El Monumento a los Fueros fue testigo mudo hace treinta años del nacimiento de Indar Gorri, el grupo de aficionados rojillos más ruidoso de El Sadar. Mucho ha llovido desde entonces, en gran parte negativo –represión y trabas–, pero el colectivo ha sobrevivido a todo ello.
Corría finales de 1987 y dos cuadrillas de aficionados rojillos, hartos del trato que se les daba en algunos de los estadios limítrofes por parte de la policía e hinchas rivales, decidieron aglutinarse y fundar un colectivo como forma de autodefensa, denuncia de dichas agresiones, reclamación de derechos y para dotar de una mayor animación a las gradas. «No éramos mucho más de quince seguidores, que nos ubicábamos en Preferencia Cubierta, que teníamos pensado trasladarnos al fondo norte, pero acabamos en Graderío Sur», rememora uno de aquellos fundadores que, como los otros tres componentes de Indar Gorri que han aportado sus impresiones en este reportaje, prefieren mantenerse en el anonimato.
Su bautismo de fuego, y nunca mejor dicho, fue el 13 de diciembre, coincidiendo con un Osasuna-Sabadell, en el que el grupo colgaría su primera pancarta –todavía sin su característico logo, que llegaría más adelante– y haría gala de un despliegue de bengalas que sorprendió al resto del campo. En aquel momento, a buen seguro que ninguno de los que participó en dicho estreno podía augurarle una vida tan prolongada a una peña que surgió de manera espontánea, pero que se ha ido consolidando organizativamente, pese a los importantes obstáculos que ha tenido que ir sorteando.
Otro de sus miembros, más joven y que se incorporó en los años noventa al grupo, lo define de manera precisa. «Indar Gorri y las gradas, por extensión, no son sino el reflejo de la calle, de la realidad social. En las calles de Nafarroa siempre ha existido una ebullición política y social», describe. Un compañero suyo, todavía más bisoño, aporta un matiz aún más particular. «Hay mucho de ese carácter navarro, festivo y reivindicativo, lo que por un lado pueden ser los Sanfermines y, por otro, llenar las cárceles cuando nos quisieron imponer la mili», combina.
En tres décadas, todo ha cambiado de manera radical. De aquel fútbol de la década de los ochenta que conservaba una parte de romanticismo e idiosincrasia propia con su entorno se ha pasado a otro que bien poco tiene de deporte y mucho de negocio multimillonario. Lo mismo ha ocurrido con las fórmulas para reprimir cualquier atisbo de protesta o contestación en los estadios. «Antes la policía entraba en los graderíos y golpeaba a todo el que se encontraba por delante, pero mediáticamente resultaba desfavo- rable. Los estamentos futbolísticos fueron conscientes de ello y les dieron otras herramientas a los cuerpos policiales, por ejemplo en forma de multas, algo que les funciona. La gente cree que no está reprimida, pero no es verdad», denuncian.
Superar los episodios represivos
Precisamente, la trayectoria de Indar Gorri ha estado marcada a lo largo de todo este tiempo por los diferentes episodios represivos que ha padecido. «A mediados de los noventa hubo dos grandes cargas policiales en Graderío Sur, una coincidiendo con una visita del Real Madrid. Después ya con el nuevo siglo llegó la prohibición de meter determinados símbolos, un veto que lo tumbamos recientemente en los tribunales, y, más tarde, comenzó la etapa de las multas, en especial, la sanción masiva que hubo por una visita a El Sardinero. No se puede ocultar que eso hace mella en la gente, somos de carne y hueso, pero también ha servido para cargarse de más argumentos y que nuevas generaciones se incorporen al colectivo», analizan.
Después de todo este tiempo batallando por que el graderío también sea un espacio de solidaridad y reivindicación, han llegado a la conclusión de que la mejor receta para contrarrestar esos ataques es organizarse y unir fuerzas. No es casualidad, pues, que desde hace ya un tiempo estén volcando sus esfuerzos en potenciar la plataforma Sadar Bizirik, donde comparten iniciativas con la Federación de Peñas Osasunistas, Osasuna 2020, Eman Egurre, Peña Lizarra y Gorriak on Tour. «Estamos por la labor de aglutinar porque creemos que nos estamos jugando mucho y hay que invertir en esos marcos de trabajo», defienden con convicción.
Los esfuerzos no se limitan únicamente a ese trabajo en común con otras asociaciones que se manejan en el entorno rojillo. Tras mucho debate interno, los representantes de Indar Gorri reconocen que se ha dado un giro en su estrategia, siendo mucho más participativos en los entresijos del club, sobre todo a raíz de destaparse todas las presuntas irregularidades cometidas por anteriores mandatarios. «Empezamos a ser conscientes de que en el ámbito del fútbol hay posibilidades de hacer una pelea política por los derechos de los aficionados, de ahí que creímos oportuno implicarnos en la asamblea de compromisarios. Hay mucho camino por recorrer, pero se han conseguido algunas cosas, como cambiar los estatutos, que en el club se reconozca el bilingüismo o designar a Tebas como persona non grata», desgranan.
