La mercantilización del fútbol ha provocado que varios aficionados en todo el mundo tomen una corriente de pensamiento que denuncia la gestión del negocio futbolístico. Estos románticos del balompié apuestan por un nuevo modelo: el Sistema de Accionariado Popular.
La fascinante magia de Lionel Messi y el poderío físico de Cristiano Ronaldo son dignos de contemplar. Sin embargo, para los internacionalistas devotos, la verdadera belleza del fútbol radica en su largo alcance, de este a oeste y de norte a sur. Es el deporte, con diferencia, más popular del mundo. Unos 265 millones de personas lo practican regularmente de manera profesional o amateur, considerando a hombres, mujeres, jóvenes y niños, según una encuesta realizada por la FIFA en 2006. A esta cifra, que representa al 4% de la población mundial, habría que sumar a los cientos de millones de personas que no lo juegan, pero que lo siguen, ya sea por TV o en los estadios.
El fútbol es un singular espectáculo, un fenómeno de masas que despierta pasiones, estados anímicos y rivalidades. A lo largo de su historia ha ido cambiando hasta convertirse en un negocio muy rentable para ciertos sectores. La deriva que ha tomado este deporte es producto de la transformación de los equipos en Sociedades Anónimas Deportivas (SAD).
En España, esta mercantilización tuvo lugar con la ley del deporte de 1990, ya que por ley se obligó a los clubes de Primera y Segunda División a convertirse en empresas a excepción del Real Madrid, Fútbol Club Barcelona, Athletic Club de Bilbao y el Club Atlético Osasuna. Esta norma pretendía mejorar la transparencia económica y jurídica de las empresas que operaban en el mundo del fútbol profesional en España y abrir la puerta a la salida a bolsa de dichas sociedades.
Daños colaterales
Las consecuencias de esta ley han ido más lejos de las buenas intenciones con las que fue impulsada. La realidad no ha sido otra que la de salvar a los clubes de la ruina económica, y ha servido, como se puede observar a lo largo de la geografía española, para fomentar operaciones inmobiliarias y financieras de dudosa moralidad. Los clubes que en los años 80 eran Asociaciones Deportivas arruinadas, hoy en día son Sociedades Anónimas Deportivas aún más arruinadas. En 1992, la deuda de los equipos profesionales era de 172 millones de euros. Actualmente, esa cifra ronda los 4.000 millones de euros.
Si la clase política española se está caracterizando estos últimos años por su corrupción, el mundo del fútbol no iba a ser menos. Tenemos los claros ejemplos de José María del Nido, Augusto César Lendoiro, Manuel Ruiz de Lopera o Joan Laporta, entre muchos otros. La consecuencia de toda esta mafia es la destrucción de la esencia de este deporte. Basta con repasar todos los clubes que han desaparecido, están en quiebra, o, han tenido que recurrir a la ley concursal para evitar su extinción.
Además, las productoras audiovisuales anteponen sus intereses poniendo unos horarios poco apropiados para ir al estadio y los medios de comunicación deportivos como canales propagandísticos de los grandes equipos, en detrimento de los otros. El verdadero aficionado intenta sobrevivir ante partidos que acaban de madrugada, al abusivo precio de las entradas, a la invención de las jornadas de los viernes y los lunes, siendo éste, el verdadero alma de este juego, el activo más importante y menos valorado en el circo, en el que desgraciadamente se ha convertido el deporte rey.
Como consecuencia de esta deriva futbolística, se ha ido arraigando una corriente de pensamiento que denuncia la mercantil gestión del negocio futbolístico. Son aficionados que luchan contra el fútbol moderno, apasionados y fieles a su club y que se sienten traicionados por sus dirigentes. Son románticos del balompié que apuestan por otra forma de entender este juego, a través del siguiente modelo: Sistema de Accionariado Popular.
En los equipos donde se rige esta norma, los seguidores son los verdaderos protagonistas. Intervienen democráticamente en la toma de decisiones, evitando así el conflicto de intereses personales. Se organizan para invertir todos los ingresos generados en las mejoras del equipo. Nadie gana dinero con estos proyectos, son entidades sin ánimo de lucro. El club es de sus aficionados y ellos son el propio equipo, un mismo ente fusionado. De esta forma evitan la entrada de empresarios e intermediarios que cambien la filosofía del club y el amor a unos colores por cuestiones económicas.
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