La Cabalgata de cada mayo llenó de ilusión las calles de Sevilla. José Castro, que encarnó al rey Baltasar en la tradicional comitiva de la ilusión que el Ateneo organiza en el mes de enero, vivió una sensación parecida, ya repetida, en la caravana que el sevillismo protagonizó en una celebración más. Ya es una costumbre, una cita obligada... así que las celebraciones, la organización de cada evento, salen solas. Pero cada año el sevillismo renueva su ilusión y lo festeja con más fuerza que nunca, como si fuera la última vez, sabiendo que en realidad no lo será.
Otra vez como siempre, baño de sevillismo en la Puerta de Jerez, tomando la Fuente de Híspalis que preside el final de la Avenida de la Constitución desde la Exposición Iberoamericana de 1929, el paso por la Catedral para ofrecer el título a la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad, y la archidiócesis a la que el Sevilla visita dos veces por año, el Ayuntamiento, con el paso por el salón Colón y el balcón para que los cánticos fluyan, luego la fiesta total en el estadio... Todo es igual que siempre, un dèja vu que se repite cíclicamente.
Las bromas con el alcalde, que se estrenaba en estas lides, comenzaron pronto en el Ayuntamiento. Juan Espadas, que hace un año se paseaba en Varsovia con una discreta bufanda sevillista aún sin tener el bastón de mando, saludó a la amplia comitiva, casi muchedumbre, con un "¡Viva el Sevilla!". La sonrisa se dibujó en el presidente, que le regaló una camiseta del Sevilla firmada por la plantilla.
"Cuando llega mayo, llega la primavera, la Semana Santa, la Feria, los títulos del Sevilla... Es una alegría enorme. Antes a esta ciudad la plata la traía Colón y ahora la trae el Sevilla. El alcalde no le quiere cambiar el nombre a este salón, así que por lo menos que nos dé la llave porque venimos con frecuencia. Viva la plantilla del Sevilla y viva al Sevilla", gritó un Castro que después en el balcón de la Plaza de San Francisco prometió más: "Esto no es fruto de la casualidad, hay un gran trabajo, pero el año que viene tendremos otro gran equipo. ¡Viva la plantilla del Sevilla y viva el Sevilla!".
Llegó el momento de los jugadores y ahí el tono desenfadado se apoderó del acto. Fue tras el saludo de un Unai Emery agradecido al club y entregado a la ciudad, pensando en el futuro. José Antonio Reyes, como primer capitán, hizo un saludo breve para después poner ante el toro a Luismi, hombre de pocas palabras, que salió bien del paso. Pero al que todo el sevillismo esperaba era a Coke, protagonista de la final y uno de los artífices reales de la consecución del título con los dos goles que materializaron la remontada ante el Liverpool.
"Para mí es un orgullo poder trabajar todos los días con esta gente", dijo refiriéndose a sus compañeros. "Esto (tocando la Copa) es el fruto de mucho curro, de mucha gente que no está aquí, pero que es muy importante. Se lo dedicamos a la gente que fue a Basilea y que calló a 20.000 ingleses, a los que no pudieron ir y a la afición que inundó Madrid", explicó con la final de Copa aún fresca.
Los cánticos desgarrados de Monchi, las respuesta de todos los sevillistas desde abajo, y el micrófono pasando de una mano a otra para convertir la plaza de San Francisco en una especie de Gol Norte empujando a un campeón, un pentacampeón...
Por último, el equipo se fundió con su hinchada en el barrio de Nervión, donde un espectáculo de luces, sonidos, fuegos artificiales y mucho sevillismo se prolongó hasta pasada las doce de la medianoche. Allí el desenfreno se apoderó de la situación, en un Ramón Sánchez-Pizjuán repleto desde algo más de las nueve de la noche, donde los abonados tenían guardado su asiento.
Sevillismo, mayo, primavera, títulos, cabalgata, pasión, un equipo campeón... Un dèja vu, como cada mes de mayo
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