Existe un antes y un después en el fútbol desde la tragedia de Hillsborough, en la que fallecieron 96 aficionados del Liverpool. Un día como hoy, hace 20 años, todos nos sobrecogimos cuando contemplamos el horror de cientos de seguidores, muchos de ellos niños, aplastados contra las vallas por culpa de una avalancha. Tuvieron que morir casi un centenar de hinchas para que en el fútbol inglés se tomaran medidas pensando en la seguridad del aficionado. No hay que olvidar que sólo cuatro años antes se habían sucedido las tragedias de Heysel —39 muertos en la final de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool— y Bradford —85 fallecidos por el incendio de una vetusta tribuna de madera—.
A principios de los años 90 y a raíz de estos trágicos acontecimientos, las autoridades políticas y deportivas se concienciaron de la importancia de la seguridad en los estadios. Y al mismo tiempo sirvieron para frenar el fenómeno de los hooligans ingleses que, en estado de embriaguez, utilizaban la disputa de los partidos de fútbol para realizar actos de vandalismo. Aún queda mucho por hacer en este terreno, como ayer mismo pudimos comprobar cuando un grupo de boixos nois agredió a un guardaespaldas de Laporta a las puertas del hotel del Barça en Múnich. Pero todos los presidentes de clubes deben insistir en aplicar una política de tolerancia cero con los radicales, como ha hecho Laporta estos años, aunque eso les pueda acarrear problemas con los ultras. Sólo combatiéndolos se acabará con ellos.
Por suerte, acudir a un estadio es cada vez más seguro en Europa, pese a que aún quedan grupos de radicales ultras en muchos países. Tragedias como las de Hillsborough o Heysel ya sólo son parte de la leyenda más negra del fútbol, pero sería bueno tenerlas siempre presentes, porque quien olvida su historia está condenado a repetirla.
A principios de los años 90 y a raíz de estos trágicos acontecimientos, las autoridades políticas y deportivas se concienciaron de la importancia de la seguridad en los estadios. Y al mismo tiempo sirvieron para frenar el fenómeno de los hooligans ingleses que, en estado de embriaguez, utilizaban la disputa de los partidos de fútbol para realizar actos de vandalismo. Aún queda mucho por hacer en este terreno, como ayer mismo pudimos comprobar cuando un grupo de boixos nois agredió a un guardaespaldas de Laporta a las puertas del hotel del Barça en Múnich. Pero todos los presidentes de clubes deben insistir en aplicar una política de tolerancia cero con los radicales, como ha hecho Laporta estos años, aunque eso les pueda acarrear problemas con los ultras. Sólo combatiéndolos se acabará con ellos.
Por suerte, acudir a un estadio es cada vez más seguro en Europa, pese a que aún quedan grupos de radicales ultras en muchos países. Tragedias como las de Hillsborough o Heysel ya sólo son parte de la leyenda más negra del fútbol, pero sería bueno tenerlas siempre presentes, porque quien olvida su historia está condenado a repetirla.
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