Esta es a la vez la historia de un club chico, dueño de un pequeño estadio situado en un barrio suburbial de una gran capital; la crónica de un equipo que logra ascender a Primera División después de 48 años de ausencia, que mantiene intacto el plantel que festejó el ansiado regreso y que sólo se refuerza con un puñado de jugadores que llegan gratis o a préstamo; y el relato de una hinchada fervorosa y de comportamiento llamativo que nunca perdió la fe. Una historia que no suena ajena y podría suceder aquí nomás, entre nosotros, pero que ocurre bien lejos, en la opulenta Europa. Y la ubicación geográfica no es lo único que la hace diferente a todas las que se le puedan parecer.
Por lo que está pasando sobre el césped; pero también por lo que ocurre fuera, el Royale Union Saint-Gilloise de Bruselas es el protagonista de un hecho inusual por donde se lo mire, una especie de cuento de hadas aunque con los matices propios de estos tiempos de capitalismo salvaje que envuelven el fútbol.
En la cancha, luego de disputadas 22 de las 34 jornadas de Liga, el Saint-Gilloise marcha puntero destacado de la Liga belga. Suma 50 puntos y lleva 7 de ventaja sobre el Brujas, 10 sobre el Amberes y 11 sobre el Anderlecht. Pero además de ser el más ganador -16 partidos-, también encabeza el rubro goleador con 54 tantos y el de la valla menos vencida, con 20. Su juego ultraofensivo divierte, atrapa, levanta elogios...y rinde beneficios.
Podrá argumentarse que la First Division de Bélgica no es de uno de los torneos más potentes del continente, pero tampoco se destaca por brindar grandes sorpresas entre los candidatos a ganarla, y nadie esperaba semejante campaña de los representantes de Saint-Gilles, una barriada que a partir de los años 50 fue conocida como La Pequeña España, debido a la oleada de inmigrantes arribados desde la Península para trabajar en las minas de carbón.
Por entonces, quienes preguntaran por el Saint-Gilloise solamente escuchaban hablar de un pasado glorioso, vivido varias décadas atrás. La entidad auriazul no es una recién llegada al fútbol de su país. Al contrario, hubo un tiempo en el que fue una de las grandes. Fundado en 1897, el club todavía hoy conserva el tercer puesto en cantidad de títulos ganados (11), por detrás de Anderlecht y Brujas. El problema es que aquello sucedió en los albores del fútbol. Entre 1904 y 1913, la Unión fue siete veces campeón; repetiría en 1923 y obtendría un triplete en 1933, 34 y 35. Ahí se acabó todo. Comenzó una caída imparable que lo arrastró hasta la cuarta categoría, y aunque fue volviendo de a poco, el momento bisagra recién se daría en 2018.
En esa temporada, el equipo zafó del descenso de Segunda a Tercera gracias a que el arquero atajó un penal en el minuto 90 de la última fecha. Estaban en pleno festejo cuando el presidente Enrico Bove anunció que había vendido el club en secreto.
El nuevo dueño era Tony Bloom, un millonario inglés jugador profesional de póker y propietario del Brighton & Hove Albion, a quien le pareció que el Saint-Gilloise era una inversión a largo plazo que sólo funcionaría si se actuaba con sentido común y sin cometer locuras. Colocó a su socio y amigo Alex Muzio como presidente para manejar el día a día y dotar al club de una filosofía austera en lo económico pero rica en la transmisión de valores positivos; al también inglés Chris O’Loughlin como director deportivo y responsable de la búsqueda de talentos que cuesten poco dinero; y al belga Felice Mazzú, ex del Sporting Charlerois y el Genk, como entrenador. Los resultados no pueden ser mejores.
Los hinchas del Saint-Gilloise siempre tuvieron algo especial. Sin importar en qué categoría estaba el equipo, se ocuparon siempre de llenar las escasas 8.000 localidades del estadio Joseph Marien y redoblar el aliento en las derrotas. Pero además, con los años se han convertido en adalides del buen trato, con los propios y con los rivales.
Los habitués de las tribunas con tablones de madera del vetusto reducto ubicado en el Duden Park suelen aprender cómo saludar y dar fuerzas en sus respectivos idiomas a los futbolistas extranjeros que llegan al club. Y por otro lado, están prohibidos los cantos ofensivos hacia los visitantes. Por el contrario, se los invita a disfrutar juntos del espectáculo. Incluso, alguna vez la hinchada local obligó a expulsar del campo a gente del Anderlecht que había asistido sólo para insultar a los jugadores y simpatizantes del Standard Lieja.
Desde el club fomentan que exista una conexión entre lo que ocurre en las gradas y lo que transmite el equipo sobre el césped. “Cuando van a buscar un jugador no solo miran las estadísticas o sus virtudes futbolísticas, tratan de tener un perfil completo del candidato, de saber cómo se comporta afuera de la cancha”, explica Christian Burgess, un inglés de 30 años que después de deambular por varios clubes del ascenso en su país, en 2020 fue tentado para cruzar el canal de la Mancha y probar suerte en Bruselas. “Así han logrado formar un buen grupo, sin egos, donde todos estamos dispuestos a colaborar con los demás”, agrega.
En ese sentido, O’Loughlin juega un rol fundamental. Con pasado en Sudáfrica, Australia y el Reino Unido, el director deportivo es el encargado de coordinar el trabajo de scouting y de investigar las personalidades de quienes vayan a incorporarse al plantel.
A sus 23 años, el alemán Deniz Undav no había superado el nivel de la Liga 3 de su país y el SV Meppen acababa de darle la carta de libertad. O’Loughlin lo tenía en su carpeta y le ofreció sumarse al Saint-Gilloise. Una temporada y media después su carrera pegó un vuelco. Marcó 17 goles en la campaña del ascenso y lleva 18 en la actual, en la que encabeza la tabla de artilleros de la Liga, además de contar con 9 asistencias. Dante Vanzeir, 23 años, es su compinche en el ataque, y también llegó gratis, procedente del Genk. Sus registros muestran 19 tantos y 7 asistencias en la 20-21, mientras que ahora está en 12 y 9, respectivamente, y Roberto Martínez ya lo hizo debutar en la selección belga.
Ni siquiera el hecho de afrontar el reto en la máxima categoría modificó la línea. Este año solamente se incorporaron Matthew Sorinola, procedente del Milton Keynes Dons de la League One inglesa; Marcel Lewis, del equipo sub-23 del Chelsea; Bart Nieuwkoop, del Feyenoord, y el japonés Kaoru Mitoma. Los tres primeros, con la carta de libertad bajo el brazo; el nipón, a préstamo del Brighton, la “casa matriz” del señor Bloom.
Se llama Royale Union Saint-Gilloise, un club añejo pero desconocido. Practica un fútbol atrevido y con permanente sed de gol. Acaba de ascender y gobierna con autoridad la liga belga pese a contar con un plantel cuyo valor de mercado es infinitamente menor al de sus directos competidores (16,5 millones de euros contra 166 del Brujas y 90 del Anderlecht, según el portal Transfermarkt). Sus hinchas confraternizan con los adversarios y convierten el fútbol en una fiesta, y su dueño es un profesional del póker. Un auténtico cuento de hadas en la selva del gran negocio del fútbol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario