Christian Vera es árbitro de Segunda Regional, asistente de Primera y dirige también partidos de fútbol base. Tiene 21 años y lleva arbitrando desde los 13 gracias a su abuelo. Ocho años en los que ha vivido de todo.
«¡Eso es roja! No tienes ni idea, ¡sinvergüenza! ¡Ponte gafas!».Son las nueve de la mañana de un sábado en el barrio de Aluche, en Madrid. Un padre acompaña a su hijo de doce años al campo de fútbol, le deja en la entrada y se va a por un café. Le acompañan otros padres, otras madres, tíos, hermanos, abuelos. Una escena que se repite en cientos de miles de familias, en cientos de miles de campos por toda España. Se habla del frío, del trabajo o de política hasta que el hijo y sus compañeros salen a calentar. «¡Venga eh! ¡A por ellos! Va, va, va, toca. ¡Rápido!». No habla el entrenador, de pie, tranquilo, charlando con su segundo mientras los niños despiertan. Habla el padre, con el café en el estómago y el nervio en la garganta. Su partido ya ha empezado.Son, también, las nueve de la mañana de un sábado en el barrio de Aluche, en Madrid. Christian Vera, de 21 años, no pudo salir a tomar algo con sus amigos ayer por la noche porque le tocaba partido a primera hora. Llega al campo una hora antes del inicio para ver el césped, las redes de las porterías y prepararse. Le gusta hablar con los entrenadores y ver dónde está la grada. Una escena que repiten cientos de miles de árbitros por todos los barrios de España. Sale andando al terreno de juego mientras observa a los niños calentando. «¡Vamos árbitro! ¡Pórtate bien!», le gritan desde la grada. No cruza miradas pero lo escucha. Se ríe. Ahí empieza su partido.«¡Pero si no le ha hecho nada! Es un mierda, hombre», exclama un padre sobre un niño de doce años que se ha lesionado por la patada de su hijo. «Sí, sí le ha hecho», replica su mujer. El partido se va calentando como se calientan los derbis, los de La Liga y los de barrio, que para muchos son lo mismo. Da igual que sean hombres o niños, hooligans o padres, el fútbol se vive igual en la tierra de Aluche que en la hierba del Wanda Metropolitano, y Christian lo sabe: «No hay categoría tranquila ni fácil. Los peores son los padres. Da igual que sean niños, chicos, sénior o femenino. A lo mejor estás teniendo un partido relajado y uno te empieza a insultar porque no le gusta algo».En este campo, Christian vivió la peor situación de su carrera como árbitro hace cuatro años. Por aquel entonces tenía 16, era menor de edad y dirigía un derbi de categoría juvenil entre el Cantera FC y el Villaverde Bajo. El partido acabó 3-0 y los visitantes lo pagaron con él tras el pitido final. «El entrenador vino a darme la mano y no me la soltaba. Cada vez me la apretaba más. Empezamos a discutir y me acabó dando un cabezazo en la espalda. Mis padres estaban allí, mi madre atacada de los nervios... Llegó la Policía y acabamos en un juicio en el que no me quiso pedir perdón». A día de hoy ese entrenador no puede entrenar ni jugar al fútbol de manera federada, apartado de los campos y dado de baja por su club por agredir, recordemos, a un niño de 16 años al que se le dio por meterse a árbitro.
¿Te planteaste dejarlo después de la agresión?
Al contrario, lo cogí con más ganas.
«Lo cogí con más ganas». Un año después, en ese mismo campo pero en categoría Regional, Christian dirigía otro derbi, otro partido caliente que tuvo que suspender después de expulsar a cinco jugadores de un equipo. «Vinieron todos a pegarme, no sabía dónde meterme y de la nada apareció el capitán del equipo local, que se llevó los puñetazos por mí». Esa vez no hubo Policía ni juicio, a pesar de que varios mayores de edad intentaron agredir, recordemos, a un chico de 17 años.'Una patada en la cara deja inconsciente a un árbitro de 18 años', 'Persiguen y lanzan piedras a un árbitro en categoría cadete', 'Botellazo a un árbitro en 3ª División', 'Un juvenil partió la nariz a un árbitro'. Son todo noticias. El Sindicato de Árbitros ha denunciado ya más de 50 agresiones físicas a colegiados durante el año 2017, el triple que en 2015 y 2016. Hay casos en categoría sénior, juvenil, infantil... E incluso en benjamines. Ningún padre, familiar o aficionado va a reconocer que un sábado a las nueve de la mañana está insultando a un chico en un partido de niños como el que vemos en Aluche. Pero pasa. Los entrenadores hablarán de valores y respeto hacia el colegiado hasta que el próximo fin de semana leamos sobre una agresión en algún campo de barrio. Quizá en en el que estamos hoy. «Nunca se sabe cómo va a reaccionar la gente. Es una lotería. Puedes tener una actuación brillante que da igual, al salir te van a recriminar algo», admite Christian.
