El sábado pasado, en el momento decisivo de la regata Sevilla-Betis masculina, cuando ambas embarcaciones luchaban por tomar la delantera a la altura del Puente de Triana, en la zona que los entendidos consideran como clave para llevarse la victoria, en una regata igualada como la que estaba aconteciendo, un aficionado bético, por denominarlo de alguna forma, lanzó una bengala contra el bote del Sevilla FC. El artefacto rozó el brazo de uno de los remeros, uno de los que iba en el centro de la embarcación ―eso es tirar “a matar”, para nada es casualidad― e impactó sobre su superficie sin que milagrosamente se produjeran consecuencias. A partir de ahí, casualidad o no, el equipo verdiblanco se distanció lo suficiente para vencer por séptimo año consecutivo. Una victoria, dicho sea de paso, ganada a pulso, merecida, porque en este deporte hay pocos trucos.
La mañana fue espléndida. Muchísimas personas acudieron a los siete puentes que cruzan esta parte de la ciudad. También fueron a las orillas, por las que muchísimos aficionados seguían la regata en bicicletas de principio a fin. Una multitud abarrotó las instalaciones de línea de llegada, con unas gradas en las que no se cabía y unas zonas de entretenimiento en las que se hacía complicado movilizarse. Una auténtica fiesta para un deporte amateur que, en palabras del remero sevillista y campeón del mundo sub 23 Álvaro Romero, en el programa de La Colina Radio Show del pasado jueves, hace famosos por un día a los deportistas que defienden los colores de los principales clubes de fútbol de la ciudad.
Más allá de la posible influencia en el resultado final, que niegan incluso alguno de los protagonistas de la tripulación blanquirroja―así son de nobles en este deporte―, la irrupción en el remo de gamberros del fútbol, en esta ocasión béticos, pero a los que ningún club escapa, puede poner en peligro la fiesta del remo. Porque esa pandilla de golfos y desalmados que lanzaron bengalas, similares a la que hace años atravesó el corazón de un niño aficionado del Espanyol delante de su padre, mancha de la mierda que cada semana esta gentuza expele en los estadios, un deporte limpio y señorial.
Para quien no lo sepa, el remo es un deporte muy duro. Si tienen a bien irse algún día a comprobarlo, vayan por ejemplo a eso de las seis y media de la mañana a las instalaciones del Centro de Especialización y Alto Rendimiento de La Cartuja y verán a algunos llegar en sus bicicletas, a otros salir de la residencia para deportistas, para entrenar muy duro antes de irse a clases a la Universidad, o a trabajar. Luego volverán otra serie de horas, y así todo el año. O acérquense a las instalaciones del Club Náutico, del Real Círculo de Labradores, del resto de modestos clubes de remo, y vean.
Los remeros no tienen ligas como otros deportes de equipo. Ellos se lo juegan todo a una carta, cada cual según su nivel: un Campeonato de España, un Mundial, por qué no, una Sevilla- Betis, regata que a veces no ha logrado ganar quien ha subido a lo más alto de un pódium mundial. Los remeros no acuden en aviones a las regatas, sino que se suben a autobuses (de alquiler, nada de vehículos propios con serigrafía personalizada), y se pegan una paliza de doce o catorce horas de ida y de vuelta para ir a remar donde Cristo perdió el mechero. Los remeros tienen que pedir permiso en sus trabajos, en la Universidad, en los colegios, para ir a competir, y muchas veces su profesorado o sus jefes les hacen la vida aún más difícil. Y, para colmo, el día de la regata en la que todo se lo juegan, se les puede salir un remo de su sitio y todo se va al carajo; se puede dar un golpe o romperse el timón, y todo se va al carajo;, o un niñato te tira una bengala, una piedra o lo que sea, y también todo se puede ir al carajo. Y con una bengala, hasta la vida se puede ir al carajo.
La regata Sevilla- Betis, ya lo he dicho, pero quiero repetirlo, es la fiesta del remo. El año pasado, un servidor, con motivo de la publicación del libro El derbi final, un conjunto de relatos sobre la rivalidad del fútbol sevillano, escrito por autores sevillistas y béticos, intenté organizar una comida de fraternidad previa al derbi entre los aficionados de uno y otro club que así lo desearan, con la inocente intención de demostrar que nuestra rivalidad es más sana y divertida que otra cosa. La respuesta fue nula. Ningún eco para mi iniciativa.
Sin embargo, esa fraternidad acontece cada año en la regata. Multitud de antiguos remeros, que han defendido y defienden colores diferentes, se unen con alegría y disfrutan con la victoria de su equipo o lamentan la derrota en el deseo de revancha, pero todos tomando cervezas, abrazados y recordando viejos tiempos. Incluso el sábado por la noche, tras la competición, todos los deportistas participantes se juntan a celebrar el fin de fiesta. Así son los remeros, así son los que han dado al deporte sevillano y andaluz el mayor número de trofeos nacionales e internacionales; así son los que han paseado el nombre de Sevilla allí por donde han ido, uno de los pocos motivos de orgullo de esta ciudad tan a la cola de casi todo, una muestra real de esa modernidad de la que tanto se habla aquí y que sin embargo pocos, más allá de los remeros, practican.
Algo habrá que hacer antes de que un deporte limpio se intoxique de la podredumbre de esa manada de golfos que representan lo peor del deporte rey, porque la regata Sevilla- Betis no sólo es un espectáculo de una belleza táctica, de fortaleza mental y física, de emoción, incomparables, sino que es, sin lugar a dudas, un evento que ocurre cada año en Sevilla, y que podría contribuir a incrementar el reconocimiento y prestigio de nuestra ciudad, más allá de sus monumentos y fiestas tradicionales.
Ojalá estos infames, al estilo de los que actúan con impunidad cada madrugada de Viernes Santo, no se salgan con la suya. Por el bien del remo, y de la ciudad.
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