Las amenazas, el racismo y los negocios turbios han puesto en jaque a "La Familia", la principal peña del club Beitar Jerusalén, que trata de salir de esta crisis sin causar una fractura irreversible con su afición marcadamente radical.
El golpe a esta peña lo asestó la Policía a finales de julio con el arresto de casi 80 sospechosos, en el marco de una operación que fue posible gracias a la colaboración de uno de sus ex miembros al que infiltró como uno de sus agentes.
"El asunto está en manos de la justicia y no vamos a hacer declaraciones", señalaron funcionarios del equipo sobre un fenómeno harto conocido y que llevaba años en el ojo del huracán por las implicaciones sociales y deportivas que tiene para el equipo en particular y el fútbol israelí en general.
Al menos diecinueve miembros de la organización podrían ir al banquillo de los acusados, según notificó el miércoles a los tribunales la Oficina de la Fiscalía del Distrito de Tel Aviv, al solicitar que se prolongue la detención hasta la conclusión del proceso legal.
Entre los delitos que podrían afrontar se cuentan los de intento de asesinato de un hincha rival en grado de tentativa, sabotaje con intención seria, robo con agravante, delitos relacionados con armas y contra la prohibición de la violencia en el deporte, entre otros.
El presidente israelí, Reuvén Rivlin, quien fuera hace más de una década presidente del comité público del Beitar, señaló el lunes al conceder unos premios que resaltan la lucha contra la violencia y el racismo en el deporte que "los sucesos demuestran cuán peligroso es que se cruce la línea roja (que separa) entre lo que es una comunidad de aficionados al fútbol y una organización criminal".
Fueron las primeras declaraciones de un mandatario israelí sobre la redada policial para desarticular los núcleos delictivos en La Familia, creada en 2005 con la venia del equipo y que se ha radicalizado paulatinamente.
Nacionalismo israelí a ultranza y un racismo antiárabe declarado han sido desde siempre bandera del club, identificado desde sus inicios con la derecha israelí y del que fueron seguidores los primeros ministros Ehud Olmert y Benjamín Netanyahu, entre otros mandatarios.
"La misma canción de la peña lo dice: 'Somos el equipo racista del Estado", recuerda en ese sentido a Efe un aficionado que pidió no ser identificado.
Los graves delitos han sorprendido a muchos de los hinchas del Beitar, aunque no son pocos los que sostienen que de las detenciones "puede salir también algo bueno".
"Son un grupúsculo que empañaba la imagen del equipo, que no representan a toda la afición", agregó este socio, que durante los últimos doce años se ha sentado en la "Grada Oriental", la misma que la dirección del equipo adjudica a la polémica agrupación.
En estos días en los que ningún aficionado reconocerá públicamente su militancia en la peña -se cree que tiene un millar de miembros-, abundan en las gradas las voces que consideran que se ha iniciado una "caza de brujas" que achacan a los "medios de comunicación izquierdistas".
"La Familia puede ser tan racista como son los miembros de 'Ultras Sur' (del Real Madrid) o del Lazio", señala otro aficionado, también desde el anonimato.
Cree que el fútbol israelí adolece de una "fuerte politización" y que el problema del racismo en los estadios está intrínsecamente ligado al conflicto palestino-israelí.
"No son racistas porque odien una u otra religión, sencillamente la gente del Beitar no quiere árabes en sus filas porque son nuestros enemigos. ¿Hay algún jugador judío en el equipo de algún país árabe?", se pregunta.
El Beitar Jerusalén es el único equipo de la liga israelí en la que no ha jugado un árabe y hace unos años, cuando contrató a dos jugadores musulmanes chechenos, miembros de La Familia llegaron a incendiar unas instalaciones del club.
El deporte israelí en general y el fútbol en particular surgieron al calor de los movimientos políticos del sionismo de principios del siglo XX, y los que llevan el nombre "Hapoel" solían estar identificados con la izquierda, los "Beitar" con la derecha y los "Macabis" con la corriente liberal.
La privatización de los clubes a partir de los noventa borró esa identificación política, aunque en la práctica los aficionados siguen respondiendo en muchos casos a esos patrones ideológicos.
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