También hay margen para la autocrítica
«La grada es un espacio de lucha y el aficionado se está empezando a mentalizar de que debe pelear por sus derechos o los mandatarios del fútbol los van a acabar tratando como a clientes. Los socios somos parte y dueños de este club, pero no tienen potestad en muchas de las decisiones que se toman dentro de él. Nos encontramos en un estadio reivindicativo todavía muy bajo, quedan por dar muchos pasos para conseguir ciertos objetivos», admiten.
En la conversación también hay margen para la autocrítica, para algunas decisiones que, con el paso del tiempo, no se hubieran adoptado –Indar Gorri fue criticado por aceptar un número muy restringido de entradas para los partidos del play-off de ascenso de hace dos años, que no fueron sorteadas entre otros socios–, e incluso se le llegó a implicar al colectivo en una maniobra de listas a compromisarios con personas muy alejadas de su pensamiento ideológico, operación esta última que niegan en redondo.
Reconocen, eso sí, que con la actual junta directiva mantienen una relación más fluida que con anteriores –aseguran que en sus treinta años de existencia nunca se han negado a sentarse a hablar con los presidentes que se lo han pedido–, una situación «forzada por habernos organizado mejor», recalcan. Para apuntalar ese trabajo y también la relación que existe entre sus socios, Indar Gorri ha priorizado en la celebración de su 30º aniversario un buen número de actos, sobre todo de carácter interno. Además de un concierto que se desarolló en el gaztetxe de Errotxapea hace unas semanas, se ha reeditado material antiguo y exclusivo, junto al «bengaleo» que se celebró a puerta cerrada en El Sadar, coincidiendo con el medio siglo del estadio iruindarra.
Una macrorredada siguiendo el guion de «minority report» que ha derivado en un proceso judicial que intentará llevar al banquillo a un total de once investigados
El próximo 1 de febrero se cumplirán dos años de la macrorredada contra Indar Gorri, que se saldó con la detención de 18 miembros de esta peña, a los que se les acusó de pertenencia a «organización criminal». Un año más tarde, otros once componentes del colectivo fueron llamados a declarar ante el juez como investigados por el mismo presunto delito.
Una vez finalizado el proceso de instrucción, en junio pasado se tuvo conocimiento que la fiscalía había decidido imputar de esa casi treintena de aficionados a once de ellos, que serán sometidos en un próximo juicio a una petición de dos años de cárcel y hasta 6.000 euros de multa cada uno.
Como respuesta, el 20 de septiembre las defensas de los investigados presentaron un recurso de Apelación ante la Audiencia Provincial en el que enumeraban, entre otras argumentaciones, que «no se ha concretado qué hechos o indicios entiende (el juez instructor) suficientes para poder pasar a la fase de juicio oral frente a nuestros defendidos, en comparación con los otros acusados sobre los que el magistrado acordó el sobreseimiento». Junto a ello, se esgrimió en dicho escrito que los hechos que son objeto de investigación «no son constitutivos de un delito de pertenencia a grupo criminal».
Pendientes de que este recurso se pueda resolver a su favor, los investigados siguen criticando que la operación llevada a cabo hace dos años fue «como la película Minority Report, sabían que se iba a cometer un delito y, como la policía es muy eficiente, lograron evitarlo a tiempo», señalan con ironía. A su juicio, el «castillo de naipes se les vino abajo porque su intención era encarcelar a más de uno, pero no pudieron encontrar ni armas ni utensilios que justificasen dicha decisión, ni ningún material que consiguiera inculparnos. No han podido achacarnos ningún episodio violento», esgrimen.
Respecto a la estrategia judicial de diferenciar entre lo que es Indar Gorri y un «grupo violento» dentro de dicho colectivo, contraponen que «se cae por su propio peso, ya que todos los investigados realizaban alguna función destacada dentro de la peña». «Creemos que la sociedad no se creyó ese mensaje y supimos transmitir la verdadera explicación a dicha redada, sacando a la calle a 3.000 personas para darnos su apoyo», inciden.
En su opinión, la operación de febrero de 2016 y posteriores no fueron fruto de la casualidad. «En ese momento nos encontrábamos en el punto álgido de la lucha que se estaba llevando a cabo contra la represión policial en El Sadar, cada vez más gente se estaba concienciando de ello y la repercusión en los medios era mayor. Habíamos logrado que incluso los directivos bajasen a los tornos para ser testigos directos de lo que ocurría, aquello estaba cogiendo un volumen que a ciertos poderes no gustaba», concluyen.
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