Con o sin entrada, unos 100.000, aficionados entre rojiblancos y madridistas convirtieron Lisboa este fin de semana en una barrio más de Madrid. La gran final de la Champions League 2014, la primera entre dos clubes de la misma ciudad, ya forma parte de la historia del fútbol español.
Ni en la mejor de las operaciones salida de vacaciones previa a la crisis se vio en la carrete Extremadura un peregrinar de vehículos, entre coches particulares, autocares y caravanas, como el de este fin de semana. Sin ir más lejos, en una de las últimas gasolineras antes de cruzar la frontera se habían despachado más de 47.000 litros de combustible solo en la tarde del viernes, el tripe que cualquier viernes en circunstancias normales.
Al final no hizo falta habilitar estaciones de servicio para aficionados del Atlético y del Real. En muchas de ellas coincidieron de ambos equipo y como durante todo el fin de semana imperó el fair play. Tampoco hubo una presencia de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado excesiva.
Las únicas retenciones, kilométricas eso sí, se formaron en el primer peaje en suelo luso y en el puente 25 de abril. Por el contrario, llegar a las inmediaciones del Estadio de La Luz no fue tan traumático como se esperaba, aunque lo más recomendable era dejar el coche en alguno de los estacionamientos habilitados al efecto.
Conforme se iba acercando la hora de la final (19:45 hora portuguesa), los aficionados fueron abandonando sus respectivas ‘fan zone’ y aproximándose al estadio. Aquí pudimos comprobar que la percepción que tuvimos durante el viaje era cierta: se notaba más presencia de aficionados rojiblancos que madridistas.
En el campo la batalla por llevar la voz cantante en la grada estuvo reñida durante el calentamiento y en los primeros minutos. El primer susto de Bale hizo despertar a los rojiblancos y desde ese momento llevaron a su equipo en volandas con continuas referencias a Luis Aragonés y al equipo que ha llevado la voz cantante estos últimos años en la capital.
El gol de Godín se celebró en la grada casi tanto como el de la semana en el Camp Nou y no era para menos por el ‘valor doble’: podía valer un título y qué mejor que ganárselo al eterno rival.
Por su parte, los madridistas se temieron lo peor y durante muchos minutos pasó por su cabeza que la ‘Décima’ podía atragantársele como le sucedió al equipo de baloncesto en Milan contra el Maccabi.
Justo cuando más negro lo veían los madridistas y desde su parte de la grada el único mensaje de aliento era un tímido ‘sí se puede’ llegó el gol de Ramos y lo cambió todo. Los atléticos sufrieron el golpe, tanto moral como físico, y los madridistas salieron espoleados en la prórroga.
Al final el partido acabó con una goleada engañosa (4-1) y, lo que es peor, con una tangana que empañó la fiesta del fútbol, pero que afortunadamente no se contagió a la grada. Las aficiones emprendieron en camino de vuelta a Madrid de muy diferente manera a la que lo emprendieron horas antes: los madridistas con su ansiada Décima y los atléticos volviendo a caer en una final cuarenta años después, pero con la sensación de que si siguen haciendo así las cosas no tardarán tanto en volver a pelear por la Champions.
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