El 9 de febrero de 1992 el entrenador del València CF, un joven Guus Hiddink, paralizaba el inicio de un partido contra el Albacete Balompié para que los servicios del club retiraran una bandera nazi de la grada de Mestalla. El técnico amenazó con que sus jugadores no iniciarían el partido hasta que esa enseña con la esvástica no desapareciera. El símbolo lo portaban los aficionados del Albacete (los ultras de Brigadas Blancas), pero fue la primera y única vez que algún entrenador o miembro del club valencianista cuestionaba que en el estadio de Mestalla se enseñaran enseñas antidemocráticas.
Justo ese año fue el de inflexión para una histórica peña valencianista que había nacido en 1983 y que llevaba una década llenando de color, cánticos y pirotecnia los partidos del València CF. La Peña Yomus. En un primer momento, este grupo de animación nació sin ideología política y en él se integraban miembros de tribus urbanas de la ciudad, como heavies o rockers, pero también muchos jóvenes de los pueblos de los alrededores.
Pero en 1992, justo el año que Hiddink hizo retirar la bandera nazi, todo cambió. En plena expansión del neonazismo entre grupos de jóvenes españoles, Valencia no fue menos y decenas de sus miembros se integraron en Yomus hasta acabar tomando el control.
La antigua peña que ocupaba la mítica grada General de Pie del fondo Norte de Mestalla mutaba en los Ultra Yomus. Muchos de sus miembros que rechazaban la ideología de extrema derecha se marcharon y fundaron otros grupos de animación en otras zonas del campo. Desde ese momento, los ultraderechistas convirtieron Mestalla en su dominio poniendo en el punto de mira a todos aquellos que no seguían sus directrices.
Desde ese año y en mayor o menor medida no era extraño ver en la zona donde se ubicaban los ultras banderas franquistas, cruces célticas o cánticos contra Guillem Agulló, un joven antirracista valenciano asesinado en 1993 por miembros de la extrema derecha. Por otra parte, era imposible ver en Mestalla cualquier enseña de grupos de izquierdas o nacionalistas, que fueron proscritos, al menos visiblemente, de las gradas del campo del València CF.
Los miembros de Yomus nunca han escondido sus afinidades neonazis en tatuajes, cánticos y brazos con el saludo romano. En los 90 Yomus estaba llena de skinheads, aunque con el tiempo esas vestimentas identificativas acabaron mutando en unas indumentarias más casuals. No es difícil encontrar en internet fotografías y vídeos de estas muestras de su ideología dentro del campo y en los desplazamientos del equipo.
Según explican miembros de otros grupos de animación que han acudido a Mestalla desde los años 90 del siglo pasado, los Yomus impusieron en el campo una "dictadura silenciosa". Amenazas y agresiones a otros aficionados del mismo club y control de las banderas que entraban al campo, presión que se agudizaba en los desplazamientos.
Por descontado queda el historial violento de estos ultras, sobre todo en enfrentamientos con otros grupos de extrema izquierda como Riazor Blues (Deportivo de La Coruña) o Biris (Sevilla CF) y otros de la misma ideología pero equipos rivales como Brigadas Blanquiazules (Espanyol) o Boixos Nois (FC Barcelona) en su última etapa.
Ultra Yomus fueron tolerados en unos casos y alentados en otros por las distintas directivas del València CF, que los utilizaban como mascarón de proa para presionar ante decisiones en el ámbito social que les pudieran beneficiar. También porque controlaban la grada de animación y sin sus cánticos el campo tenía un ambiente más desangelado. Porque esa ha sido siempre su moneda de cambio, como pasaba en otros clubes españoles. Entradas y privilegios -en muchos casos negocios con un importante lucro personal- a cambio de animación en los estadios.
Pero eso cambio en la última etapa de Manuel Llorente y, sobre todo, con el nuevo propietario del Club, el singapourense Peter Lim que, asesorado por personal externo y del club esta temporada han acabado por dejar fuera de la grada joven a los miembros de Yomus limitando la entrada a mayores de 35 años.
La firme decisión de expulsar a los yomus arrancó en 2015, cuando se empezó a perseguir la entrada de símbolos xenófobos y antidemocráticos al campo, lo que provocó numerosas amenazas contra los dirigentes del club. Justo en ese temporada echó a andar y creó la grada joven bautizada como la Curva Nord -un copia de la ultraderechista Curva Nord del Inter de Milán- donde se integraron muchos radicales de Ultra Yomus que siguieron boicoteando la grada de animación y amenazando al club.
La paciencia del club con estos elementos radicales se acabó de quebrar el 9 de octubre de 2017, cuando más de un centenar de miembros de Ultras Yomus protagonizaron las agresiones contras una manifestación por la lengua en el centro de València.
En estos momentos hay trece miembros de los Yomus y antiguos socios del València CF que están imputados por esos hechos y el juez de instrucción los investiga, además de por delitos de odio, por asociación criminal. Tras los hechos del 9O, el club retiró los abonos a los yomus implicados, lo que agudizó el pulso que los ultras ya le habían echado al club.
El pasado año y tras desavenencias con el València CF, la Curva Nord dejó de animar en los partidos finales de la temporada cuando el equipo se jugaba la Copa del Rey y su entrada en la Champions League. La mayoría de miembros de este colectivo que reúne a unas 2.000 personas querían dar apoyo con sus cánticos al equipo, pero la presión de los afines a Ultra Yomus y las amenazas callaron la grada. Fue la gota que definitivamente colmó el vaso.
Desde el pasado 17 de agosto las gradas de animación de Mestalla no tienen ultras entre sus integrantes. Al menos no visiblemente. Porque la lucha no ha terminado. Esta semana el València CF ha tenido que emitir un comunicado advirtiendo que defenderá a los aficionados que reciban amenazas de la Curva Nord-Yomus por animar al equipo.
El FC Barcelona de Joan Laporta fue el pionero en expulsar a los ultras violentos de sus gradas, los Boixos Nois. El Real Madrid le siguió. Ahora el València CF continúa un camino que será duro pero que convertirá Mestalla en una espacio más democrático.
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