La afición del Celtic de Bloemfontein, un modesto club hermanado con el Sporting de Lisboa, tenía fama de ser la más alegre y animosa de Sudáfrica. Pero jamás se podía imaginar que crearía una atmósfera tan maravillosa como la que acogió el choque entre españoles e iraquíes. Cánticos, palmas, bailes, olas, trenecitos, sonido permanente de «vuvuzelas» (las trompetas de aquí). Todo a un ritmo excitante y con una perfección propia de la mejor coreografía de Nacho Duato.
En los prolegómenos, el campo parecía semivacío. Quizá abrieron las puertas o quizá la gente llegó tarde pero daba igual. Al final hubo algo más de media entrada pero la sensación era de lleno absoluto. Detrás de una portería, los más fervientes hinchas del Celtic comienzan a moverse. Brincan, se mueven de un lado para otro, alzan la voz, dan palmas, golpean el metal de los asientos.
Todo el estadio les sigue al unísono. De pronto, un ruido ensordecedor atruena en el «Free State». Los jugadores no escuchan ni el silbato del árbitro. Todos alucinan. Lo nunca visto. España sigue siendo la preferida de los seguidores surafricanos. La campeona de Europa ha calado en el pueblo africano, un calor que espera mantener en las semifinales.
En los prolegómenos, el campo parecía semivacío. Quizá abrieron las puertas o quizá la gente llegó tarde pero daba igual. Al final hubo algo más de media entrada pero la sensación era de lleno absoluto. Detrás de una portería, los más fervientes hinchas del Celtic comienzan a moverse. Brincan, se mueven de un lado para otro, alzan la voz, dan palmas, golpean el metal de los asientos.
Todo el estadio les sigue al unísono. De pronto, un ruido ensordecedor atruena en el «Free State». Los jugadores no escuchan ni el silbato del árbitro. Todos alucinan. Lo nunca visto. España sigue siendo la preferida de los seguidores surafricanos. La campeona de Europa ha calado en el pueblo africano, un calor que espera mantener en las semifinales.
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