LA afición del CD Linares volvió a dar una muestra de cómo debe comportarse la hinchada que viaja a una ciudad extraña con la intención de conquistar territorio y corazones con un objetivo deportivo. Durante toda la madrugada la carretera que une la localidad minera y la zamorana presentó una caravana de autocares -incluso se recaudó dinero para los jugadores en los autobuses- que a primera hora de la mañana desembarcaba en forma de marea azulilla en un enclave histórico. Como si todo estuviese preparado para la fiesta, a la procesión del Corpus se le unieron gigantes y cabezudos, y los linarenses se mezclaron con las gentes, y hubo sorpresas agradables. En primer lugar, se reencontraron con aficionados del Racing de Ferrol, que ayer por la tarde jugaba ante el Salamanca-, y que se habían desplazado a Zamora simplemente para saludar a la hinchada linarense.
Capote y olés
Después de ir llenando bares y cafeterías -se echaban de menos las tapas, pero se degustaron buenas carnes y en algún sitio se llegaron a quedar sin reservas de botellines-, el punto de encuentro fue la Plaza Mayor, donde se reunieron cientos de azulillos con otros tantos seguidores del Zamora. Cánticos mutuos, abrazos e intercambios de obsequios -bufandas, insignias incluso alguna camiseta- y un capote pasaba de mano en mano entre olés. Las calles estaban tomadas. «Illa, illa, illa, Zamora es azulilla», con este son los seguidores del Linares se desplazaron hasta el restaurante Serafín donde comieron las directivas de los dos conjuntos, para vivir uno de los momentos más emotivos que ha tenido la familia Cañas Fernández en sus diez años al frente del club. Todos congregados en la puerta, les cantaron hasta que la presidenta primero y Cañas después, salieron a recibir los aplausos, se coreaban sus nombres y recordaban que aún confían en ellos para que el proyecto llegue a buen puerto esta vez.
Abrazo a Cañas
Hubo abrazos especiales de Mari Carmen Fernández que se derrumbó mientras se dirigía, megáfono en mano, a quienes se habían pasado por el enclave. También hubo abrazos para Delfín Cañas e incluso el presidente del Zamora salió a la puerta para recibir a la marea azulilla. Como si fuese un reo desbocado el color azul fue inundando las calles del casco antiguo de la monumental ciudad de Zamora, sin dejar a nadie indiferente a su paso, regalando banderas por los balcones y cantándole a los seguidores del Zamora que en ese momento de la tarde ya se habían unido a la afición rival como si de hermanos se tratasen. Así cubrieron los 30 minutos que separaban el centro de la ciudad del estadio Ruta de la Plata. Parecía una manifestación, con una gran pancarta que abría el desfile de los más de mil linarenses que habían cubierto los 550 kilómetros que separan las dos localidades. Y llegaron al campo, llenaron el fondo sur del campo del Zamora, y durante la hora previa del encuentro sus voces atronaron los cimientos del precioso estadio zamorano. Lo primero que se oyó en el campo fue el himno de Andalucía. La grada era una fiesta. Fueron a conquistar tierra extraña y lo consiguieron, tanto que muchos zamoranos ya tienen teléfonos de amigos de Linares para conocer la ciudad la próxima semana en la vuelta. El balón echó a rodar y la magia del fútbol hizo el resto. Pero eso ya es otra historia.
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