Pese a lo apacible que está resultando la primavera gallega, La Coruña contaba ayer con todos los ingredientes para que se desencadenase la tormenta perfecta. La reyerta de Madrid Río, en la que resultaba fallecido el ultra deportivista Francisco Javier Romero Taboada, más conocido como «Jimmy», es una herida aún abierta para el sector radical de la afición blanquiazul.
Cerca de donde Jimmy vivía y jugaba con su hijo pequeño, regenta una tienda su madre. La mujer, que sorprendió por su entereza y su llamada a la calma cuando atendió a ABC pocas horas después de la pelea para pedir que el asesinato de su hijo sirviese «para acabar con la violencia en el fútbol», volvió ayer a atender a este periódico. Preguntada por si creía que la visita del Atlético podía desencadenar algún conflicto, responde contundente: «Espero que no. No quiero venganza, porque eso no me va a devolver a mi hijo». Y sobre la dureza de los últimos meses, señala sentirse dolida por el trato que ha recibido de muchas partes, pero ya con dificultades para contener la emoción zanja la conversación: «Prefiero ser madre de una víctima que de un verdugo. No hubiera podido soportar verle en la cárcel si hubiese sido al revés. Cayó en una emboscada y al menos ahora puede descansar en paz».
Dispositivo de seguridad
A medida que se acerca la hora del partido, llama poderosamente la atención la ausencia de los colores rojiblancos en las calles coruñesas, habitualmente hospitalarias con las aficiones visitantes que invaden las zonas de tapas en días de encuentro. No hay bufandas, camisetas o banderolas del Atlético de Madrid. Con una excepción. El puesto ambulante que se encuentra enfrente de la puerta que da entrada a la grada visitante. En los demás, que habitualmente cuentan con merchandising rival para rezagados y olvidadizos, ni rastro. «Sí que tenemos bufandas del Atleti, pero están guardadas por si alguien las pide. Más que nada para evitar altercados», indica el encargado del puesto de Marathon, el fondo de entrada de los Riazor Blues. Los aledaños del estadio también se blindan ante un problema eventual. Fuentes de la Policía indicaban que el dispositivo contaría con, al menos, 150 agentes antidisturbios y efectivos de los cuerpos locales.
El punto más caliente de la previa se encuentra, justamente, en la histórica torre de Riazor, donde los ultras deportivistas tenían convocada una ofrenda floral a la pintada que recuerda a su «abuelo», como todavía alguno le llama. La gente se agolpa en la entrada y se hace un silencio solemne que rompe un «Jimmy vive» ahora convertido en grito de guerra. Entre los congregados resalta, como ya aconteciera en otras manifestaciones, la mayoría de caras descubiertas. Sin gorras caladas ni bufandas a modo de pasamontañas. «Nunca hemos tenido nada que esconder», se escucha. Alguno incluso lleva una camiseta con la cara de su conmilitón fallecido, como si de un Che Guevara coruñés se tratase.
Ya dentro del estadio, la pitada al Atlético es de las más intensas de la temporada y en los instantes previos al silbato inicial, los radicales retumban el recinto coruñés al grito de «asesinos».
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