miércoles, 11 de mayo de 2016

De Brigadas Blanquiazules a La Curva: soy ultra del Espanyol desde los 80

La experiencia más bestia que he tenido animando a mi equipo ha sido vivir la muerte desde cerca.
Nada puede ser peor que la muerte, el resto son tonterías. Un compañero de grada fue apuñalado en plena calle Diagonal de Barcelona. Un niño perdió la vida en las gradas de Sarrià por la estupidez de un tipo que tiró una bengala marina sin saber el daño que podía hacer.
Cuando esto pasa lloran las familias del difunto, del encarcelado y con los años todos se dan cuenta de la estupidez de aquellos actos.
Mi primer partido fue en el 79 en el viejo Sarrià. Mi padre me llevó al campo con ocho años y nada más salir por una de las bocanas y ver el césped delante de mí y la grada rugiendo, sentí esa sensación que solo se puede asemejar a un flechazo, al enamoramiento. Tanto me impactó que, después tantos años y tantas cosas vividas, nada ha conseguido quitarme el amor por mi club. No entra en mi cabeza perderme un solo partido de mi equipo, pase lo que pase.
En el 85 llegué a Brigadas [Brigadas Blanquiazules, los ultras del RCD Espanyol], con tan solo catorce años, de la mano de un compañero de clase. Aquello solo hizo que multiplicar mi pasión por el Espanyol. Saber que había mucha más gente que sentía y vivía el fútbol como yo, con los cuales podía viajar, quedar entre semana o animar en la grada, solo hizo que realzar mi compromiso con el club. Fueron años de muchas emociones buenas y malas para el club y para los aficionados, con una final de UEFA, un descenso e infinidad de recuerdos.
Por aquel entonces, todos los que estábamos en la grada, además de ser muy jóvenes, éramos un tanto pardillos. Eran épocas en las que el concepto "ultra" aún no estaba muy claro. Leías algún fanzine que te llegaba de fuera, principalmente italianos e ingleses. Te carteabas con gente de otros grupos y nos pasábamos fotos y material. Imitabas actitudes italianas, inglesas, argentinas... Todo aquello que pudiera aportar color y animación a la grada. Viajabas a otros campos e ibas en busca de la aventura.
En los estadios aún existía el alcohol, se podía encender pirotecnia y podías ondear la bandera que te diera la gana, por más radical que fuera. Recuerdo a gente mezclando y quemando nitrato en la propia grada para crear las primeras bengalas de color rojo. La policía era algo residual, aún no entendía nada de ese movimiento que recién había nacido y te dejaba hacer.
Fíjate que en el fondo Sur de Sarrià, solo separados por unos metros se llegaron a juntar radicales del Espanyol y del Barcelona sin que nadie lo pudiera evitar y se lío una tremenda. Eso pasaba porque todos estábamos un poco verdes con el tema de ser ultras y nadie sabía muy bien las consecuencias que podía traer. Lógicamente como cualquier adolescente que descubría un nuevo mundo que le apasionaba, lo vivía con pura pasión y en cada partido dabas la vida y a veces casi te la quitaban.
Prefiero definirme como ultra que como un hooligan. La definición de la palabra Ultra vendría a ser "más allá de". Yo me quedo con eso. Creo que ultra es todo aquel que esté dispuesto a llegar más allá a la hora de defender, animar y seguir a su equipo en todos sus partidos.
La pasión, la manera de vivir los partidos, la previa, lo que se vive la semana antes del partido o de un derbi. La cantidad de horas que se pierde por el club, organizando tifos [así se llaman las grandes pancartas que se sacan en los partidos], viajando; el compromiso por nuestros colores.
Ser ultra es todo aquello que otro aficionado no haría. Es ser parte y protagonista del partido y no un mero espectador. Esa es mi vida desde los catorce años, hacer por el club todo lo que pueda, incluso equivocadamente, pero siempre pensando que lo ayudaba a ser mejor. No sé si soy un buen ultra o no, pero al menos lo he intentado y me he dejado la vida en ello.
Durante toda mi vida he hecho cientos de viajes con mi club: en autobús, en coche, en barco, en tren... Últimamente en avión. Recuerdo que cuando viajaba con quince años llevaba apenas 200 pesetas en el bolsillo e iba sin entrada. He dormido en portales, en parkings, en discotecas y todo por el Espanyol. Muchas veces esperábamos que algún jugador nos diera entradas para poder entrar. Vivíamos cada viaje muy intensamente.
A diferencia de otros yo no tengo supersticiones. Después de perder tantos partidos te das cuenta de que no sirven para nada. Llevo el logo del club tatuado y también el periquito, la mascota del club. No se ven a simple vista pero los llevo siempre conmigo.
También he coleccionado siempre las camisetas de mi equipo. Tengo más de cuarenta. La mayoría las he cedido al museo del club. Mi favorita es una Umbro de la temporada 2003, aunque la Massana del 87 para mí también es muy especial. Además de camisetas después de tantos años he almacenado todo tipo de recuerdos que he ido depositando en mi casa.
Hoy en día los altercados han dejado de ser por un tema meramente futbolístico. También la política tiene mucho más peso y solo hace falta ver que incluso ultras de equipos de la misma ciudad, rivales y enemigos de toda la vida, ahora se juntan y viajan para pelearse con ultras de otros equipos con una tendencia política totalmente opuesta.
En los 80 la gente no estaba tan interconectada como lo estamos ahora. En las últimas peleas masivas que han habido, en ocasiones se ven involucradas personas de grupos distintos e incluso gente que nada tiene que ver con el mundo del fútbol. Simplemente son peleas, y ya.
Con los años he entendido que el fútbol se puede y se debe vivir con extrema pasión, pero sin llegar a la violencia.
Explicar batallitas, vanagloriarse de ser violento o de haberla liado más es estúpido porque detrás de cualquier batallita, solo queda sangre, sufrimiento, familias rotas e idiotez, mucha idiotez.
Llegado el año 2003 los colectivos de animación en el estadio de Montjuic prácticamente se desvanecieron. Los malos rollos surgidos entre los diversos colectivos en la última época de Sarrià y la llegada del nuevo estadio, dejaron casi sin animación al equipo. Algunos de los antiguos miembros de Brigadas, junto a gente de la peña Juvenil y personas de la federación de peñas del Espanyol decidimos juntarnos y reunificar a toda la gente joven en una sola grada, La Curva.
Desde La Curva se seguiría una filosofía muy sencilla: la no política y la no violencia, aquello que nos había separado durante años a unos y los otros. Empezamos un centenar de personas y en poco menos de dos años conseguimos llegar a los dos mil pericos en la curva del olímpico. Se logró un ambiente inmejorable y fuimos la envidia de otros clubs que lo pueden comprar todo, menos una afición como la nuestra.
Si algo podemos hacer las personas que hemos pasado por las gradas durante estos años —y que nos hemos equivocado muchas veces—, es enseñar a los jóvenes a vivir el club como si fuera suyo, a animar a los jugadores a muerte, a dar color a la grada trabajando toda la semana los tifos, a seguir al equipo allí donde juegue, a respetar a sus compañeros de grada, aunque no pienses exactamente como ellos. Pero siempre siendo inteligentes y no arruinándose la vida y la de sus familias metiéndose en líos y cometiendo delitos.
No quiero que nadie lea una de mis batallitas y lo vea como algo gracioso o algo a imitar. No quiero enaltecer ni vender como algo idílico un camino que solo lleva a la ruina. En la vida siempre te arrepientes de cosas. Solo los tontos piensan que todo lo han hecho bien. Rectifiqué tarde, pero más vale tarde que nunca.

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