Cuando uno se gasta sus ahorros en viajar hasta Manchester para animar al Barça lo normal es hacerlo con la mejor actitud y un compromiso mucho más personal en la misión de ayudar al equipo.
Los 1.870 aficionados azulgrana agrupados en la grada del Etihad Stadium asumieron ese papel reservado a la afición rival, en evidente minoría y obligatoriamente con la exigencia de superarse minuto a minuto para hacer llegar al equipo ese aliento que, por lo visto, sí necesitaba anoche en un estadio falsamente amigo.
No hay que engañarse. Por muchos carteles de 'benvinguts' recibiendo a los culés, por muchas 'aplis' megamodernas para no aburrirse con el móvil en la previa, por mucho hablar en catalán en el tranvía de camino al campo y por mucho que se esforzara el City en acomodar y cuidar a la prensa catalana los días previos al macth... lo que Soriano, Txiki y el resto pretendían era echar al Barça de la Champions y, estratégicamente, aparentar que el City relevaba al Barça de su papel dominante y referencial en el fútbol europeo de los últimos años.
Porque todo eso no depende de la gestión a corto ni del azar, sino de formar jugadores como Messi, Cesc o Iniesta y esperar pacientemente a que un día armonicen y lo ganen todo. O lo intenten, como ayer, con el zumbido de fondo de esa grada culé uniforme, entregada y fabulosa, recordándoles especialmente en esta ocasión que no importa lo que enmarañe el entorno ni lo que agite y refunfuñe determinada prensa y que existe un barcelonismo superado por la grandeza de este Barça.
Un factor inesperado
Y posiblemente esa comunión grada-equipo, también golpeada estas últimas semanas porque ha convenido poner el foco ahí, se haya revelado un factor emotivo impronosticable antes del partido. Lo demostró la forma en que al final del partido los jugadores se dirigieron a su público para ovacionarlos y regalarles algunas camisetas.
En una noche redonda, la grada culévivió muy de cerca los dos goles del Barça y un final muy feliz en la ida de la eliminatoria del miedo, la que iba a medir el nivel real del Barça de Martino, ese equipo al que se examina bajo el efecto distorsionador del pasado y al que le penalizan cien veces más los errores que a cualquier otro once.
Que le pregunten si no a esos 1.870 entusiastas, embriagados por el nectar de una victoria histórica, si le encontraron defectos al Barça... Les responderán con una mirada atónita y un gesto de estupefacción. Lógicamente.
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