El autobús del Real Madrid no llegaba. No avanzaba. Manolo, el chófer, no podía hacer nada. El mítico Fernando, el chófer de los últimos tiempos, ya no estaba al frente del volante madridista. Se jubiló el año pasado. Lloró aquel día. Dejaba un trabajo que nunca olvidará. Había vivido las manías, los gustos musicales y los caprichos de "mis chicos", en posesivo. Eran suyos, no de sus mujeres.
Su sustituto vivió hoy esta aventura hacia el Bernabéu, con el bus parado durante centenares de metros. Decenas de miles de seguidores del Real Madrid se avalanzaban sobre el transporte de los jugadores blancos y no podía correr. El gran coche iba a quince kilómetros por hora. Fernando Alonso habría dimitido. Ni el Ferrari rueda tan lento.
Por fin, el autobús del Madrid entró en la zona protegida por la Policía Nacional , que quiso evitar el parón del autobús en Concha Espina. La barrera de seguridad permitió al transporte avanzar un poquito más rápido. Los aficionados cantaban "¡cómo no te voy a querer!" y los jugadores, con Cristiano y Ramos a la cabeza, saludaban al público. Pepe hacía el gesto del pulgar arriba, como si fuera el emperador del teatro romano del Bernabéu. Ancelotti daba las gracias a los forofos por su apoyo.
La estrategia policial fue magnífica. Mientras el Madrid penetraba por Concha Espina y entraba a Padre Damián, el Barcelona llegaba por el norte del estadio y entraba igualmente en la calle en Padre Damián segundos después de aparcar el gran coche madridista.
El conjunto azulgrana no se encontró con simpatizantes madridistas por el camino. No hubo ningún incidente. No los hay desde hace muchos años. La afición del Madrid no comete actos violentos contra el equipo rival desde hace mucho tiempo. Florentino Pérez acabó con los radicales. Solo un acto aislado puede romper esa norma.
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