La violencia incontrolable del fútbol, que ha llevado a que el partido entre Boca y River se juegue finalmente en Madrid, no obedece a la pasión de los hinchas argentinos sino a un complejo entramado de corrupción y violencia legitimado por la “cultura del aguante”.
Las barras bravas no son meros grupos de fanáticos violentos sino que son poderosas bandas organizadas para delinquir que han conseguido controlar las hinchadas y apoderarse de los clubes.
El millonario negocio de las barras bravas con el fútbol se basa en el control de un arsenal de actividades ilegales: reventa de entradas, venta ilegal de mercancía dentro y fuera del estadio, control de los “trapitos” gente que garantiza a cambio de dinero la seguridad del coche en cercanías del estadio, extorsión de dirigentes y jugadores y hasta la representación de jugadores.
La tremenda influencia de estas mafias no se limita al fútbol sino que se ramifica como un cáncer que va corrompiendo el deporte, la política, los sindicatos y la sociedad.
Así uno de los grandes negocios es la venta de droga. El caso más visible es la banda Los Monos, un grupo de narcotraficantes surgidos de la hinchada del club Newell Old Boys que ha conseguido sembrar el terror en la ciudad de Rosario.
El inmenso poder obtenido por los ultras dentro de los clubes no hubiese sido posible sin el consenso de la dirigencia deportiva.
Por otro lado es evidente que el inmenso poder obtenido por los ultras dentro de los clubes no hubiese sido posible sin el consenso por acción u omisión de la propia dirigencia deportiva que los creó hace décadas como grupo de animación de la tribuna pero cuya función en los clubes ha ido degenerando hasta convertirse en un socio muy peligroso. Así quedó de manifiesto en el caso Alan Schlenker, ex jefe de la barra de River.
Además, las barras bravas están fuertemente implicadas en la política porque son contratados por algunos dirigentes como fuerza de choque para generar disturbios en actos masivos, aprietes a adversarios y todo tipo de acciones de fuerza que necesiten de estos grupos violentos.
La relación entre política y ultras llegó hasta a plasmarse institucionalmente durante el gobierno de Cristina Kirchner a través de Hinchadas Unidas Argentinas (HUA). Se trató de una agrupación de barra bravas de distintos equipos organizada por el dirigente kirchnerista Marcelo Mallo. Esta agrupación de ultras surgida 2010 tomó visibilidad internacional durante el mundial de 2014 cuando algunos de sus integrantes fueron deportados de Brasil por su participación en actos vandálicos.
A su vez, resulta llamativo que el actual presidente del país, Mauricio Macri, quien fue también presidente de Boca Juniors, no haya conseguido hasta ahora desactivar el poder de los ultras. Lamentablemente, hubo que esperar el desastre político y deportivo que ha significado la suspensión de la final de la Copa Libertadores en Buenos Aires para que se comience a tratar una ley contra los barra bravas que al menos consiga encuadrar jurídicamente estos delitos.
Otra ramificación de los violentos se da con algunos movimientos sociales. Tal es el caso del líder de la agrupación Quebracho, Fernando Esteche, quien al parecer fue acuchillado en un confuso episodio con barras bravas que supuestamente habrían trabajado para él.
Tampoco escapan los sindicatos al poder de los ultras. La máxima expresión es Hugo Moyano, el líder gremial más poderoso del país y presidente del Club Atlético Independiente. Hugo Moyano, su hijo Pablo, junto con barras del club están procesados por un presunto delito de asociación ilícita dedicada a la venta ilegal de entradas.
La “cultura del aguante” es una ideología que combina una concepción radical de la lealtad.
Ahora bien, cómo se entiende la tolerancia social frente a la violencia de los ultras. Posiblemente la respuesta esté en la llamada “cultura del aguante” que es mucho más que pasión por la camiseta. En efecto, la “cultura del aguante” es una ideología que combina una concepción radical de la lealtad, una manifestación feroz y ostentosa de la valentía, el machismo más brutal, la corrupción como forma de acumulación económica y una perspectiva de la rivalidad de amigo o enemigo. En fin, en la cultura del aguante la violencia no es una anomalía sino que es estructural al funcionamiento del fútbol.
Uno de los ultras que mejor encarna este modo violento de vivir el fútbol es Rafa Di Zeo, el jefe de La 12, la barra brava de Boca. Hace algunos años cuando había montado una “universidad barra” y enseñaba sus conocimientos a jefes de otra hinchadas sobre cómo controlar y rentabilizar una tribuna afirmó que los Ultras Sur del Real Madrid habían sido sus mejores alumnos.
Finalmente, el domingo este partido imposible se juega en el Santiago Bernabéu. En estos días en España la reventa ilegal de entradas se dispara, la policía tiene que organizar un mega dispositivo de seguridad e intentar que no se filtren los ultras argentinos. El Real Madrid obtiene millonarios beneficios económicos y crece el morbo por ver este exótico partido.
Mientras tanto, millones de argentinos están obligados a ver el partido por televisión, incluido los 60000 espectadores de River que habían comprado entradas para la final en el Monumental. Víctimas de la barbarie del fútbol, los argentinos están frustrados y enojados con los barras bravas y con los dirigentes por no haber garantizado la seguridad y con la Conmeboll por haber perdido la sede local.
Los argentinos están frustrados y enojados con los barras bravas.
También desde Brasil se alzan voces indignadas. Dani Alves envió el siguiente mensaje: “ (…) yo como jugador sudamericano y como un enamorado del fútbol y de la rivalidad sana, me he sentido en el derecho y la obligación de expresar mi opinión. Espero que esto no se juegue por el bien del fútbol y por el respeto de aquellos que no tienen nada que ver.”
Sin embargo, el partido se jugará a 10000 kilómetros de distancia y muchos ya han rebautizado a esta competición como “Copa Conquistadores de América” en clara denuncia a lo que consideran un “robo”. Para colmo, como si fuese una ironía de la historia, resulta que el 9 de diciembre es la efeméride de la Batalla de Ayacucho (Perú, 1824) que fue el último gran enfrentamiento en América del Sur durante las guerras de independencia contra España.
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