Hace hoy 53 años que los seguidores del Manchester United se despertaron con la terrible noticia de que Duncan Edwards se había convertido en el octavo futbolista que perdía la vida como consecuencia del accidente que había sufrido el avión que traía al equipo de vuelta a casa. Venían de Belgrado, donde superaron una dura eliminatoria de la Copa de Europa ante el Estrella Roja. Pararon a repostar en Múnich y el aparato, tras abortar en un par de ocasiones el despegue, acabó estrellándose y enviando al mundo de los sueños incumplidos al equipo que parecía destinado a discutir con el Real Madrid el reinado en Europa.
Edwards luchó por sobrevivir en un hospital alemán durante quince días angustiosos que le convirtieron en un símbolo para los aficionados del United que veían reflejada en su pelea la de un equipo dispuesto a levantarse de los hierros retorcidos de un avión. Pero su fortaleza física no pudo con la gravedad de sus heridas y las emisoras de radio despertaron a los habitantes de Manchester con la noticia de que el centrocampista había muerto.
Nadie defiende la memoria de Duncan Edwards como los que compartieron vestuario con él. Bobby Charlton, uno de los supervivientes de aquel accidente, no se cansa de repetir que "era el único futbolista que realmente me hacía sentir inferior. Era bueno con la derecha, con la izquierda, fuerte, dominaba el juego. Los que dicen que el mejor de la historia fue Pelé es porque nunca vieron jugar a Duncan Edwards".
Su irrupción en el Manchester United fue meteórica. Nació en Dudley y desde pequeño comenzó a jugar en equipos con niños mucho mayores. Comenzaron a revolotear a su alrededor representantes de diferentes equipos, pero el United le quería a toda costa y Bert Whaley, técnico del primer equipo, apareció en su casa el día que cumplía quince años para ofrecerle un contrato profesional. Una muestra de la fe que tenían en aquel futbolista de imponente presencia física. Apenas tenía dieciséis años cuando debutó con el primer equipo y el flechazo con los aficionados fue inmediato. Jugaba de medio por la izquierda, pero su influencia en el juego era gigantesca. Insuperable en lo físico, hacía algo que hasta el momento no se veía: combinar el juego en corto con el largo gracias a su desplazamiento de balón. Edwards entendía el fútbol mejor que nadie y no tardó en convertirse en el eje del equipo, en la piedra sobre la que Matt Busby comenzó a construir un equipo de leyenda. Sus éxitos llegaron también a la selección inglesa con la que debutó ante Escocia en Wembley (7-2) antes que nadie, cuando sólo tenía 18 años y 183 días, un récord que duró décadas hasta que fue superado por Wayne Rooney.
No tardaron en llegar los éxitos. El United ganó las ligas de 1956 y1957, año en el que alcanzó las semifinales de la Copa de Europa en la que cayeron a manos del Real Madrid de Di Stéfano. Era el primer aviso de que la generación de Edwards no se conformaba con mandar en Inglaterra y que su hambre iba mucho más allá.
La siguiente temporada era especialmente importante para el futbolista que quería ampliar su palmarés con el United y a final de la temporada le esperaba el Mundial de 1958 en Suecia al que sin duda Inglaterra parecía llegar como una de las grandes aspirantes. Pero todo se torció tras eliminar al Estrella Roja en Belgrado. El accidente de Múnich sepultó a un equipo inolvidable que no volvió a ganar un título hasta 1963. La noticia del accidente sumió en una profunda depresión a los aficionados del United que se agarraron la esperanza de que Edwards se aferraba a la vida en un hospital de Múnich. "Duncan resiste" titulaban los periódicos británicos y repetían como una letanía los seguidores del equipo. Los jugadores heridos en el accidente acudían cubiertos de vendas a la UCI del hospital y velaban el descanso de su compañero.
El problema era que las heridas eran de una gravedad extrema. Tenía un riñón destrozado y múltiples fracturas. Pasaban los días y no mejoraba, aunque el hecho de que resistiera llenaba de esperanza a los aficionados ingleses. El 21 de febrero todo se acabó. Quince días después del accidente en el aeropuerto de Múnich el corazón de Duncan se había detenido para siempre. La tragedia se hizo entonces más grande. Tenía solo 22 años y un final esplendoroso. Poco después contó Jimmy Murphy, ayudante de Busby, que lo último que hizo fue preguntarle a qué hora tocaba jugar contra los Wolves porque era un partido "que no me puedo perder por nada". El dolor en Manchester tardó mucho en curarse y aún hoy se le recuerda con frecuencia y los aficionados más veteranos tienen una cita inexcusable cada 21 de febrero. Visitan su tumba, se acercan al monumento que le dedicaron en el pueblo o entran a rezar en la iglesia que tiene un par de vidrieras dedicadas al futbolista. En una de ellas se puede leer la inscripción: "Hay muchos cuerpos, pero un solo alma".
