Se veía venir. Golpes de porra, ataques de nervios y rabia, mucha rabia. Así terminó la afición vallecana desplazada a Tenerife para ver jugar a su equipo. ¿Se podía haber evitado? Sí, sin duda, y alguien deberá pedir responsabilidades por lo que ayer pasó en el Heliodoro.
Un problema anunciado desde el primer momento
Faltaban más de treinta minutos para el comienzo del choque y los aficionados rayistas entraron por la grada popular alta hasta situarse en su parte más baja. Justo en ese momento comenzaron los problemas. Abucheos, insultos, silbidos y los primeros gritos de fuera, fuera.
En menos de cinco minutos aparecieron los primeros guardas de seguridad acompañados de la Policía Nacional, y tras una conversación con los aficionados vallecanos les acompañaron hacia su nueva ubicación, que por desgracia no era la grada de San Sebastián, utilizada para albergar a las hinchadas visitantes y sin apenas abonados. Allí no habría pasado nada porque cientos de sillas vacías rodearían a todos de las iras de cualquier incontrolado.
El nuevo sitio era igual o peor que el anterior y el detonante fue la celebración del primer gol chicharrero. Cientos, miles de aficionados locales centraron su ira en los no más de setenta rayistas. La bomba estaba a punto de estallar. Bastó con que algunos de las dos partes se retaran, amenazaran, bajaran o subieran dos o tres filas de asientos. A la voz de “carguen”, los miembros de la policía repartieron a diestro y siniestro contra en este caso los más débiles y fáciles de controlar. De ahí al escarnio público ya no quedaba nada. Así de simple y de sencillo es narrar lo que ocurrió.
Los responsables de seguridad apuntan al Rayo Vallecano
Puestos en contacto con el responsable de seguridad del estadio y el jefe del operativo policial, declinaron hacer declaraciones sobre lo ocurrido a ningún medio de comunicación, aunque fuera de micrófonos sí que explicaron lo acontecido. Culpan al club rayista de no comunicar que sí venía un grupo al partido y que entre ellos estaban miembros de los “peligrosos” Bukaneros. Nadie les debió hablar de familias, parejas y fieles aficionados a la franja roja que pasaban su fin de semana en la isla con el único ánimo de ver a su rayito.
Nunca se debía haber dejado a la afición rayista en esa ubicación, y tiempo tuvieron más que suficiente para cambiarlos de sitio. Nadie habla de enrejados ni vallas electrificadas, pero por desgracia el fútbol actual, salvo excepciones honrosas, es el bien de uno a costa del mal del otro. Energúmenos hay en todos los sitios, pero en este caso el detonante fueron los socios tinerfeños de mayor edad que no supieron recibir la visita de una afición visitante y menos aún cuando estaban ocupando sus asientos.
Ahora la prensa insular habla de carga contra los “radicales” vallecanos, e incluso escribe que fue la única forma de evitar males mayores. Así es el partidismo de unos medios locales que se echan de menos en la capital, por lo menos en cantidad, más entretenidos en las historietas entre madridistas y atléticos.
El rayismo necesita alguien que le defienda de verdad, que acabe con las vallas de la vergüenza ipsofacto, que limpie el orgullo manchado durante años, y lo más importante, que pida responsabilidades por lo ocurrido a quien haga falta, porque ya no es suficiente con que el entrenador lo diga en rueda de prensa.
Un problema anunciado desde el primer momento
Faltaban más de treinta minutos para el comienzo del choque y los aficionados rayistas entraron por la grada popular alta hasta situarse en su parte más baja. Justo en ese momento comenzaron los problemas. Abucheos, insultos, silbidos y los primeros gritos de fuera, fuera.
En menos de cinco minutos aparecieron los primeros guardas de seguridad acompañados de la Policía Nacional, y tras una conversación con los aficionados vallecanos les acompañaron hacia su nueva ubicación, que por desgracia no era la grada de San Sebastián, utilizada para albergar a las hinchadas visitantes y sin apenas abonados. Allí no habría pasado nada porque cientos de sillas vacías rodearían a todos de las iras de cualquier incontrolado.
El nuevo sitio era igual o peor que el anterior y el detonante fue la celebración del primer gol chicharrero. Cientos, miles de aficionados locales centraron su ira en los no más de setenta rayistas. La bomba estaba a punto de estallar. Bastó con que algunos de las dos partes se retaran, amenazaran, bajaran o subieran dos o tres filas de asientos. A la voz de “carguen”, los miembros de la policía repartieron a diestro y siniestro contra en este caso los más débiles y fáciles de controlar. De ahí al escarnio público ya no quedaba nada. Así de simple y de sencillo es narrar lo que ocurrió.
Los responsables de seguridad apuntan al Rayo Vallecano
Puestos en contacto con el responsable de seguridad del estadio y el jefe del operativo policial, declinaron hacer declaraciones sobre lo ocurrido a ningún medio de comunicación, aunque fuera de micrófonos sí que explicaron lo acontecido. Culpan al club rayista de no comunicar que sí venía un grupo al partido y que entre ellos estaban miembros de los “peligrosos” Bukaneros. Nadie les debió hablar de familias, parejas y fieles aficionados a la franja roja que pasaban su fin de semana en la isla con el único ánimo de ver a su rayito.
Nunca se debía haber dejado a la afición rayista en esa ubicación, y tiempo tuvieron más que suficiente para cambiarlos de sitio. Nadie habla de enrejados ni vallas electrificadas, pero por desgracia el fútbol actual, salvo excepciones honrosas, es el bien de uno a costa del mal del otro. Energúmenos hay en todos los sitios, pero en este caso el detonante fueron los socios tinerfeños de mayor edad que no supieron recibir la visita de una afición visitante y menos aún cuando estaban ocupando sus asientos.
Ahora la prensa insular habla de carga contra los “radicales” vallecanos, e incluso escribe que fue la única forma de evitar males mayores. Así es el partidismo de unos medios locales que se echan de menos en la capital, por lo menos en cantidad, más entretenidos en las historietas entre madridistas y atléticos.
El rayismo necesita alguien que le defienda de verdad, que acabe con las vallas de la vergüenza ipsofacto, que limpie el orgullo manchado durante años, y lo más importante, que pida responsabilidades por lo ocurrido a quien haga falta, porque ya no es suficiente con que el entrenador lo diga en rueda de prensa.
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