Mantiene el fútbol una larga y turbia relación con los sucesos. Nos escandalizamos ahora con esos padres patéticos que se pelean en los partidos de sus hijos. Nos llevamos las manos a la cabeza como si fuera un fenómeno nuevo: "¡Oh, Dios mío! ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?".
No hemos llegado a ningún sitio, llevamos aquí siglos, sólo que hoy por cada padre impresentable hay un móvil para grabarlo y un canal para difundirlo. Cualquiera que haya jugado al fútbol de crío sabe que esto ha sucedido siempre: chavales de 15 años encerrados en el vestuario visitante mientras lo rodean 20 animales que les triplican la edad, árbitros que sólo pueden llegar a su coche escoltados por la Policía y, sí, padres que avergüenzan a sus hijos desde la grada. Tristes clásicos básicos. Como loco del fútbol aborrezco el desprecio pseudointelectual y clasista que le rodea: "Eso sólo pasa en ese deporte de borregos". Un prejuicio que se ha ido diluyendo, pero nunca desaparece y resurge cada vez que hay algún lío de este tipo. Y sí, es cierto que es más probable ver una pelea en el fútbol que en el baloncesto o el rugby.
Primero, por una simple cuestión de volumen: juegan muchos más. Segundo porque es un imán para el peor tipo de padre: el que sueña con criar un millonario y no un chaval sano. No es casual que con las niñas hayamos conocido tantos casos de progenitores chungos en el tenis, el deporte que más dinero mueve entre las mujeres.
El fútbol no causa la violencia: la padece.Pero el fútbol (clubes, jugadores, federaciones, hinchas y medios de comunicación) la ha tolerado sistemáticamente, callando ante todo aquello que pueda suponer un cambio en ese rancio ecosistema donde todos ganan y se sienten cómodos.Lo que sucede con los padres lo hemos visto mil veces antes. La permisividad con los ultras porque dan ambiente; la justificación de los gritos racistas porque "no es racismo, a nuestros negros les aplaudimos"; los oídos sordos ante los insultos homófobos porque, total, quien más los sufre es Cristiano, que le cae mal a mucha gente; las deudas con Hacienda porque así tu equipo fichaba más...
Y así hasta el infinito. No criticamos lo que ocurre hasta que se convierte en un suceso y decirlo ya no te expone. Nos hacemos los tontos hasta que nos retrata un asesinato, una sanción europea o un vídeo de YouTube. Entonces fingimos escandalizarnos como Renault al descubrir que en el café de Rick en Casablanca se juega. Así funciona el fútbol español: mirando hacia otro lado hasta que ya no puede más. No genera la violencia, pero la tolera... que no es poco.
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