Edwards luchó por sobrevivir en un hospital alemán durante quince días angustiosos que le convirtieron en un símbolo para los aficionados del United que veían reflejada en su pelea la de un equipo dispuesto a levantarse de los hierros retorcidos de un avión. Pero su fortaleza física no pudo con la gravedad de sus heridas y las emisoras de radio despertaron a los habitantes de Manchester con la noticia de que el centrocampista había muerto.
Nadie defiende la memoria de Duncan Edwards como los que compartieron vestuario con él. Bobby Charlton, uno de los supervivientes de aquel accidente, no se cansa de repetir que "era el único futbolista que realmente me hacía sentir inferior. Era bueno con la derecha, con la izquierda, fuerte, dominaba el juego. Los que dicen que el mejor de la historia fue Pelé es porque nunca vieron jugar a Duncan Edwards".
Su irrupción en el Manchester United fue meteórica. Nació en Dudley y desde pequeño comenzó a jugar en equipos con niños mucho mayores. Comenzaron a revolotear a su alrededor representantes de diferentes equipos, pero el United le quería a toda costa y Bert Whaley, técnico del primer equipo, apareció en su casa el día que cumplía quince años para ofrecerle un contrato profesional. Una muestra de la fe que tenían en aquel futbolista de imponente presencia física. Apenas tenía dieciséis años cuando debutó con el primer equipo y el flechazo con los aficionados fue inmediato. Jugaba de medio por la izquierda, pero su influencia en el juego era gigantesca. Insuperable en lo físico, hacía algo que hasta el momento no se veía: combinar el juego en corto con el largo gracias a su desplazamiento de balón. Edwards entendía el fútbol mejor que nadie y no tardó en convertirse en el eje del equipo, en la piedra sobre la que Matt Busby comenzó a construir un equipo de leyenda. Sus éxitos llegaron también a la selección inglesa con la que debutó ante Escocia en Wembley (7-2) antes que nadie, cuando sólo tenía 18 años y 183 días, un récord que duró décadas hasta que fue superado por Wayne Rooney.
No tardaron en llegar los éxitos. El United ganó las ligas de 1956 y1957, año en el que alcanzó las semifinales de la Copa de Europa en la que cayeron a manos del Real Madrid de Di Stéfano. Era el primer aviso de que la generación de Edwards no se conformaba con mandar en Inglaterra y que su hambre iba mucho más allá.
La siguiente temporada era especialmente importante para el futbolista que quería ampliar su palmarés con el United y a final de la temporada le esperaba el Mundial de 1958 en Suecia al que sin duda Inglaterra parecía llegar como una de las grandes aspirantes. Pero todo se torció tras eliminar al Estrella Roja en Belgrado. El accidente de Múnich sepultó a un equipo inolvidable que no volvió a ganar un título hasta 1963. La noticia del accidente sumió en una profunda depresión a los aficionados del United que se agarraron la esperanza de que Edwards se aferraba a la vida en un hospital de Múnich. "Duncan resiste" titulaban los periódicos británicos y repetían como una letanía los seguidores del equipo. Los jugadores heridos en el accidente acudían cubiertos de vendas a la UCI del hospital y velaban el descanso de su compañero.
El problema era que las heridas eran de una gravedad extrema. Tenía un riñón destrozado y múltiples fracturas. Pasaban los días y no mejoraba, aunque el hecho de que resistiera llenaba de esperanza a los aficionados ingleses. El 21 de febrero todo se acabó. Quince días después del accidente en el aeropuerto de Múnich el corazón de Duncan se había detenido para siempre. La tragedia se hizo entonces más grande. Tenía solo 22 años y un final esplendoroso. Poco después contó Jimmy Murphy, ayudante de Busby, que lo último que hizo fue preguntarle a qué hora tocaba jugar contra los Wolves porque era un partido "que no me puedo perder por nada". El dolor en Manchester tardó mucho en curarse y aún hoy se le recuerda con frecuencia y los aficionados más veteranos tienen una cita inexcusable cada 21 de febrero. Visitan su tumba, se acercan al monumento que le dedicaron en el pueblo o entran a rezar en la iglesia que tiene un par de vidrieras dedicadas al futbolista. En una de ellas se puede leer la inscripción: "Hay muchos cuerpos, pero un solo alma".
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