desterradas lecturas justificatorias tan en boga en otros tiempos. Sociólogos y expertos en seguridad que indagan la relación del fútbol con estas conductas ilícitas, concluyen que nada permite afirmar que estos espectáculos de masas alienten los comportamientos delictivos.
En algún momento se consideró que el fanatismo era el responsable de las conductas violentas en la cancha. Se suponía que pasiones primitivas, expresadas en un contexto de pobreza e ignorancia, podían alentar manifestaciones salvajes de rebeldía o resentimiento.
El fútbol, no como práctica deportiva sino como espectáculo de masas, podía transformarse en un pretexto para que la sociedad liberaba las pasiones reprimidas durante la semana. Por estas razones, los gobiernos y el sistema político -en el sentido más amplio de la palabra- estaban interesados en habilitar estos espacios adhiriendo al principio clásico de que el pan y el circo pueden llegar a ser factores de gobernabilidad; pero también, porque en los tiempos modernos las pulsiones belicistas relacionadas con el patriotismo y la identidad nacional se manifiestan a través de los certámenes deportivos populares.
Las barras bravas nacieron en este escenario de competencia deportiva, manipulación social y violencia popular. A las depredaciones y actos patoteriles, le fueron sumando extorsiones y acciones criminales de mayor rango. Lúmpenes de los bajos fondos, hampones decididos a usar la violencia y el crimen para lograr sus objetivos, se fueron organizando en torno del fútbol como pretexto.
La complicidad de directivos de clubes, burócratas sindicales y caudillos políticos contribuyeron a otorgarles impunidad. Hoy esta red está a la vista. Importa que la Justicia actúe con firmeza. Pero para que su tarea se consume, es indispensable que la mayoría entienda que en nombre de la seguridad social ha llegado la hora de poner punto final a los mafiosos disfrazados de hinchas de fútbol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario