Una pancarta en Lasesarre clamaba “Por un fútbol de aficionados y no de clientes”, en medio de la fiesta copera, a partido único, ante el Rayo Vallecano. Barakaldo, Portugalete y Sestao han vibrado este pasado fin de semana con el torneo del KO. De repente, el débil podía soñar con abatir al gigante. En la Margen Izquierda, en términos de dialéctica histórica de clases, hablarían de que el obrero podría acabar con el patrón.
Me refiero al enfrentamiento entre tribunas llenas de fervor y pasión o butacas caseras con palomitas y partidos en ‘pay per view’. Proletarios del mundo, uníos, decían Marx y Engels en su manifiesto comunista, no tenéis nada que perder –añadían- salvo vuestras cadenas –las de pago en televisión- añado yo, si me lo permiten.
Ha sido un fin de semana de contrastes. Por un lado, la emoción de la Copa con una grada entregada en La Florida, Las Llanas y Lasesarre. Fútbol de verdad, del que ilusiona a una afición nostálgica, la que recuerda aquellos choques entre Portu, Baraka, River o Arenas, con gente cruzando la Ría en manifestaciones gualdinegras, verdinegras o rojinegras. Qué tiempos de barro, patadas, carajillo y orgullo por los colores, estuvieras en la categoría que estuvieras.
Los petrodólares
Enfrente, ese proyecto de marketing ideado por Luis Rubiales y sus directivos de la Federación Española de Fútbol, bajo la denominación de Supercopa de España, para sacar todos los petrodólares posibles en un torneo patético llevado al desierto de los derechos humanos a cambio de la explotación televisiva de la gallina de oro. ¿Mejorarán esas millonadas el fútbol de bronce? Me temo que no.
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