La peor fama del fútbol mundial la tienen los hooligans ingleses por sus algaradas masivas, algunas de consecuencias terribles, como aquella de Heysel (véase el día 29 de mayo). Pero Italia ha sufrido un problema parecido, que periódicamente ha salpicado de crímenes el calcio, tan controlado y científico sobre el campo, tan pasional fuera. Los causantes de los más graves incidentes son los llamados tepisti, jóvenes armados dispuestos a todo, que se citan por Internet para atacarse mutuamente en encuentros violentos, pero que se unen ante lo que consideran un enemigo común: la policía. El mismo día en que se producían los hechos que más adelante se relatan, sendas pancartas en Livorno y en Perugia pedían todavía «Vendetta por Spagnolo». Spagnolo era un joven ultra fallecido en un incidente con la policía tras un Génova-Milán doce años antes, en 1995.
El día de Santa Ágata, patrona de Sicilia, se enfrentaron los dos equipos principales de la isla, el Catania y el Palermo. Hay color, humo, pancartas, agitación y violencia, mucha violencia. De resultas de la misma fallece un policía, de nombre Filippo Racitti, de treinta y ocho años, víctima de una atrocidad que en Italia se llama «bomba carta». Es una especie de bomba de mano casera, consistente en un petardo de grandes dimensiones rodeado de pólvora y a su vez envuelto en un papel de gran grosor rociado de gasolina. Se le enciende la mecha y se arroja. Uno de estos fue arrojado por la ventanilla del coche de policía en el que estaba Filippo Racitti, que falleció en el acto. Según los primeros síntomas, por asfixia, según la autopsia, por trauma abdominal y fractura múltiple del hígado.
Algunos primeros testimonios señalaron que la bomba carta habría entrado por la ventanilla del coche por casualidad, lanzada desde la grada del campo hacia la calle, sin más objeto que provocar ruido. Pero se daba una coincidencia siniestra y sospechosa: el policía fallecido había testificado una semana antes en un juicio contra dos ultras, lo que hizo pensar en una vendetta. Un compañero del fallecido denunció: «Nos tendieron una emboscada. Íbamos persiguiendo a un pequeño grupo cuando aparecieron ultras del Catania por todos lados. El humo hizo la atmósfera irrespirable. Yo me desmayé». Tras su testimonio hay veintidós detenidos y se buscan conexiones entre los grupos ultras y la mafia.
El escándalo en Italia es mayúsculo. Romano Prodi, primer ministro, anuncia medidas «enérgicas y rotundas», el comisario interventor de la Federación, Luca Pancalli, informa de que «hasta que no haya garantías no volverá a haber fútbol», Sergio Campana, presidente del sindicato de futbolistas, pide un año de paralización del calcio y el ya ex presidente del Catania, Antonino Pulvirenti, destituido por los hechos, señala que «lo que debería hacerse es prohibir el fútbol en Sicilia».
Pero todo se quedará en una jornada de interrupción del campeonato. Y siguieron por aquí y por allá las pancartas contra la policía.
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