Prácticamente todas las miradas en Madrid y España entera estaban puestas en las orillas del Manzanares. Los dos gigantes de la ciudad se enfrentaban en un duelo por la cima de la tabla. Cuando finalizó esa disputa la atención del gran público se mudo a la Ciudad Condal para ver lo que hacía el cuadro culé, y mientras blancos y rojiblancos regresaban a sus casas, comenzaron a mezclarse con una pequeña minoría enfundada en la camiseta franjiroja del Rayo Vallecano. Esa afición que siempre ha sido minoría en número, compite de tú a tú cuando se trata de entrega y pasión. Incluso es probable que supere a sus vecinos en fidelidad y amor por su equipo.
Los poco más de diez mil aficionados al cuadro rayista poblaban lentamente las tribunas del Campo de Vallecas sabedores de que la cita de esta noche podía ser definitiva en la lucha por la permanencia en primera división. El grupo más numeroso de aficionados, Los Bukaneros había convocado a hacer un tifo de luz con los flashes y leds de los celulares para recibir a su equipo. La propuesta no fue lo exitosa que se esperaba pero fue un presagio de lo que se venía.
El equipo de Paco Jémez se fue con todo por el triunfo empujado por una tribuna que no se iluminó con luces artificiales pero parecía encenderse con el fuego de la pasión.
Los cantos no cesaron en ningún instante. Tradicionalmente los ocupantes del fondo, la agrupación ultra, es la que lleva la batuta de la animación y va contagiando a los asistentes de las laterales de manera paulatina. Hoy no fue el caso. Los cantos seguían surgiendo de la cabecera pero el día de hoy eran igualados por el resto de los presentes. El pequeño estadio era un auténtico hervidero que tenía como consigna impulsar a su escuadra hasta conseguir el triunfo.
Cada jugada en ataque era celebrada, cada cruce oportuno en defensa era reconocido, cada sacrificio para recuperar un balón provocaba una ovación digna de una final de alguna competición internacional.
En cierto momento la armonía perfecta entre toda la tribuna y los jugadores se vio rota por la incursión de los ultras del Valencia. La ideología cercana a la extrema derecha de los Yomus es contraria a la defendida por la mayoría de los seguidores vallecanos. El empuje con el que ingresaron a la esquina en la tribuna alta que se les fue asignada se diluyó casi de forma inmediata, siendo su presencia anecdótica.
En ocasiones el apoyo se ve opacado por las reivindicaciones políticas y por los conflictos con la directiva, afortunadamente para la causa rayista los cantos en contra del presidente solo fueron por un par de minutos, concentrando todo la pasión en el equipo y en ser el apoyo que requerían.
La locura llegó a los quince minutos de la segunda parte con la anotación de Larrivey.
La tribuna explotó y el fuego no se apagó en lo que resto de encuentro. El pitido final conllevó las sonrisas compartidas entre jugadores y aficionados. La despedida fue por todo lo alto con especial énfasis hacía el héroe de la noche, el delantero argentino Larrivey, quien escuchó a la grada corear su nombre a todo pulmón, quedando cerca de provocar las lagrimas del artillero, algo que él mismo aseguro en las declaraciones posteriores.
Mientras los jugadores se dirigían a las duchas, la tribuna se entregó al rito de celebración tradicional en Vallecas. De una tribuna a otra se fueron contestando el recitar de La Vida Pirata. Cántico que relata como es que la vida de los seguidores rayistas, es sufrida, casi clandestina pero cuando le llega la felicidad como la de esta noche, es capaz de incendiar a todo el barrio del sur de Madrid.
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