Europa no sólo exporta la cara más amable del fútbol. Todo lo malo también se aprende, y así es como la violencia ha acabado haciéndose un hueco en Marruecos, que se quedó a las puertas de organizar el Mundial de 2010 que finalmente se llevó Suráfrica. «La mayor religión del mundo», como lo califica un periodista de Casablanca, cada vez tiene más jóvenes pecadores en el reino alauí.
La Real Federación Marroquí de Fútbol se ha visto obligada a «coger a los «hooligans» por los cuernos», según un diario local en referencia a las medidas de urgencia anunciadas el pasado 1 de noviembre.
Los problemas de una sociedad plagada de jóvenes, muchos parados y sin más ocupación que matar el tiempo a pie de calle, han terminado por hallar en las gradas de los estadios un buen lugar de desahogo. La falta de dinero no impide que muchos se las acaben ingeniando para acudir a los partidos de sus equipos. «Esta violencia es la hija bastarda de los problemas sociales», escribe Jamal Berraoui en el semanario «La Gazette du Maroc». «Pensar que se trata de una minoría de preadolescentes maleducados es ridículo».
Uno de los problemas que se quieren abordar con mayor celeridad es, precisamente, el descontrol en los estadios. Nadie sabe con exactitud cuántas personas acuden, ni cuántas de las entradas se han falsificado, ni cuántos se saltan la tapia.
Por eso, la Federación obligará a los clubes a fijar el número de entradas de manera clara y que éste se acomode al aforo de las instalaciones, desbordadas a menudo cuando el partido despierta excesivo interés. Deberán ser impresas con ciertas medidas de seguridad, como ir bien numeradas, para tratar de impedir duplicados.
Asimismo se instalarán tornos en las puertas y cámaras que graben los accesos a las instalaciones y se prohibirá a los menores de 16 años el acceso a las mismas si no van acompañados por un progenitor o tutor. Sobre los que cometan actos de vandalismo pesará una prohibición de presenciar los encuentros de dos años, advierte la Federación.
La expectación se convirtió en furia al acercarse la celebración del encuentro entre los dos equipos rivales de Casablanca, el Raja y el Widad, el pasado 20 de octubre en los cuartos de final de la Copa del Trono. Como de costumbre, las Fuerzas de Seguridad estaban avisadas ante posibles altercados en el complejo deportivo Mohamed V, pero decenas de grupos de hinchas incontrolados se encargaron de sembrar la ciudad de odio y pánico desde por la mañana. Este tipo de «violencia urbana» es algo nuevo en Marruecos y hay que hacer algo «antes de que esto se convierta en la jungla», asegura Berraoui.
Organizados en bandas, amenazaron a los comerciantes y a los adversarios, atacaron comercios y automóviles, y se enzarzaban a golpes con los del otro color. Dentro del estadio arrojaron bengalas y arrancaron asientos. Un aficionado murió en el barrio de Sidi Bernoussi, un centenar resultaron heridos, 120 autobuses fueron atacados y las Fuerzas de Seguridad detuvieron a 27 personas, 16 de ellas menores.
La Real Federación Marroquí de Fútbol se ha visto obligada a «coger a los «hooligans» por los cuernos», según un diario local en referencia a las medidas de urgencia anunciadas el pasado 1 de noviembre.
Los problemas de una sociedad plagada de jóvenes, muchos parados y sin más ocupación que matar el tiempo a pie de calle, han terminado por hallar en las gradas de los estadios un buen lugar de desahogo. La falta de dinero no impide que muchos se las acaben ingeniando para acudir a los partidos de sus equipos. «Esta violencia es la hija bastarda de los problemas sociales», escribe Jamal Berraoui en el semanario «La Gazette du Maroc». «Pensar que se trata de una minoría de preadolescentes maleducados es ridículo».
Uno de los problemas que se quieren abordar con mayor celeridad es, precisamente, el descontrol en los estadios. Nadie sabe con exactitud cuántas personas acuden, ni cuántas de las entradas se han falsificado, ni cuántos se saltan la tapia.
Por eso, la Federación obligará a los clubes a fijar el número de entradas de manera clara y que éste se acomode al aforo de las instalaciones, desbordadas a menudo cuando el partido despierta excesivo interés. Deberán ser impresas con ciertas medidas de seguridad, como ir bien numeradas, para tratar de impedir duplicados.
Asimismo se instalarán tornos en las puertas y cámaras que graben los accesos a las instalaciones y se prohibirá a los menores de 16 años el acceso a las mismas si no van acompañados por un progenitor o tutor. Sobre los que cometan actos de vandalismo pesará una prohibición de presenciar los encuentros de dos años, advierte la Federación.
La expectación se convirtió en furia al acercarse la celebración del encuentro entre los dos equipos rivales de Casablanca, el Raja y el Widad, el pasado 20 de octubre en los cuartos de final de la Copa del Trono. Como de costumbre, las Fuerzas de Seguridad estaban avisadas ante posibles altercados en el complejo deportivo Mohamed V, pero decenas de grupos de hinchas incontrolados se encargaron de sembrar la ciudad de odio y pánico desde por la mañana. Este tipo de «violencia urbana» es algo nuevo en Marruecos y hay que hacer algo «antes de que esto se convierta en la jungla», asegura Berraoui.
Organizados en bandas, amenazaron a los comerciantes y a los adversarios, atacaron comercios y automóviles, y se enzarzaban a golpes con los del otro color. Dentro del estadio arrojaron bengalas y arrancaron asientos. Un aficionado murió en el barrio de Sidi Bernoussi, un centenar resultaron heridos, 120 autobuses fueron atacados y las Fuerzas de Seguridad detuvieron a 27 personas, 16 de ellas menores.
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