Hasta entonces, nunca me había planteado seriamente qué relación había entre el fútbol y la política. Comencé a rastrear datos que me permitieran comprender aquellas palabras que tanto llamaron mi atención, esas que tenían la concreción y el tono absoluto propio del aforismo. Allí, como en el Aleph de Borges, se ocultaba todo un mundo.
Me enteré de cómo Franco, dictador español, usó los dineros del Estado para que Di Stefano fuera fichado por el Real Madrid. El tema no era simple, se trataba del Maradona de los años cincuenta. Como el jugador estaba prácticamente negociado por el Barcelona, el dictador emitió un decreto en el que establecía que Di Stefano estaría una temporada con el Real Madrid y otra con el Barcelona.
El club catalán renunció a la pretensión del jugador; no estaba dispuesto a hacer ningún pacto con el tirano, cuyo ascenso al poder se había dado durante una larga guerra civil en la que España había tenido que ver morir y exiliarse a muchos de sus mejores hombres y mujeres. Años atrás el Barcelona sufriría en carne propia el peso de la guerra; su presidente, Jusep Suñol, sería fusilado en los primeros días de la confrontación.
Con Di Stefano a la cabeza, el Real Madrid se convirtió en el embajador del país ibérico y en una metáfora de su prosperidad. La conquista de Europa por parte del Real era celebrada por el Generalísimo que asistía, con rigor militar, a los encuentros más destacados del equipo merengue. Celebraba con sonrisas y abrazos cada gol que forjaba el mito del que sería considerado el mejor equipo de todos los tiempos.
Otro caso muy interesante es el que narra el periodista e historiador uruguayo Daniel Gatti, quien escribe sobre los clubes de fútbol fundados por socialistas, anarquistas y comunistas a comienzos del siglo XX. Destaca, entre muchos, el caso del Livorno, equipo bañado en rojo desde el filo de las medias hasta el cuello de su camiseta, y en cuyo puerto el joven Antonio Gramsci fundaría el Partido Comunista Italiano. Cuando juega el equipo, las graderías se llenan con banderas de Cuba, de Palestina y de cánticos que en otras partes del mundo solo se escuchan el Primero de Mayo. En el otro extremo ideológico, es conocida la simpatía que tienen los “ultras” del Lazio por el fascismo, cuya radicalidad y antisemitismo llegó a su punto más alto cuando, en un enfrentamiento por la UEFA, los hinchas del Lazio extendieron pancartas con las que amenazaron a los jugadores de un equipo judío: “Auschwitz fue tu casa, Roma será tu tumba”.
Para Javier Marías, gran aficionado al fútbol y al Real Madrid, la historia del equipo de la capital española ha sido tergiversada por su presunta vinculación con Franco, quien en realidad era hincha del Atlético de Madrid o, como se llamaba en sus primeros años, Club Aviación Nacional. Sin embargo, no se trata de pensar de qué equipo es hincha un dictador, porque el tema sería irrelevante, al punto de que tendríamos que odiar a Wagner porque era escuchado por Hitler. Se trata, más bien, de pensar dos situaciones que surgen de los ejemplos anteriores: primero, ¿cómo el fútbol es usado con intereses políticos? –como hizo Franco con el Real Madrid– y, segundo, ¿cómo las ideologías llegan a ser más importantes que el fútbol mismo? –como sucede en Italia, donde la batalla política adquiere el color de las camisetas de los equipos: banderas rojas en Livorno y águilas imperiales en el Lazio–.
Esta doble relación del fútbol y la política se vivió en América Latina la semana pasada en relación con las eliminatorias mundialistas. En Venezuela, por ejemplo, tras el tercer gol con el que Ecuador sellaba su victoria sobre el equipo patriota, en la tribuna se oía, con la fuerza y la indignación de un país cansado de sus gobernantes: "y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer". A su vez, el comentarista deportivo olvidó su oficio, dejó de narrar el partido y, en una mezcla de humor y de estupor, se unió al coro de las graderías. La política terminó por desplazar al fútbol; la derrota en el campo de juego no era de la selección vinotinto, era del chavismo.
En Colombia, por otro lado, en el último partido se vieron pasar con más frecuencia las vallas de Cambio Radical que tres pases acertados de la selección Colombia. Si el derroche de publicidad de Vargas Lleras hubiera sido proporcional al juego demostrado por La Selección, se habría repetido la histórica hazaña del 5-0 contra Argentina de 1993. El vicepresidente Vargas Lleras inundó hasta el hastío el Metropolitano con el logo de su partido; al igual que Franco, usó el fútbol como un mecanismo para reforzar una idea. Este uso fue oportunista y, en un país que confunde las manchas en las paredes con apariciones religiosas, el logo de Cambio Radical se ha convertido en el símbolo de la derrota. Quizá el vicepresidente deba reevaluar su estrategia y renunciar a la política como forma de llegar al poder. Le sería más útil seguir el ejemplo de Mauricio Macri, exdirigente de Boca Juniors y presidente electo de Argentina. Comenzando así, su carrera por la presidencia de la República, desde la Junta Directiva del Junior de Barranquilla.
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