UNA HOGUERA SECA A PUNTO DE PRENDER
Siete fronteras. Seis repúblicas. Cinco nacionalidades. Cuatro idiomas. Tres religiones. Dos alfabetos.
Y un líder.
Cuando Tito murió en 1980, la convivencia en Yugoslavia comenzó a ser un arma arrojadiza en manos de burócratas temerosos del fin del mundo tal y como lo conocían. Llevaban toda la vida en puestos de mando en sus repúblicas socialistas y ahora aquellos privilegios se tambaleaban.
Entre esos burócratas estaba el croata Franjo Tuđman. El deshielo yugoslavo había traído las primeras elecciones croatas. El partido católico y nacionalista HDZ de Tuđman obtuvo mayoría absoluta el 7 de mayo de 1990.
Aquello activó las alarmas en Belgrado. Desde allí, el presidente serbio Slobodan Milošević tramaba planes para conservar Yugoslavia bajo control político serbio.
Y la victoria electoral de Tuđman era la evidencia, para Belgrado, de que el país fundado por Tito estaba a punto de ser liquidado.
Siete días después, un partido entre los dos mejores equipos croata y serbio podía convertirse en cualquier cosa.
'MATA SERBIOS'. 'MATA A TUĐMAN'. 'ZVONE, ZVONE'
13 de mayo de 1990. El Dinamo de Zagreb juega contra el Estrella de Roja de Belgrado en el estadio Maksimir.
3.000 miembros del grupo radical Delije —'valientes' — han viajado desde la capital serbia. Están liderados por el delincuente buscado por la Interpol Željko Ražnatović, apodado Arkan.
Les esperan los Bad Blue Boys del Dinamo, fervientes nacionalistas y deseosos de mostrar su hastío con todo lo que oliera a oficialidad serbo-yugoslava.
Dentro del Maksimir, demostración a voz en cuello de clases de historia ancladas en la II Guerra Mundial. Los croatas les gritan como insulto 'chetniks' —paramilitares nacionalistas que salieron perdiendo contra los partisanos comunistas de Tito — a los serbios y estos les recuerdan a algunos croatas que quizá tenían algún pariente ustacha, es decir, colaboracionista de los nazis.
Más explícitos aún son los cánticos 'mata un serbio a cuchillazos' de un lado o 'mataremos a Tuđman' del otro.
Algunos Delije arrancan vallas de publicidad y asientos que son usados como proyectiles contra los croatas. Sus rivales del Dinamo tiran piedras hacian los serbios. Inevitablemente unos corren hacia los otros en las gradas. Hay patadas y puñetazos.
El partido está a punto de comenzar, pero los jugadores del Estrella Roja han corrido a los vestuarios. Boban, capitán del Dinamo, mira perplejo a la grada. La pelea aumenta exponencialmente, por segundos. El escándalo es mayúsculo para las autoridades, los agentes de la policía yugoslava son superados por miles de jóvenes borrachos de odio. Hinchas croatas invaden el césped.
Boban busca a un policía. Salta hacia él y le lanza una patada. La grada ruge su nombre. 'Zvone, Zvone'.
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UNA ALEGORÍA EN CRUDO, EL PRÓLOGO A 140.000 MUERTOS
Al futbolista se lo llevaron de allí varios hinchas. La policía tardó una hora en desalojar en el estadio pero los disturbios siguieron en la calle.
Toda Yugoslavia había visto en directo una alegoría en crudo de su futuro. El croata se convirtió inmediatamente en un héroe nacional que había plantado a Belgrado.
"Ahí estaba yo, un personaje público dispuesto a sacrificar su vida, su carrera y su fama. Todo por una causa, la causa croata", dijo Boban.
Fue sancionado con 6 meses sin jugar. Croacia ya tenía su primer héroe popular, su primera historia épica moderna antes de su independencia.
Photo credit: Dario Brentin
Desde Zagreb y Belgrado se acusaban mutuamente de haber planeado la violencia. Unos para perpetuarla, otros para debilitar a Yugoslavia. La liga yugoslava duró solo una temporada más.
Hoy, a las afueras del Maksimir, hay un monumento conmemorativo en el que se lee "a todos los fans del Dinamo para quienes la guerra empezó el 13 de mayo de 1990 y acabó con sus vidas brindadas al altar de la patria croata".
No solo miembros de Bad Blue Boys fueron a la guerra. Otros tantos de Delije pasaron de ultras a soldados o paramilitares. Arkan, su líder la tarde del Maksimir, acabaría acusado por l a ONU de crímenes contra la humanidad.
Como brazo ejecutor de la limpieza étnica contra los musulmanes, su nombre sigue aterrando en la ciudad bosnia de Tuzla, de donde era el agente de policía bosníaco musulmán a quien Boban le pegó la patada. Cuatro años más tarde, el ejército serbobosnio celebraba en esa misma ciudad el cumpleaños de Tito matando a 71 civiles menores de 25 años.
Aquella patada no empezó la guerra, pero sí fue el prólogo de un libro que nunca debería haberse escrito. Uno con 140.000 muertos y 4 millones de desplazados.
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