Eibar volvió a jugar al fútbol en su campo, Ipurua. Era el regreso de Luna y Enrich, los dos jugadores implicados en el vídeo sexual que salió a la luz hace dos semanas. Se dice que el público es soberano, y ayer la afición del Eibar tenía en su mano decidir cómo reaccionaba a la presencia sobre el césped de los dos futbolistas. No hubo dudas: sus nombres fueron ovacionados al cantarse la alineación inicial por megafonía. ¿Por qué son héroes sobre el césped quienes fuera de él parecen villanos? Vamos a analizarlo al detalle.
Luna y Enrich, convertidos en víctimas, según algunos medios
Antonio Manuel Luna y Sergi Enrich no han sido condenados por ningún delito en lo referente al vídeo sexual. Por el momento, solo conocemos tres cosas: un vídeo que se propagó como la pólvora por los teléfonos móviles de media España; una disculpa pública con su club, su ciudad, los niños y con la chica; y una denuncia. La chica implicada en el vídeo ha denunciado a los dos futbolistas, a los que acusa de haberle prometido que el vídeo ya estaba borrado (cuando, obviamente, no era así) y de haberlo difundido posteriormente.
Según algunos medios de comunicación, los dos jugadores son también víctimas del fenómeno viral, ya que les quedan pocas dudas de que ellos no querrían que la difusión del vídeo alcanzara las cotas a las que llegó. Pero, de momento, la única denuncia que hay sobre el asunto pesa sobre sus cabezas. Sin embargo, los titulares de los medios deportivos tiran más hacia la empatía o el quitarle hierro al asunto que a cualquier tipo de condena hacia su comportamiento.
¿Es machista el mundo del fútbol?
Puede parecer que hemos mejorado. En las gradas de cualquier categoría se ven más mujeres que nunca. No se suele mirar mal a una chica por decir que le gusta el fútbol o que juega a él. Pero cada cierto tiempo, seguimos encontrando noticias sobre árbitras, por ejemplo, que son enviadas a fregar cuando una afición se enfada por sus decisiones. ¿Nos podemos imaginar algún otro contexto, en este siglo XXI, en que una mujer aún sea enviada a fregar?
Durante la pasada Eurocopa de Francia saltó el escándalo de que al portero de la selección española, David de Gea, se le relacionaba con un sórdido caso de prostitución, pornografía infantil y otros cuantos delitos de índole sexual. No solo recibió el apoyo incondicional de sus compañeros, sino que se oyeron muchas voces preocupadas porque lo importante era, en ese momento, que el escándalo no afectara a la selección.
Otro caso que hemos encontrado en el fútbol español es el del jugador del Betis Rubén Castro. Para Castro se piden 4 años de cárcel por un delito de maltrato habitual, uno de amenazas y seis delitos de maltrato en el ámbito familiar contra su expareja. La reacción de una parte de la afición del Betis (la grada más radical, ubicada en el Gol Sur)
«Rubén Castro, alé. Rubén Castro, alé. No fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien». El caso Rubén Castro está sin juzgar. No vamos a juzgarlo nosotros, pero parece que el hecho de que sea declarado culpable o no, a sus hinchas, poco les importa. No es que sus aficionados lo apoyen en la creencia ciega de que su ídolo no ha podido cometer un delito (como ocurre en el caso Messi-Hacienda, por ejemplo). Es que les da igual. Para ellos, ella era una puta. Si le pego... hizo bien.
Los chascarrillos sobre el asunto
A todo esto, algunas personas le buscan el punto gracioso. Incluso algunos medios de comunicación hacen juegos de palabras en las redes sociales con el caso del vídeo de Enrich y Luna, en el que, recordemos, de momento hay una denuncia de por medio por grabar y difundir un vídeo sexual.
Si a algunos medios les parece que el asunto puede tener su gracia, no es difícil de imaginar que las aficiones del fútbol hagan también bromas. Ayer, en Ipurua, el hit de los hinchas de Osasuna fue «Enrich, Enrich, vámonos de putas; no puedo ir, Luna no me deja; sí puedes ir, Luna está con ellas».
De los comentarios de lectores que se pueden encontrar en los medios, deportivos o no, sobre la repercusión del vídeo, podemos resumir en que entre bromas e insultos anda el juego. Pero no todo es gracioso. Hace un mes, la italiana Tiziana Cantone se suicidó después de vivir un infierno tras la difusión de un vídeo sexual suyo unos meses antes. Las redes sociales hirvieron de apoyo, lamentos y condolencias. Supongo que las mismas que encontraríamos si uno de estos casos, en que cientos o miles de personas insultan a coro en un estadio, acabara en desgracia. Seguro que ya no le veríamos la gracia.
¿Nos convierte la masa en animales?
¿Es toda la afición del Eibar tolerante con dos futbolistas de los que, de momento, sabemos que están denunciados por difundir un vídeo sexual sin permiso (no solo para difundirlo, tampoco para grabarlo)? ¿Apoya toda la afición del Betis que uno de sus jugadores maltrate a su novia (aun sin saber si lo ha hecho o no)? Quiero pensar que no. No, definitivamente no. En Ipurua, el Benito Villamarín o cualquier campo de fútbol del mundo tiene que haber mucha gente que se avergüenza de que quien lleva su misma camiseta se exprese así.
Pero, ay, la masa. En qué convierte a algunos. La masa y el anonimato. En una grada de un estadio, todos somos figuras sin rostro, solo con una camiseta que nos identifica y un colectivo que nos apoya. Insultar es fácil. Y discreto. Como detrás del volante en una rotonda o en los comentarios a una noticia en Internet. Trolls de la vida real, que lo mismo cantan un «Campeones, campeones» que un «Era una puta, lo hiciste bien». Da para una reflexión, ¿no?
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