¿Qué opinan tus padres de que seas árbitro?
Mis padres siempre me han apoyado, vienen a verme cuando pueden y la que peor lo pasa es mi madre, porque es con quien más se mete la gente cuando me insulta. Al principio ella respondía y se metía con el público pero ya no, no es la mejor opción. Cuando sé que un partido puede ser más complicado directamente le digo que no venga, que venga a partidos de niños, que en teoría son más tranquilos.
¿Uno se acaba acostumbrando a los insultos?
Al principio no. Cuando entras a árbitro te hacen un test para que aprendas a no hacer caso a esas cosas. Intentas no entrar en su juego, intentas que te dé igual, pero es inevitable escucharlo.
En Aluche una madre graba cámara en mano el partido entero, un padre levanta los brazos cada vez que un niño falla un pase y otra se mete con el juego del rival: «Qué sucios, qué asco, qué gentuza». Los padres del otro equipo la miran en un amago de trifulca pero un señor mayor aparece para calmar los ánimos: «A estos niños hay que ayudarles y al árbitro también, porque todos lo quieren hacer bien», comenta la voz de la experiencia. No sirve de nada.Últimos minutos de partido y los visitantes ganan por un gol. A un niño le duele la pierna, se tira al suelo y Christian para el juego, señalando su reloj para que jugadores, entrenadores y aficionados vean que va a añadir más minutos. «Buenooooo... Ya estamos perdiendo tiempo. ¡Que pida una ambulancia!», protesta una madre del equipo rival mientras se ríe de la lesión. Otra vez tensión, otra vez el señor mayor: «El fútbol saca lo peor del ser humano».El partido termina con victoria visitante, los niños se abrazan y le dan la mano al rival, los entrenadores se felicitan por el buen rato y el árbitro se va a vestuarios, contento por una buena actuación. «¡Era falta clara!», protesta un hombre. «Vaya partido hemos perdido, ¡qué desastre!», se lamenta un padre. «El fútbol si no es discutir, no es fútbol», sentencia el abuelo.Christian ha ganado 28 euros por arbitrar este encuentro de niños. Quedaba cerca de su casa así que en el cobro no entran las dietas que sí tiene en algunos partidos de Regional, donde el salario va de los 70 a los 100 euros por choque. Teniendo en cuenta que dirige entre dos y cuatro de diferentes categorías cada fin de semana, hablamos de unos 500 euros al mes.
¿Merece la pena ser árbitro?
Ahora para mí es un hobby, lo disfruto y tengo pensado seguir mucho tiempo. Tengo 21 años y tuve temporadas en las que me lo tomaba muy en serio, fue ascendiendo cada curso hasta llegar a Primera Regional, pero ahí entre lesiones y demás bajé de categoría. Mi objetivo es llegar a Tercera División, donde los árbitros cobran 300 euros por partido, y si es posible Segunda B, donde ya vistes Adidas, viajas, etc... Es difícil y hay que tener suerte, eso sí.
Todos llevamos dentro un entrenador de fútbol, pero al que no solemos reconocer es al ultra que nos sale cuando vemos un partido. «Yo también insultaba al árbitro cuando jugaba», confiesa Christian. «Pero ahora intento entenderle. La gente tiene la opción de ver cinco repeticiones por la televisión y él no tiene ninguna. El fútbol es el peor deporte para un árbitro».
¿QUÉ OPINAN LOS CLUBES?
«El fútbol es un reflejo de la sociedad y el fútbol aficionado no lo es menos. Hace falta mucha educación, mucho espíritu deportivo por parte de padres, jugadores y árbitros. De todos», comenta Pablo García, presidente del Racing Villaverde (Madrid), que critica a los padres pero también lanza un consejo a los árbitros: «Los padres deberían ir al campo a ver y disfrutar del partido, porque al final el hijo ve al padre y para él es un referente. Pero también los árbitros deben hacer un acto de reflexión porque hay veces que su comportamiento tampoco es el más adecuado, aunque no quito responsabilidad a padres y jugadores. Esta sociedad necesita más cultura y educación para erradicar todas estas circunstancias».
Juan Manuel, por su parte, es entrenador de categoría chupetín (4 y 5 años) en Adepo Palomeras (Madrid):«Es impensable que un padre entre en el aula del profesor a decirle cómo tiene que dar la clase, cosa que sí ocurre en el fútbol. Es un deporte, y más en categorías de niños, donde lo importante es que ellos disfruten y los demás somos tan sólo educadores. Entre todos tenemos que fomentar el respeto por todos los que formamos parte de este mundillo».
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