El sincero estallido de felicidad de un modesto aficionado al Everton dio origen a uno de los términos esenciales en la historia del fútbol inglés
El término "hooligan" sirve, según la Real Academia de la Lengua Española, para identificar a un "hincha británico de comportamiento violento y agresivo". Esa categoría de aficionado se ha hecho tristemente famosa por los acontecimientos que se extendieron en Inglaterra desde finales de los años sesenta y sobre todo comienzos de los setenta. Pero no siempre fue así. La primera vez que a alguien se le calificó así fue en una final de Copa en 1966 y quien se ganó ese calificativo fue un modesto aficionado del Everton que no fue capaz de controlar su euforia en Wembley.
Eddie Cavanagh no era muy diferente a los miles de aficionados que cada domingo seguían a su lado en las gradas de Goodison Park los partidos del Everton o que llenaban los trenes los fines de semana para acompañar a los "toffees" cuando les tocaba jugar lejos de su estadio. Solo les abandonaba un día, en el derbi del Mersey contra el Liverpool porque se negaba a ir a Anfield: "Nunca pisaré ese lugar" respondía cuando se le preguntaba de forma recurrente por esa manía.
Su vida era el Everton desde que siendo niño se enganchó a los relatos que los aficionados veteranos hacían de los días de gloria protagonizados por Dixie Dean, el hombre que anotó sesenta goles en una temporada y terminó convertido en un símbolo eterno para la hinchada que le verenaba las tardes en que, siendo anciano, se sentaba parsimoniosamente en su butaca del estadio. La habitación de Cavanagh estaba pintada de azul, la casa llena de alusiones al Everton y cuenta su familia que, en su delirio, incluso prohibía utilizar salsa de tomate en la comida para evitar que algo le recordase al Liverpool.
El 14 de mayo de 1966 Cavanagh se subió cargado de esperanza a un tren con destino a Londres tras despedirse ceremoniosamente de su familia en Liverpool. El Everton se había clasificado para la final de la Copa contra el Sheffield Wednesdey. Hacía más de treinta años que no conseguían levantar el trofeo por el que más adoración sienten los ingleses y, salvo una Liga unos pocos años, las vitrinas de Goodison habían permanecido cerradas a cal y canto durante aquel tiempo.
La tarde amenazaba drama para el Everton que entrenaba entonces Harry Catterick. El delantero internacional Fred Pickering se había lesionado días antes y elegir su sustituto había desvelado al cuerpo técnico del equipo de Liverpool. Al final tomaron una decisión difícil de entender para muchos aficionados. Jugó de titular un muchacho de 20 años llamado Mike Trebilcock que había llegado un año antes al club y que apenas había jugado debido a una grave lesión. De hecho, permanecería tres temporadas en el Everton y solo disputaría once encuentros. Sin embargo fue titular aquella tarde en Wembley lo que no hacía presagiar nada bueno para los miles de hinchas que llenaban una de las curvas del imponente estadio.
Los peores augurios se confirmaron a los cuatro minutos de juego con el gol de Jim McCalliog que adelantó al Sheffield Wednesday. El Everton no reaccionaba y poco después del descanso David Ford hizo el segundo para llevar la desesperación a los "Toffees". Pero entonces ocurrieron varios hechos impredecibles. Mike Trebilcock, el hombre que marcaría solo tres goles con la camiseta del Everton, anotó dos de ellos en apenas cinco minutos de aquella final. Dos derechazos secos desde el balcón del área que cambiaron el destino de aquel partido. Cavanagh estalló de felicidad como nunca pudo imaginar. Una fuerza irresistible le hizo saltar la valla que le separaba del campo y comenzó a correr mientras sus fieles le gritaban con estusiasmo. Su imagen era la de un hombre incapaz de frenar su felicidad y que perseguido por los policías ingleses abría los brazos en busca de Trebilcock. Los futbolistas asistían a la escena con asombro. Un policía logró alcanzarle, pero Cavanagh sacó los brazos de la chaqueta que llevaba y el agente se cayó al suelo abrazado a la prenda. Corría ahora en camisa y tirantes en dirección a la portería que defendía Gordon West. A punto de entrar en el área otro policía le placó. Cavanagh se quedó unos segundos tumbado en la hierba de Wembley con los brazos abiertos hasta que fue levantado del suelo. West, el portero del Everton, y Labone, el capitán, intercedieron por él. Fue conducido fuera del estadio donde a punto estuvieron de enviarle a la estación a coger el tren de vuelta. Un mando policial accedió a su ruego de volver a la grada. Lo hizo justo a tiempo de ver a Dereck Temple marcar el gol del triunfo y culminar una de las grandes remontadas de la historia de esa competición.
Cavanagh se acostó como un hombre feliz y dichoso. Pero no podía imaginar lo que vendría después. Su imagen corriendo por Wembley con los brazos abiertos llenaba las portadas de los diarios británicos y simbolizaba la alegría del Everton casi tanto como la imagen de los jugadores recogiendo el trofeo en el palco del estadio. A partir de aquel momento Eddie Cavanagh se convirtió en el hincha más célebre del Everton a quien le llovían invitaciones en los pubs próximos al estadio. Algún tabloide bautizó aquella imagen como "El primer hooligan", sin ningún ánimo peyorativo. Una connotación que nada tiene que ver con lo que vendría años después.
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